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Volver a Empezar es el primer podcast del Comité Español de ACNUR, conducido y presentado por Molo Cebrián, creador de Entiende Tu Mente o Saliendo Del Círculo.
En esta nueva temporada de Volver a Empezar hablamos con mujeres que se han visto desplazadas por la fuerza, pero que no se dejan definir por estas circunstancias. Son mujeres incansables, que día a día superan la adversidad y la desigualdad y que además luchan por aquello en lo que creen: una vida digna para todas, para poder vivir en paz. Casi 60 millones de mujeres y niñas están desplazadas en todo el mundo, a ellas les dedicamos la novena temporada del Podcast del Comité español de ACNUR.
En la Temporada 8 de "Volver a empezar", el podcast del Comité español de ACNUR, nos preguntamos: ¿Puede el deporte convertirse en refugio? Para responder a esta pregunta hemos hablado con varias personas refugiadas que han tenido que huir de sus hogares, dejar su país y comenzar de cero en España. Personas a las que el deporte les ha salvado la vida. ¿Y cómo es posible esto? En muchas ocasiones lo es gracias a organizaciones, fundaciones y asociaciones que apuestan por el deporte como herramienta integradora de las personas refugiadas. Y es que el deporte integra, empodera, une, ayuda y puede convertirse en hogar, especialmente cuando el tuyo ha quedado muy lejos.
¿Te imaginas tener que abandonar tu país y empezar de cero para poder salvar tu vida? El protagonista de esta temporada tuvo que hacerlo: le llamaremos Juan. Por motivos de protección, prefiere no decir su nombre, ni de dónde viene, pero sí puede contarnos cómo ha logrado comenzar una nueva vida en un pequeño pueblo de la llamada España rural, ayudando a combatir el despoblamiento. Allí, donde muchos otros no quieren ir, Juan está construyendo un hogar seguro junto a su familia. Acompáñanos a conocer su historia en la séptima temporada del podcast del Comité español de ACNUR.
El cambio climático ha llegado para quedarse y marcar nuestro presente y nuestro futuro. Pero, ¿qué es exactamente? ¿Qué consecuencias tiene y cómo podemos luchar ante su avance? ¿Cómo afecta a las personas más vulnerables del planeta? En la temporada 6 de "Volver a empezar" resolvemos estas preguntas sobre el cambio climático hablando con expertos en el tema. Te esperamos.
Como no podía ser de otra manera, dedicamos la Temporada 5 de Volver a empezar a Ucrania. Queremos conocer de cerca cómo se vive en un país en guerra, cómo es huir de este conflicto y comenzar de cero en un lugar nuevo. Pero también vamos a mostrar qué labor está realizando Acnur en esta situación y cómo podemos ayudar cada uno de nosotros. Te esperamos.
Esta es la historia de una persona que gracias al boxeo tuvo una segunda oportunidad. No solo ella, sino también toda su familia.
Ella es Sadaf. Mujer, boxeadora, refugiada, valiente y luchadora. Nació en Afganistán, uno de los peores países del mundo para nacer mujer. Si quieres conocer su historia, ¡dale al play! y si te emociona tanto como a nosotros, comparte este podcast.
La tercera temporada de Volver a Empezar tiene nombre propio: Sergio Chekaloff. Una persona que ha pasado 74 años buscando el reconocimiento de una nacionalidad.
Su historia es la de millones de personas en todo el mundo que carecen de derechos políticos, jurídicos y sociales por el hecho de no ser considerados ciudadanos. Son apátridas.
En esta segunda temporada de Volver a Empezar conoceremos a Sergio, Gleici y Cristian. Ellos se vieron obligadas a abandonar sus países y que al llegar a España se toparon con una situación excepcional por la pandemia de COVID-19. A pesar de sus dificultades personales, y aún a riesgo de contagiarse, volvieron a armarse de valor para ayudar a quienes más lo necesitaban.
Befriending es la primera temporada de Volver a Empezar. En ella conoceremos la historia de tres mujeres valientes. Dos de ellas lo dejaron todo atrás en sus países para volver a empezar. Una vez en España, forjaron una amistad que les ha ayudado a salir adelante en el día a día.
Muchos están llegando a Etiopía con numerosos efectos personales y con su ganado. Los recién llegados han contado al personal de ACNUR que hay más personas en camino hacia la zona, que acoge ya a cerca de 35.000 refugiados sudaneses principalmente. ACNUR se está preparando ante la posibilidad de un mayor flujo de llegadas. En el estado sursudanés de Unity, el asentamiento de Yida ha recibido a más de 3.200 personas procedentes de las montañas Nuba en lo que va de mes. Esto representa un promedio de 550 refugiados al día, casi el doble de las cifras registradas en abril y seis veces más que las de marzo. La población en los asentamientos situados en la frontera asciende ya a unas 30.000 refugiados. ACNUR ha duplicado su presencia en Yida y ha acelerado el registro de las nuevas llegadas. La Agencia de la ONU para los Refugiados sigue observando un aumento en el número de refugiados que llegan en estado de desnutrición debido a la escasez de alimentos en algunas zonas de Kordofán del Sur. Todos los recién llegados son registrados inmediatamente y reciben asistencia alimentaria, incluyendo galletas energéticas en caso necesario. Contrapartes como Médicos sin Fronteras Francia y Samaritans Purse están ofreciendo tratamiento de emergencia a los niños refugiados en estado de desnutrición y están poniendo en marcha programas de alimentación terapéutica y suplementaria. El Programa Mundial de Alimentos cuenta con raciones de comida suficientes para toda la población de Yida, incluyendo las nuevas llegadas. También se han preposicionado reservas de alimentos para la próxima temporada de lluvias, cuando el acceso por carretera a Yida se vea cortado por las inundaciones. A medida que se acerca la temporada de lluvias, el personal de ACNUR ha estado distribuyendo en el campo material de ayuda humanitaria adicional como lonas de plástico y mosquiteras. Los recién llegados y los refugiados vulnerables como los menores no acompañados, los ancianos y las personas con discapacidad siguen beneficiándose de repartos específicos. Si bien las recientes hostilidades entre Sudán del Sur y Sudán no han afectado de manera directa a las zonas donde se encuentran los refugiados, en el estado de Unity, ACNUR sigue profundamente preocupado por la seguridad de los refugiados debido a la proximidad del campo de Yida con la disputada zona fronteriza de Jaw. Mantener el carácter civil de los asentamientos de refugiados sigue siendo una prioridad en todas las zonas de acogida de refugiados. Por este motivo, ACNUR sigue recomendando a los refugiados presentes en Yida que se trasladen a otros asentamientos situados a una mayor distancia de la frontera. Mientras tanto, los refugiados del estado sudanés de Nilo Azul siguen cruzando la frontera al estado de Alto Nilo y están siendo reubicados en zonas más seguras en el interior. Esta semana ACNUR ha finalizado el registro individual y verificación de refugiados en los campos de Doro y Jammam. Se ha confirmado la presencia allí de 70.000 refugiados. En Jammam, las agencias humanitarias están incrementando sus esfuerzos para reforzar el suministro de agua y reducir el riesgo de enfermedades transmitidas por el agua como el cólera. Los socios de ACNUR están llevando agua en camiones cisterna e instalando tuberías en los campos de refugiados, así como están tratando el agua de superficie allí donde es posible. Para reducir la demanda de los limitados recursos acuíferos, ACNUR empezó a reubicar esta semana a los primeros 15.000 refugiados desde Jamman hacia los campos de Doro I y II. También continuaremos con las actividades de perforación en Jammam con ayuda de los socios de ACNUR para proporcionar agua a los refugiados que permanecen en el lugar, así como a la comunidad local. Siguen en marcha los esfuerzos para transportar una plataforma de perforación mayor que la que hay actualmente, con el fin de explorar recursos acuíferos más profundos. El traslado de un equipo tan pesado a esta remota zona del país está suponiendo un importante reto logístico. Mientras tanto, las contrapartes especializadas en el sector de la salud y en otras áreas han elaborado planes de contingencia para responder en caso de epidemias. Se han preposicionado suministros médicos y se han establecido unidades de tratamiento. En total, más de 100.000 refugiados sudaneses han huido a Sudán del Sur desde mediados del año pasado. ACNUR ha recibido hasta ahora el 31% de los 145 millones de dólares necesarios para atender a los refugiados sudaneses en Sudán del Sur y Etiopía. Sin embargo, ACNUR necesita de manera urgente más contribuciones para poder acelerar la preparación de los campos antes de que el acceso quede cortado por las lluvias.
“El apoyo de socios y donantes es crucial para nosotros pero es especialmente valorado teniendo en cuenta la situación económica actual y las continuas crisis de desplazamiento que estamos viviendo” dijo Guterres, elogiando a su vez la labor de movilización de recursos del Comité español de ACNUR.
Los miles de píxeles en imágenes digitales y los kilómetros de tinta extendidos sobre el papel, no llegan a cubrir ni una pequeña parte del mundo de sensaciones que viajaron conmigo de regreso desde la República Democrática del Congo. Pero sin duda, hay dos cosas que ocupan más lugar que cualquier otra en mi equipaje vital: las preguntas y un sentimiento mezclado de humildad con ansias de saber más. Las primeras señales de la realidad de duros contrastes que nos inundaría durante esos siete días nos llegaron en el camino de tierra por el que se recorre, en algo más de una hora, la distancia entre la capital burundesa, Bujumbura, y la ciudad congoleña de Uvira. A ambos lados de la carretera, mujeres y hombres, jóvenes y ancianas, que nos presentaban con gestos de paradójica normalidad su rutina de perseverancia y apremios. En esta corta visita a Kivu Sur, nuestros días se dividían en ciclos en 12 horas de luz y 12 horas de sombra. De 6 a 6, 12 horas luminosas de diálogos, carretera, cinco sentidos al máximo, y muchos motivos para seguir creyendo y trabajando. De 6 a 6, otras 12 horas de cinco sentidos al máximo, repaso, organización y algo de descanso y carga de energía. Durante esos días, recorrimos la costa oeste del Lago Tanganyka, entre Uvira y Baraka. En el camino conocimos a distintas personas en ciudades, campos y aldeas. Cada una nos mostró una cara diferente de una misma tarea: resistir y avanzar. “¿Con qué sueñas?”, preguntamos a algunas vecinas de las aldeas y ciudades de los territorios de Uvira y Fizi, Kivu Sur. Las madres respondieron que “un futuro mejor para sus hijos e hijas, con buena educación”. Las niñas y mujeres que no tenían descendencia dijeron que querían “trabajar, estudiar y mejorar su futuro y la situación de las mujeres en la sociedad”. Y las mayores sólo esperaban “un poco de ayuda para vivir”, ya que sus hijos e hijas también están pasando situaciones económicas difíciles y no pueden colaborar con ellas. Por la tarde, repasando los testimonios y pensando en la mejor forma de contar nuestra versión de la historia, surgían las primeras preguntas: ¿Podemos hablar de sueños cuando lo que se pide son cuestiones tan básicas, cosas que se dan por sobrentendidas en otros lugares? ¿Deberíamos hablar en cambio de derechos humanos? Derecho a soñar Seguimos el camino. Recorrimos mercados, escuelas, cultivos, casas, centros de formación, puntos de asesoramiento y otros, en los que la gran mayoría de las mujeres desarrollan su vida cotidiana. Allí aprendimos cómo trabajan, piensan y deciden cada día. En esa constancia de vivir sin saber qué pasará mañana, en un contexto cambiante y susceptible que las obliga a reprogramarse a cada rato, las mujeres no dejan a la vez de luchar por unas condiciones de futuro en el que podrían resolver los retos y desafíos que hoy les quitan el sueño: mejorar sus vidas y las de sus familias; y encontrar, por fin, un poco de tiempo libre para disfrutar o descansar un poco. Al regresar al albergue después de un día entero de satisfacciones y trabajo, nos esperaban cada tarde los platos sencillos y generosos que nos preparaba el cocinero de la casa de huéspedes: pollo asado, arroz blanco, salsa de hojas de kasava (mandioca), patatas horneadas y olorosas frutas. No podíamos comunicarnos con palabras, idiomas demasiado diferentes. Sin embargo, su dedicación nos hablaba de entusiasmo por nuestra visita y el deseo de dejarnos un buen recuerdo. Y nuestros platos vacíos al terminar la jornada respondían con agradecimiento y compromiso. En torno a la mesa, compartiendo la cena con el equipo de trabajo y los guías de ACNUR que nos acompañaban, el debate volvía a surgir: ¿Está en manos de estas mujeres cambiar sus vidas? ¿En qué medida estos objetivos dependen también de los ámbitos de poder de los que permanecen excluidas? ¿Cómo participan en estos temas los agentes nacionales e internacionales de ayuda humanitaria y desarrollo? ¿Cómo colaboran el ACNUR y otros organismos internacionales para generar cauces de participación y decisión para estas mujeres? Una combinación explosiva de inequidades y conflicto Seguramente, sus deseos-derechos-demandas son muy parecidos a los de muchas mujeres en otros lugares del mundo. La situación en que se encuentran estas mujeres es en parte consecuencia de las condiciones que les impone una sociedad cuyas estructuras de poder están dominadas por hombres relegando a las mujeres a una segunda categoría de persona. Pero en Kivu Sur cuentan con una desventaja añadida: Los enfrentamientos armados que se desarrollan allí desde hace décadas de distintas maneras han exacerbado su crisis hasta límites extremos. La gran precariedad y vulnerabilidad en las que viven les impiden satisfacer las necesidades más básicas de ellas y de sus familias, complicándoles su desarrollo diario. Una telaraña de motivos, protagonistas e intereses locales, regionales e internacionales dan forma a un complejo conflicto que se desarrolla en base a la lucha por el poder político y económico. En esta trama entran el pasado colonial de esclavitud; las sucesivas dictaduras y guerras internas y regionales; las diferencias culturales, étnicas y de género exacerbadas y utilizadas por el poder de turno para dividir y vencer; y un reparto muchas veces injusto de poder, riquezas y derechos. Las mujeres congoleñas, relegadas de ámbitos públicos y privados de decisión, son las que menos acceden a poder, riqueza o derechos. Al mismo tiempo, sus posibilidades de que la situación cambien en un futuro cercano todavía son escasas en el país con el índice de desarrollo humano más bajo del mundo (el puesto 187, según datos del Informe PNUD 2011). Según este informe, RDC también está en el puesto 142 de 146 por sus desigualdades de género. En este país, las mujeres ocupan el 9,4 % de los escaños parlamentarios. Sólo el 10,7 % de las mujeres adultas cuentan con estudios secundarios o superiores, en comparación con el 36,2% de los hombres. Además, por cada 100.000 nacimientos, mueren 670 mujeres por causas relacionadas con el embarazo; y la tasa de fertilidad entre adolescentes es de 201,4 nacimientos de cada 1.000. La participación de las mujeres en el mercado de trabajo es del 56,5 % frente al 85,6% de los hombres. En la zona de Kivu Sur los principales sectores de empleo son la minería y la agricultura, aunque en gran medida de forma artesanal e informal. Sin duda, la extraordinaria riqueza mineral del la República Democrática del Congo es un elemento clave de la violencia armada. La RDC tiene aproximadamente el 80 % de las reservas de coltán del mundo. Este mineral que se utiliza en la fabricación de teléfonos móviles y otros aparatos informáticos consumidos por la población de todo el mundo, la cual desconoce casi siempre las formas de producción ocultas detrás de estas golosinas informáticas. Aunque ya se han puesto en marcha algunas medidas para intentar controlar este comercio, la extracción y exportación del coltán y otros minerales (diamantes, oro, etcétera) se realizan muchas veces fuera de la ley, en procesos controlados por grupos armados de diferentes configuraciones, los cuales obtienen de este contrabando, a la vez, financiación y causas para su lucha. En el este del país, en la frontera con Ruanda y Burundi, muy lejos del Gobierno central de Kinshasa, las peores consecuencias de estas circunstancias recaen sobre la población civil, un grupo que en cambio no participa en el reparto de ganancias. Y dentro de este grupo, las mujeres congoleñas en el escalón más bajo. Asimismo, al no registrarse y evaluarse su experiencia como parte activa del conflicto, las mujeres tampoco son incluidas en las propuestas políticas de resolución, lo cual resulta ser uno de los factores de fracaso, o como mínimo de fragilidad, de los intentos de pacificación. La inequidad de género, presente en tantos países del norte y sur de todo el mundo, es explosiva cuando se combina con un entorno de inseguridad, violencia y abandono. Cuando los conflictos pasan a una fase de enfrentamiento armado, las mujeres, eslabón más vulnerable de la sociedad, son quienes más padecen sus resultados. No sólo son las más afectadas por los desplazamientos, el hambre, la pobreza, las enfermedades y la inseguridad; sino que además son víctimas de una violencia específica, la que las “ataca” por el simple hecho de ser mujeres. Ese es el caso de las violaciones y la violencia sexual y basada en el género (VSBG) que convierte sus cuerpos en campos de batalla en los que destruir física, moral y socialmente al enemigo. Toda la comunidad sufre la vergüenza y el deshonor (ese es el objetivo final de estos ataques), pero las mujeres son quienes cargan de por vida (cuando consiguen sobrevivir) con las consecuencias físicas, psicológicas y sociales. Estigmatizadas, rechazadas y debilitadas en cuerpo y alma siguen adelante con sus vidas y cuidan de sus hijos e hijas (quizás producto de esas violaciones), casi siempre sin la ayuda sus familias y comunidades que las culpan de lo ocurrido. La violencia sexual está ampliamente extendida como arma de guerra por todas las partes involucradas en el conflicto de la RDC, un país al que la representante especial de las Naciones Unidas para la Violencia Sexual en Conflicto, Margot Wallström, ha descrito como "la capital mundial de las violaciones". Dadas las circunstancias que condicionan la violencia sexual en Kivu Sur, es sumamente complicado establecer cifras, aunque gracias a los esfuerzos realizados por agencias de la ONU y ONG internacionales se han registrado miles de casos en los últimos años. Por ejemplo, un informe presentado por la Misión de la ONU para la estabilización de la RDC, MONUSCO, indicaba que sólo en 2009, se habían registrado en torno a 15.000 casos de violaciones en el país. Las mujeres que no han sido atacadas, conocen a otras que sí lo han sido y viven con miedo, preguntándose si serán ellas las siguientes. ¿Y qué hacen las mujeres en esta situación? Con hambre, con temor, con injusticia… no dejan de soñar, reclamar y esforzarse por cumplir esos deseos básicos. Me llenó de orgullo observar el espíritu de lucha de quienes son, en gran medida quienes sostienen a la fuerza la economía familiar, facilitan la educación de sus hijos y e hijas, consiguen los alimentos cotidianamente y proyectan, planifican y construyen el futuro. En Kivu Sur oscurece pronto y la luna enseguida ofrece su compañía a quienes apuran el paso de regreso a casa. Su cara redonda y luminosa se convirtió en otra excusa para seguir pensando y preguntando: ¿qué hacemos en el resto del mundo mientras todo esto ocurre? Qué menos que ayudar Tuvimos la suerte de comprobar que, cuando los medios son pocos, siempre queda la solidaridad para salir del paso. Así conocimos la experiencia de mujeres reunidas en redes de trabajo y reflexión que las ayudan a ser, y percibirse, más fuertes para superar las dificultades. También conocimos a madres que decidieron hacer una apuesta por apoyar a sus hijas agredidas sexualmente, quitarles la etiqueta de “culpable” y ayudarlas a restaurar la “dignidad” que quisieron robarles. En este camino, observamos de primera mano la labor del ACNUR en distintas áreas. Trabajando en red con otras entidades locales e internacionales, y con el apoyo de instituciones como la Agencia Vasca de Cooperación al Desarrollo o la Diputación Foral de Bizkaia, el ACNUR facilita a estas mujeres refugiadas el camino con cuestiones tan básicas como su identificación legal en situaciones de desplazadas, refugiadas o retornadas; les ofrece asistencia jurídica para todo tipo de casos; les entrega oficialmente terrenos y casas donde vivir con sus familias y los alimentos básicos para comenzar de nuevo cuando se ha perdido todo; y por último les brinda el apoyo que necesitan para seguir desarrollando sus capacidades como personas, como mujeres, como parte activa de sus comunidades: educación, capacitación y orientación para formar sus propias redes de construcción de futuro. Vuelta a casa, pero distinta Kilómetros de carretera bacheada y poco segura nos permitían trasladarnos entre historia e historia. “¡Qué suerte que no llueva!”, hemos escuchado repetir una y otra vez al más que amable y generoso equipo que nos acompañaron durante el recorrido. El buen tiempo nos permitía seguir en nuestro afán: avanzar, conocer, aprender, comunicar… Ojalá no llueva. En la seguidilla de vuelos de regreso a casa, y cada día desde entonces, incluso mientras escribo este recuerdo, en mi cabeza resuena una pregunta más: aunque intento ser parte consciente y colaborar, ¿puedo hacer algo más por estas mujeres para quienes cuestiones, cotidianas para mí, como la seguridad, el descanso, la salud y la educación suenan a privilegios? Siempre hay algo más. Soy responsable porque su realidad y la mía son la misma, una sola. En apenas una semana, he conocido una parte de la vida de las mujeres -bebés, niñas, jóvenes, adultas y ancianas- que viven en Uvira y Fizi. Con sus opiniones, sueños, reclamos, trabajo e ideas cuento para seguir aprendiendo a vivir en común. Por Greta Frankenfeld, Comité Vasco de ACNUR. Copyright imágenes: Greta Frankenfeld/ACNUR