Cuando las temperaturas descienden algo aparentemente tan sencillo como una manta o un calefactor puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Cuando has tenido que huir de tu hogar prácticamente con lo puesto, cuando no tienes un techo en el que resguardarte... tu vida se puede convertir en una auténtica pesadilla.
El invierno provoca un mayor sufrimiento a las personas que lo han perdido todo y luchan por sobrevivir. Esta es la situación a la que se enfrentan millones de personas refugiadas y desplazadas en el mundo. Por eso, ayudar a las familias a llevar mejor las bajas temperaturas es uno de los principales objetivos de ACNUR durante el invierno.
Colabora con ACNUR para que podamos darles algo de calor en la estación más dura del año.
Hay países del mundo donde las temperaturas en invierno pueden llegar a ser extremas y donde, además, hay una gran cantidad de personas desplazadas y refugiadas que no tienen las condiciones necesarias para protegerse del frío. ACNUR ayuda a estas personas a sobrellevar el invierno de la mejor manera posible. Los países en los que ACNUR tiene la campaña de invierno son:
El conflicto de Gaza se extendió a otras regiones como Líbano y Siria, lo que está haciendo que este sea uno de los peores inviernos en años para muchas de las familias de la región que se vieron obligadas a huir de sus hogares. Esta situación añadió presión a los esfuerzos regionales para atender a la población siria desplazada en Líbano, Jordania y dentro de la propia Siria. Por ello, ACNUR tuvo que redoblar los esfuerzos este invierno para asegurar su protección y bienestar. Los equipos en los tres países están proporcionando calefactores e iluminación solar, reparando y aislando refugios, ayuda en efectivo y acceso a servicios sanitarios.
Con el estallido del conflicto en Sudán en 2023, más de 400.000 sudaneses han encontrado refugio en Egipto. Allí, ACNUR trabaja para su integración en el país y les ha preparado para el que es para muchos su primer invierno enfrentando temperaturas por debajo de los 10 grados. Además distribuir artículos para el invierno como mantas o aislantes y efectivo para hacer frente al aumento de los gastos por la calefacción, ACNUR también atiende las enfermedades crónicas que muchos refugiados arrastran por el conflicto y que corren el riesgo de empeorar con la bajada de temperaturas.
Las y los refugiados ucranianos están pasando otro invierno envueltos en un conflicto sin visos de acabar. Para los que se encuentran lejos de casa, ACNUR hace hincapié en su bienestar físico y mental. Por ello, en Moldavia, además de dar ayuda en efectivo para los más necesitados, también proporciona atención psicológica a las personas con alguna discapacidad y a las supervivientes de violencia sexual y de género. Dentro de Ucrania, donde los ataques a infraestructuras no cesan, se está reforzando un año más la reparación y aislamiento de refugios: proporcionando materiales de construcción, reparando ventanas y techos o garantizando sistemas de calefacción en los hogares, que permitan afrontar el invierno en condiciones dignas.
En Afganistán y en los países vecinos, como Pakistán, las familias han sufrido décadas de conflictos, así como catástrofes naturales recurrentes. Para proteger a la población de los duros inviernos de la región, ACNUR repara y construye refugios y proporciona calefactores para mantener calientes los hogares. En las comunidades que han sufrido los últimos terremotos e inundaciones, ACNUR quiere garantizar iluminación segura en las calles para el invierno, instalando farolas solares. Además, se tiene en cuenta la situación actual de desplazamiento, donde muchos refugiados afganos vuelven al país sin apenas recursos. En este sentido, las ayudas en efectivo son clave en el plan de protección para este invierno.
En febrero de 2022, Natalia estaba de baja por maternidad en su trabajo de peluquera cuando comenzó la guerra en su país, Ucrania. "A las seis de la mañana empezaron los bombardeos. Oíamos las explosiones y a la gente gritar. A las tres de la tarde decidimos que teníamos que irnos. Vimos misiles volando en todas direcciones. Estábamos muy asustados".
La huida hasta un lugar seguro no fue fácil: "Había muchos aviones volando bajo, oíamos sirenas, disparos y bombardeos. Tuvimos apagones durante muchas horas y pasamos las noches en refugios, escuchando los bombardeos en Odesa."
Natalia huyó con sus dos hijos a Moldavia en busca de seguridad. "En cuanto cruzamos a Moldavia, se hizo el silencio. Bajábamos de las montañas, viajábamos de noche, y vi la ciudad resplandeciente, con luces por todas partes. Fue una sensación indescriptible. No pudimos acostumbrarnos al vuelo de los aviones durante mucho tiempo. Fue muy difícil. Por lo demás, no pasa nada, ya nos hemos acostumbrado".
Ahora se encuentran en un Centro de Alojamiento para Refugiados, apoyado por ACNUR y sus socios. En Moldavia han encontrado la paz que necesitaban y en este centro, un lugar seguro con un equipo de personas que les han acogido: "Les estoy muy agradecida por ayudarnos, por acogernos a vivir aquí, por alimentarnos".
Aunque Moldavia trajo una sensación de seguridad, los retos de ser una persona refugiada persisten y su deseo de que la guerra acabe también. Ahora Natalia pasa la mayor parte del tiempo cuidando de sus hijos, especialmente de su recién nacida Xenia, mientras espera a que su hijo mayor consiga plaza en la guardería, ya que no hay capacidad suficiente en el país. Con el invierno y las bajas temperaturas, Natalia es consciente de las dificultades que tiene esta estación y más teniendo un bebé, con el que no podrá salir mucho a la calle pero, al menos, tiene un lugar en el que estar protegida del frío.
"No está claro cuándo acabará todo esto en Ucrania. Al principio estaba esperando y pensaba que volveríamos a casa, que todo iría bien. Es muy triste, echo de menos mi hogar. Pero entiendo que tenemos que vivir y seguir adelante."
Ziagul Rahimi, de 25 años, perdió a sus padres y ahora vive en la aldea rural de Fooladi (Afganistán) junto a la familia de su hermana. No hay transporte público donde vive, así que la población tiene que depender de minibuses o taxis. A menudo tardan hasta dos horas en llegar a la ciudad y a su escuela. Está estudiando un curso de matronas dirigido por ACNUR y un socio local. El programa ayuda a combatir las altas tasas de mortalidad materna e infantil formando a mujeres jóvenes para que trabajen como profesionales sanitarias cualificadas en aldeas remotas, que pueden quedar aisladas durante meses a causa de las condiciones meteorológicas extremas y las fuertes nevadas invernales.
Ziagul explica: "Me enteré del programa por unos amigos y decidí presentarme. El proceso de solicitud fue muy duro, pero maravilloso, ya que me aceptaron". Y es que los solicitantes tuvieron que someterse a varias pruebas y entrevistas, y de entre 400 aspirantes, Ziagul consiguió una de las 40 plazas disponibles ese año. Las alumnas seleccionadas proceden de varios distritos de las provincias de Bamyan y Daikundi, y se desplazan a estudiar a la ciudad de Bamyan.
La joven ve en sus estudios de matrona una gran oportunidad, no sólo para ella, sino para su comunidad: "Me encantaría trabajar para ayudar a mi pueblo". Explica que a veces el programa le resulta duro porque tiene que recorrer un largo trayecto hasta la escuela en el pueblo, y tiene que compaginar sus clases con muchas horas de estudio en casa, además de hacer las tareas domésticas. Al igual que Ziagul, todos los participantes en el programa proceden de zonas rurales, donde el acceso limitado a la atención sanitaria puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. Ella dice que ésta es una de sus fuerzas motrices: "Cuando me gradúe, me gustaría conseguir un trabajo en una zona alejada de la ciudad, cubriendo aldeas en las montañas y valles remotos".
En lo alto de las montañas de Bamyan, el agricultor Alijuma Nikbakht, de 55 años, y su familia viven en una nueva casa con un calefactor tradicional, llamado bukhari. Alijuma, su mujer y sus seis hijos vivían antes en una vieja casa de barro y madera casi en ruinas. La nueva casa de dos habitaciones tiene un bukhari nuevo que les permite pasar el invierno protegidos del frío.
Esto es posible gracias a ACNUR y su socio local, la Asociación Social Técnica de Watan que han ayudado a 14 familias de la aldea de Qala-e-Sabzi, en la zona montañosa de Bamyan, con refugios y bukharis.
"Nuestro nivel de vida ha mejorado mucho, y en lugar de tener sólo lo básico, como una casa caliente, podemos tener nuevos sueños y planes, como electricidad o un sistema de tuberías para llevar agua potable a la aldea."
Alijuma Nikbakht