En el campo de refugiados de Tongogara de Zimbabue hay 16.000 personas refugiadas y desplazadas que vienen principalmente de Burundi, Ruanda y Mozambique. Durante las dos últimas décadas, la llegada de más personas ha hecho que se talaran muchos árboles para construir alojamientos, obtener leña y producir carbón. En este campo, hay un grupo de jóvenes refugiados activistas que forman parte de la Coalición de Refugiados para la Acción Climática (RCCA) creada para sensibilizar a los residentes de los campamentos sobre el impacto del cambio climático y la necesidad de preservar el entorno.
Este grupo activista convocan periódicamente entre 30 y 50 jóvenes refugiados para plantar árboles que sirven, entre otras cosas, para proporcionar sombra en verano, actuar como cortavientos durante las tormentas, además de evitar la erosión del suelo. Desde 2020, han plantado unos 2.000 árboles en Tongogara y sus alrededores, entre ellos hay frutales de papaya, mango, macadamia, limón y naranja, que además, aportan beneficios adicionales a la comunidad.
Además de a la deforestación, el campo de Tongogara está expuesto ciclones, lluvias torrenciales y temperaturas que en verano pueden llegar a los 45°C. Desgraciadamente, Tongogara no es el único campo de refugiados vulnerable al clima en la región del sur de África, también lo son otros de Angola, la República Democrática del Congo (RDC), Malawi, Mozambique y Zambia.
Foto: © ACNUR/Hélène Caux
ACNUR y sus socios en Tongogara colaboran junto a la población refugiada para hacer del campo un lugar mucho más verde. Yuhei Honda, de ACNUR en Tongogara cuenta que están intentando promover fuentes alternativas de energía, como el uso de residuos animales o vegetales, y tienen la esperanza de que este tipo de alternativas aumenten.
Además, ACNUR ha instalado sistemas solares para alimentar cinco pozos de agua y sustituir a los generadores alimentados por combustible en el campamento. Por otro lado, los jóvenes de la RCCA dedican los primeros viernes de cada mes, a recoger la basura que hay en el campo equipados adecuadamente para ello.
De esta forma se esfuerzan en concienciar a la población refugiada que vive allí sobre la importancia de la acción climática y la preservación del medio ambiente. Es un proceso largo de educación a las personas que viven allí, tanto a las mayores que son más reacias al cambio, como a los niños y niñas que tienen el futuro por delante.
Foto: © ACNUR/Hélène Caux
“Algunos de los daños causados a la Tierra son irreversibles. Pero mis esperanzas son que actuemos a tiempo para detener el cambio climático o reducir sus efectos, y apoyar y proteger a la próxima generación. No creo que estemos perdidos todavía”.
Elie Tshikuna, activista climático y miembro de la RCCA