En los campos de refugiados sin electricidad, una lámpara solar permite alargar la vida nocturna, cocinar por la noche o que los niños puedan hacer los deberes. Pero hay algo aún más importante que eso: proteger a mujeres y niñas.
Cuando anochece, la oscuridad más absoluta envuelve a cientos de miles de personas en los campos. A veces, son sólo las cinco de la tarde cuando mujeres y niñas se ven obligadas a alejarse de los campos para buscar leña o comida. En esos momentos, los riesgos de un asalto sexual se multiplican.
Estamos a tiempo de evitarlo
En países como la República Democrática del Congo, los pronósticos son desoladores. La mayoría de las mujeres sufrirán más de una violación a lo largo de su vida. Allí, no llevan un espray de gas pimienta en el bolsillo, pero una lámpara solar pasado el atardecer será la mejor manera de que mujeres y niñas puedan sentirse protegidas.