Salam Al-Hariri, refugiada siria de 26 años, es farmacéutica en prácticas en Amán. Se graduó como becaria DAFI en la Universidad de Jordania en 2018. Ahora, se está formando en una farmacia local y se ha convertido en un importante nexo entre la comunidad siria y el sistema sanitario jordano. "La beca DAFI fue el motor del cambio en mi vida. Me ha proporcionado un sinfín de oportunidades y me ha dado la motivación para triunfar", comenta.
Desde 1992, otras 18.000 personas refugiadas como Salam se han beneficiado de este programa de becas. En 2020, había 7.343 estudiantes inscritos en él. El 40 % eran mujeres.
El informe DAFI 2020 se titula Aiming Higher (Apuntando más alto), que es también el nombre de la campaña lanzada en diciembre de 2020 para ofrecer 1.800 becas DAFI completas de cuatro años a estudiantes refugiados para su educación superior. El objetivo es poner el foco en la importancia de la educación superior para la población refugiada.
Los estudiantes desplazados de todo el mundo están apuntando más alto, superando barreras, reuniendo recursos y sacando tiempo para dar lo mejor de sí mismos, explotar sus talentos y contribuir a los países y comunidades que los acogen.
Ammar, de 25 años, es un ejemplo de fortaleza, constancia y trabajo. Ha pasado la mayor parte de su juventud como refugiado. Tras huir de su hogar en Damasco en 2013, completó la escuela secundaria en Jordania y recibió una beca DAFI de ACNUR para estudiar informática en la universidad de Zarqa. Ha tenido dos contratos de corta duración. Ahora está en paro por culpa de la pandemia, pero tiene un proyecto en mente: "Quiero crear mi propia empresa", dice.
Los cinco países que han acogido a un número más alto de refugiados becados DAFI en 2020 fueron Etiopía (816), Turquía (720), Kenia (567), Pakistán (536) y Jordania (531).
La mayoría de los becados procedían de estos cinco países: Siria (1.979), Afganistán (1.179), Sudán del Sur (995), Somalia (698) y República Democrática del Congo (456).
Los estudios más elegidos fueron Medicina, Comercio y Administración de Empresas, Ciencias Sociales, Ingenierías y Matemáticas.
El programa de becas DAFI de ACNUR adopta una perspectiva de género para igualar las oportunidades entre hombres y mujeres.
La discriminación y los estigmas culturales reducen las oportunidades educativas de millones de niñas y jóvenes alrededor del mundo. Al mismo tiempo, los ingresos de mujeres con educación superior triplican los de aquellas sin estudios. Darles la oportunidad que merecen es prioritario para ACNUR.
Esraa, de 23 años, es refugiada siria. Se licenció en Ingeniería Informática en la Universidad Árabe (Arab University), en Jordania, gracias a una beca DAFI. Dice que el programa ha supuesto una gran ayuda en muchos aspectos, no solo en el económico, sino también en el mental. Le ha dado la motivación que necesitaba para mejorar su situación. “Estos años han sido los mejores de mi vida”, comenta.
ACNUR y sus socios han fijado un objetivo: lograr que el 15 % de las personas refugiadas estén matriculadas en educación superior para 2030. La meta es ambiciosa, pero factible. Y el programa DAFI es uno de los cinco pilares para conseguirlo. En 2018, solo el 1 % de los jóvenes refugiados participaban en la educación superior. En 2020, la matriculación de personas refugiadas en educación superior alcanzó el 5 %, dos puntos porcentuales más que el año anterior. Se trata de un cambio de enorme trascendencia para miles de personas refugiadas y sus comunidades.
Este incremento llena de esperanza y motivación a la juventud refugiada, que debe superar una gran cantidad de obstáculos y desafíos para tener acceso a la educación superior. Para ellos, poder hacerlo es crucial porque así pueden contribuir al bienestar de sus comunidades de acogida y podrán reconstruir sus países cuando puedan volver a casa.
Leah, de 21 años, estudia enfermería y obstetricia en Lilongwe, Malawi, con una beca DAFI. "Mi sueño siempre ha sido trabajar en el campo de la medicina. De pequeña sufrí desnutrición y estuve a punto de morir. Estoy viva gracias a las enfermeras y los médicos que me cuidaron. Me dije a mí misma que otros niños también sobrevivirían gracias a mi ayuda. He sido testigo de la discriminación que sufren las personas refugiadas a la hora de acceder a la atención sanitaria. Quiero contribuir a que eso cambie”, cuenta.
“Los refugiados pueden ser asistidos y también pueden asistir a otros".
Leah.
La COVID-19 interrumpió la educación superior de más de 220 millones de estudiantes en todo el mundo. Durante varios meses, no solo han dejado de aprender, sino que muchos han tenido que abandonar los estudios. Debido al impacto económico de la crisis sanitaria, algunos jóvenes refugiados se han visto obligados a dejar de lado sus estudios para contribuir a los ingresos familiares. Otros no han podido costear algunos gastos relacionados con su educación, ya que las familias han perdido sus medios de vida.
La pandemia también ha dejado al descubierto la enorme brecha digital que existe entre la población refugiada en relación a la población global. Durante el confinamiento, parte de la juventud refugiada no ha tenido acceso a recursos en línea ni a la educación a distancia. Se han quedado atrás y tendrán que posponer su graduación. Es probable que algunos no retomen sus estudios.
A pesar de la difícil situación vivida durante el último año, los becarios del programa DAFI han contribuido a la respuesta a la crisis sanitaria de diferentes maneras. Esta respuesta ha sido una valiosa demostración del impacto positivo que tiene la educación superior de la población refugiada en sus comunidades de acogida.
“Nací siendo refugiada. No quiero morir siendo refugiada”.
Faïda recibió una beca DAFI y ahora estudia un máster en Auditoría y Contabilidad de Gestión en HEC Tchad, en N'Djaména.
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