Treinta niños refugiados tienen la oportunidad de pasar sus vacaciones en una escuela de verano creada por tres sirios que también tuvieron que dejarlo todo atrás.
“¿Quién nos ayudará si no nos ayudamos entre nosotros?”, pregunta Maan Abu Ghazaleh, de 38 años, un palestino criado en Siria. Junto a su esposa, Kholoud Al Englizi, de 36 años, y su amigo Hani Al Khatib, de 30, ha creado una organización sin ánimo de lucro llamada “Die Brücke des Friedens” (El puente de la paz).
A través de ella, organizan las actividades de verano. La idea principal es que todos los menores puedan disfrutar de un aprendizaje divertido mientras reciben clases de alemán, inglés y matemáticas.
Los tres voluntarios encargados de la organización huyeron de la guerra en Siria en 2014, un poco antes de la gran oleada de llegadas a Europa en 2015. Maan trabajaba en un banco, Kholoud enseñaba inglés y Hani estudiaba ingeniería eléctrica.
Su voluntariado empezó cuando comenzaron a ver a otros refugiados llegar en masa a la estación principal de trenes de Viena. Maan y Kholoud vivían en Lilienfeld, en la Baja Austria en ese momento.
“Todos los días viajábamos para ayudar a la gente en la estación”, dice Kholoud. “Hacíamos traducciones para ellos. Si alguien necesitaba un médico, por ejemplo, buscábamos una dirección a donde pudieran acudir”. Conocieron a Hani en la estación, donde también se ofrecía como voluntario. Pronto se dieron cuenta de que todos estos refugiados que se iban esparciendo por Viena necesitaban hablar sobre sus experiencias. Muchos habían pasado por los mismos traumas: pérdidas, lucha en la guerra o situaciones duras en su camino hacia Europa.
“Empezamos a tener reuniones cada tres meses, eran eventos sociales donde todos podían hablar su propio idioma y compartir con los demás si estaban deprimidos. Celebramos estos eventos en cafés árabes bajo el lema ‘trae tu propia comida y bebida’”, explica Kholoud.
Los tres amigos sabían que los refugiados necesitaban aprender el idioma para integrarse, pero no siempre había clases disponibles o gratuitas. Con un nivel intermedio de alemán, comenzaron a dar clases elementales a otros refugiados con poco o ningún conocimiento del idioma. Crearon un “Sprachcafe” (café de para hablar) con austríacos y refugiados de varios países, no solo de Siria.
“Algunos refugiados ni siquiera conocían las letras latinas. Pudimos ayudarles con la alfabetización básica”, dice Kholoud, que espera poder reanudar su carrera docente muy pronto en Viena.
La idea de la escuela de verano surgió cuando los intercambios de idiomas de invierno estaban llegando a su fin. “Los padres nos dijeron que tendrían problemas con sus hijos, que se quedarían en casa durante las vacaciones sin nada que hacer más que mirar la televisión”, dice Kholoud.
Dentro de la escuela de verano, los más pequeños, animados por voluntarios austriacos, comienzan a repetir sus primeras palabras en alemán. En otra sala, sirias adolescentes con un nivel de inglés alto dan a las más jóvenes una clase de conversación.
Es divertido y educativo, una situación en la que todos ganan. “Es muy interesante ver a los pequeños sirios aprender”, dice el trabajador social austriaco Franz Swischaj. “Tienen algunos métodos de enseñanza diferentes y nosotros también podemos aprender de ellos”.