Aunque no llevan espadas ni trajes contra las balas, estas supermujeres han luchado por un mundo mejor, a pesar de que muchos de sus nombres aún resultan desconocidos. Descubre las historias de estas mujeres inspiradoras y lo que han conseguido con talento y fuerza de voluntad.
Rula Ghani es una de las 100 mujeres más influyentes del mundo de la revista Times. Lejos de esconderse detrás de la posición de su marido, Rula ha hablado en platós y conferencias de las Naciones Unidas. Sabe que, como mujer, su postura tiene que ser escuchada.
Cuando se le pregunta por la posición de la mujer en Oriente Medio, su mensaje es claro: “Somos agentes del cambio”.
Doctoras, abogadas, enfermeras, juezas y ministras afganas son solo un ejemplo de la fuerza y resiliencia de la mujer afgana para llevar a su país hacia delante. Y es que, según Rula Ghani, “las mujeres deberían estar en puestos de liderazgo”.
Nadine Labaki es directora de cine y libanesa. Un oficio donde no abundan las mujeres, en un país donde la crisis de refugiados se suma a altas tasas de pobreza y al lastre de la guerra que Nadine vivió durante su infancia.
La realidad de Líbano, donde cientos de niños trabajan en las calles cada día, mendigando o vendiendo chicles para poder alimentarse, han llevado a Nadine Labaki a dirigir “su película más madura” y su puerta de entrada para los Óscar.
El protagonista, Zain Al Rafeea, un niño refugiado sirio que aparenta muchos menos años de los que tiene en realidad debido a la desnutrición, lleva una vida real demasiado parecida a la de la película.
Con ocho años, Hota contrajo tuberculosis ósea y tuvo que dejar el colegio. Su mala suerte no terminó ahí. Más tarde, el conflicto en Congo la obligó a huir hasta el campo de refugiados de Kakuma donde decidió emprender su propia sastrería, a pesar de que su enfermedad curvaba su espalda y limitaba su movimiento. “Solo gastaba una pequeña parte de lo que ganaba y ahorraba el resto del dinero”, recuerda.
Trabajó durante meses hasta ahorrar suficiente para comprar su propia máquina de coser y puso en marcha su sastrería. Tres años más tarde obtuvo un préstamo de ACNUR: “Compré dos máquinas más y amplié mis existencias de tejidos”. Hoy, tiene siete máquinas de coser y da trabajo a siete mujeres a quienes paga por pieza de ropa: “La promoción se hace boca a boca”.
ACNUR coordina los servicios a personas con discapacidad y trabaja para asegurar la plena inclusión de refugiadas como Hota que inspiran a su comunidad.
Eujin forma parte del equipo de ACNUR en Sudán del Sur, uno de los países más peligrosos del mundo para los trabajadores humanitarios. Desde el comienzo del conflicto, 93 trabajadores fueron asesinados y, en 2017, fueron blanco de 46 tiroteos, secuestros y agresiones. A pesar ello, Eujin ha decidido seguir trabajando allí: “Es muy triste saber que mis compañeros humanitarios son retenidos o asesinados. Pero esto no me detendrá mientras siga ayudando a refugiadas a reconstruir sus vidas.”
Para Eujin, el suyo es más que un trabajo diario: “El miedo está conmigo desde que elegí trabajar en Sudán del Sur. Después de que varias trabajadoras humanitarias fueran violadas en Juba en 2016, aumentó aún más”. En los cientos de ubicaciones en conflicto donde ACNUR trabaja en el mundo, las empleadas son una minoría. “Es incluso más difícil ser mujer trabajadora humanitaria. Aun así, aquí sigo, al igual que otras 85 compañeras de ACNUR, que trabajan en el país”, cuenta Eujin.
Tras ser abandonada por su madre, Mariéme Jamme creció en un orfanato. Años después, llegó a Francia en manos de traficantes que la obligaron a prostituirse. “Viví en una estación del metro de París durante tres años hasta que me recogió la policía”. Nunca había podido aprender a leer y escribir: “Desde entonces, iba todos los días a la biblioteca y leía todo lo que caía en mis manos”.
Mariéme se alfabetizó sola a los 16 años y viajó a Reino Unido donde ha conseguido crear su propia empresa tecnológica. Su recorrido la llevó a ser nombrada Joven Líder Mundial por el Foro Económico Mundial.
Ahora, esta joven ayuda a llevar la educación a los jóvenes de todo el mundo, entre ellos los refugiados, con una iniciativa para enseñar a jóvenes y niñas sistemas de codificación informática que les ayuden a encontrar trabajo. Su objetivo es capacitar a un millón de mujeres y jóvenes programadoras para 2030.