Son muchos los retos a los que nos enfrentamos por cuestiones sanitarias. Las epidemias actuales en el mundo, por ejemplo, representan un gran desafío para los sistemas de salud. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 22% de la población, unos 1600 millones de personas viven en lugares donde las crisis prolongadas -provocadas por factores como la sequía, el hambre, los conflictos y el desplazamiento de la población- y los servicios de salud débiles las dejan sin acceso a una atención médica básica.
El contexto donde salta una epidemia es crítico. En 2019, República Democrática del Congo (RDC) sufrió uno de los peores brotes de ébola de su historia, que se saldó con más de 2.000 muertes. Unas de las provincias más castigadas fueron Kivu del Norte e Ituri, sacudidas por la violencia de grupos armados. Esta situación complicó aún más el control de la epidemia.
Pero el ébola no es la única de las epidemias actuales en el mundo a las que se ha enfrentado recientemente RDC. Actualmente, el país sufre el peor brote de sarampión de la última década, según la OMS, que se ha cobrado la vida de 6.300 personas hasta el momento.
La epidemia se produce cuando una enfermedad contagiosa se propaga rápidamente entre un grupo de población. Cada enfermedad requiere una actuación específica y necesita de distintos mecanismos de prevención, respuesta y tratamiento.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el brote de ébola de 2014-2016 en África Occidental fue el más extenso y complejo desde que se descubrió el virus en 1976. Se saldó con casi 30.000 personas infectadas y 11.000 muertes.
Su tasa de mortalidad oscila entre el 50 % y el 90 %. El ébola no se transmite por el aire, sino a través del contacto con animales infectados o por el contacto de fluidos corporales de personas.
Los síntomas más comunes son la fiebre, debilidad intensa, y dolores musculares, de cabeza y de garganta, vómitos y diarrea, erupciones cutáneas, deterioro de las funciones renales y hepáticas y, en algunos casos, hemorragias internas y externas.
Se puede tratar con la terapia de reemplazo de fluidos o con la diálisis renal, las transfusiones de sangre y la terapia de reemplazo de plasma. Además, existe una vacuna experimental, denominada rVSV-ZEBOV, que según la OMS ha demostrado proporcionar una gran protección contra este virus.
Según la OMS, unos 3.200 millones de personas están en riesgo de contraer la enfermedad. En 2018 se produjeron 228 millones de casos y 405.000 muertes, en su inmensa mayoría en África subsahariana.
Es una enfermedad que puede causar la muerte, aunque se puede prevenir y curar. Se transmite por la picadura del mosquito Anopheles. Provoca fiebre, dolor articular y de cabeza y vómitos. La lluvia, el calor y la humedad favorecen la multiplicación del mosquito.
Los niños de corta edad, las embarazadas y los viajeros no inmunes procedentes de zonas libres de paludismo son particularmente vulnerables a la enfermedad en caso de infección. El 70 % de las muertes se producen en niños menores de cinco años, según la OMS.
El uso de mosquiteras tratadas con insecticida son un medio importante para controlar la malaria.
Según datos de 2018 de la Organización Mundial de la Salud, hasta ahora han muerto 35 millones de personas; solo en 2017, murieron 940.000 y 1,8 millones se contagiaron. Se le denomina virus de inmunodeficiencia humana. Va debilitando el sistema inmunitario. Pueden aparecer infecciones; la más frecuente es la tuberculosis, principal causa de muerte entre las personas con VIH.
La región más afectada es el África subsahariana. El virus se transmite por vía sexual, a través de transfusiones de sangre contaminada, por el uso compartido de materiales quirúrgicos contaminados, o de madre a hijo durante el embarazo, el parto o la lactancia. Puede haber una fase asintomática que puede durar hasta 10 años. Se puede prevenir usando preservativo en las relaciones sexuales, cerciorándose de la buena calidad de la sangre antes de una transfusión y tomando precauciones antes de usar instrumentos quirúrjicos. Las combinaciones de antirretrovirales o terapias combinadas ayudan a combatir el virus. El tratamiento es la forma más eficaz de prevención. Reduce la probabilidad de transmisión hasta en un 96%.
Según la OMS, cada año se producen entre 1,3 y 4 millones de casos de cólera, y entre 21.000 y 143.000 muertes por esta causa. Es una enfermedad diarreica aguda que, si no se trata, puede causar la muerte en cuestión de horas. Está provocada por la ingesta de agua o alimentos contaminados la bacteria Vibrio cholerae.
El mayor riesgo se da en las comunidades superpobladas y los entornos de refugiados caracterizados por un saneamiento deficiente y por la contaminación del agua para beber. Según la OMS, más de 1800 millones de personas en el mundo beben agua de fuentes contaminadas con heces que pueden contener el cólera, y 2400 millones no disponen de instalaciones de saneamiento adecuadas. En el 80% de los casos en que se presentan síntomas, son leves o moderados y se tratan con soluciones de rehidratación oral; un 20% padece diarrea acuosa aguda con deshidratación grave. Si no se da tratamiento, esta puede ocasionar la muerte. El suministro de agua potable y el saneamiento son fundamentales para controlar la transmisión del cólera y de otras enfermedades transmitidas por el agua.
En las últimas décadas ha aumentado enormemente la incidencia de dengue en el mundo. Alrededor de la mitad de la población del mundo corre el riesgo de contraer esta enfermedad. Según cálculos de la OMS, se producen 390 millones de infecciones por dengue cada año. Aunque hubo un descenso del número de casos durante 2017 y 2018, en 2019 se está observó un fuerte aumento.
Se trata de una infección vírica transmitida por mosquitos que se presenta en los climas tropicales y subtropicales de todo el planeta, sobre todo en las zonas urbanas y semiurbanas.
No hay tratamiento específico, pero la detección oportuna y el acceso a la asistencia médica adecuada disminuyen las tasas de mortalidad por debajo del 1%. La enfermedad presenta síntomas gripales y puede evolucionar a un cuadro potencialmente mortal denominado dengue grave.
Se recomienda utilizar mosquiteras, ropa de manga larga, repelentes, materiales tratados con insecticidas, espirales y vaporizadores durante el día, que es cuando pica el mosquito.
El sarampión es una enfermedad grave y muy contagiosa causada por un virus. Antes de que se generalizase el uso de su vacuna, se producían epidemias cada 2 o 3 años que llegaban a causar cerca de dos millones de muertes al año. A pesar de existir una vacuna segura y económica, en 2017 el sarampión causó 110.000 muertes en el mundo, la mayoría entre niños menores de cinco años. La cifra, no obstante, ha mejorado mucho con respecto al año 2000, cuando se produjeron 545.000 muertes por esta enfermedad.
Entre 2000 y 2017, la vacunación contra el sarampión disminuyó la cifra de defunciones en un 80%. En total, se evitaron 21,1 millones de muertes, lo que la convierte en una de las mejores inversiones en salud pública.
Los niños pequeños y las mujeres embarazadas sin vacunar son quienes corren mayor riesgo de sufrir el sarampión. Sin embargo, puede infectarse cualquier persona que no esté inmunizada. Más del 95% de las muertes por sarampión se registran en países con bajos ingresos per cápita e infraestructura sanitaria deficiente.
El trabajo de ACNUR consiste en proporcionar a los refugiados la protección sanitaria que necesitan a través del acceso a medicamentos, vacunas, tratamientos y asistencia.
Al inicio de una emergencia, las prioridades de ACNUR y sus socios son la vacunación, la asistencia alimenticia y el control de enfermedades contagiosas y epidemias, entre otros.
Todos los años, entrega miles de mosquiteras para combatir la malaria. Además, trabaja en la prevención de enfermedades como el ébola, a través de medidas de higiene que evitan el contagio y medidas sanitarias como la realización de chequeos médicos para detectar los posibles casos en su fase inicial.
ACNUR también proporciona puntos de agua limpia para evitar la propagación del cólera en sitios como Yemen, donde las infraestructuras y conductos de agua destruidos por las bombas se han convertido en un foco de contagio.
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