El 23 de mayo de 2017, la conocida como la batalla de Marawi en la ciudad filipina del mismo nombre dejó a 360.000 personas fuera de sus hogares. Un año después del asalto, familias como la de Saadodin siguen sin poder volver a sus casas.
Saadodin Riga, de 19 años, estaba estudiando Biología en la universidad cuando se desató la batalla armada en las calles de Marawi y los integrantes se apoderaron de los edificios públicos, incluido el hospital. El joven cruzó sin éxito la ciudad para localizar a sus padres y hermanos.
A medida que la lucha se alargaba, su familia decidió abandonar su hogar y huir con lo puesto. A las afueras de la ciudad, se encontraron con Saadodin bajo una nube de humo. Entre ellos, su hermano Saminodin de 9 años, quien tiene convulsiones y tiene que desplazarse en silla de ruedas.
"Tuve que cargarlo sobre mi espalda mientras huíamos. Las bombas comenzaron a caer del cielo", recuerda Saadodin con un miedo evidente en sus ojos. "No sabíamos qué hacer. No sabíamos cómo íbamos a escapar". Pero la familia de Saadodin siguió caminando y, tres días después, encontraron refugio en un centro de evacuación en Saguiaran, a pocos kilómetros.
Como ellos, al menos 360.000 personas huyeron tras la batalla de Marawi del 23 de mayo del año pasado, convirtiendo la ciudad filipina en un campo de batalla.
Durante cinco meses, las tropas de Filipinas lucharon en las calles para recuperar el control, dejando la ciudad en ruinas. Casas, negocios, escuelas, iglesias y templos quedaron destruidos por el fuego, agujereados por las balas o devastados por las bombas. Algunas, permanecen sin estallar meses después de que Marawi fuera liberada y el miedo hace imposible que miles de familias vuelvan a sus casas.
El 27 de mayo, cuatro días después del comienzo de la batalla de Marawi, ACNUR comenzó a proporcionar lonas, lámparas solares, ollas y material de ayuda a quienes habían tenido que huir.
Desde entonces, familias como la de Saadodin, llevan un año viviendo en salas improvisadas separadas entre ellas por planchas de madera contrachapada. Las lonas de plástico de ACNUR les protegen de la lluvia, pero, a pesar de que están agradecidos por la ayuda, esperan poder volver a su hogar en Marawi, donde la familia Riga dirigía un negocio de venta de aluminio y vidrio. "Espero que podamos regresar porque teníamos nuestra vida allí", dice Saadodin.
Por ahora, Saadodin ayuda a cuidar de su hermano Saminodin y, aunque ha tenido que dejar de estudiar, espera poder retomar su carrera mientras ayuda a su familia a recuperarse. Juntos, racionan la asistencia que reciben del gobierno y se las arreglan con lo poco que tienen. "Mi prioridad es mi familia. Especialmente cuidar a Saminodin", dice.
Este año ha sido muy difícil para ellos, pero Saadodin sigue siendo positivo. Piensa en su hermano y sonríe por estar a su lado. Sabe que la esperanza debe permanecer.