50 años de conflicto entre el ejército y las FARC han expulsado a miles de indígenas colombianos de las tierras donde vivían y cultivaban su comida. Ahora, tribus como los awa se encuentran en peligro de extinción.
En los húmedos bosques colombianos, el líder de la tribu indígena awá mayasquer se dedicaba a cazar, a criar ganado y a sembrar las tierras para dar de comer a su familia. Este pueblo amerindio que habita a ambos lados de la frontera de Colombia y Ecuador está formado por 29.000 personas en todo el mundo, que se ven hoy amenazadas después de que el conflicto en Colombia les quitase sus tierras. Lo único que les queda es una lucha por sobrevivir.
Ignacio tiene 63 años y se levanta cada día a las 3 de la mañana para buscar trabajo como jornalero a una hora y media de distancia en autobús. “Cuando vivíamos en el bosque, trabajábamos la tierra, sembrábamos yuca y teníamos nuestros cerdos”, cuenta su hijo.
Estos indígenas colombianos llamados awá mayasquer están entre los más afectados por el conflicto armado que ha vivido Colombia durante más de 50 años. Sus tierras, al suroeste del país, quedaron atrapadas en el fuego cruzado entre el ejército colombiano y las FARC. Son parte de los más de 7 millones y medio de desplazados que han tenido que huir en Colombia hacia otras áreas o países.
Colombia es uno de los países con más diversidad étnica del mundo: 102 pueblos indígenas diferentes de los que una tercera parte, entre ellos los awá, están en riesgo de extinción a causa del conflicto. “Tienen que considerar que su vida se fundamenta en el grupo. Cuando el conflicto armado llega a su territorio, lo primero que se resiente es su sentido de unidad”, dice Harold Juajibioy, trabajador de ACNUR.
Aunque en 2011, la Corte Constitucional de Colombia ordenó la adopción de medidas cautelares para proteger al pueblo indígena awá, no fue hasta cinco años después cuando el Gobierno entregó 239 hectáreas de tierra a 17 familias awá desplazadas por el conflicto.
Son el primer grupo en ser reubicado, pero sus condiciones de vida están todavía lejos de ser idóneas. Sobre palafitos, estacas de madera que sirven de estructura sobre aguas tranquilas, han construido nuevas casas en un lugar seguro, pero aún no tienen agua, baño o electricidad y unas ligeras bolsas de basura sirven como protección frente a las fuertes lluvias.
Además de territorio, necesitan ayudas económicas para poder sembrar cultivos y comprar ganado, asegura Armando, uno de los indígenas colombianos reubicados: “Hay días que comemos, otros días que solo pasamos con un cafecito. Así estamos”, dice.
La calidad de vida y el territorio no son las únicas pérdidas que amenazan a pueblos indígenas colombianos como los awá. La lengua, las tradiciones y las costumbres tienden a desaparecer con el desplazamiento. “Muchas veces por miedo o autoprotección, no usan su lengua nativa fuera de su territorio. Por la discriminación en los entornos urbanos, sus tradiciones culturales, costumbres y rituales empiezan a desaparecer y deteriorarse”, dice Juajibioy.
Entre las casas a medio construir, sobresale el centro cultural edificado con el apoyo de ACNUR. El sonido de una marimba, un instrumento de percusión tradicional de este pueblo indígena, acompaña a sus habitantes mientras Armando enseña a su nieto cómo tocarlo. “Trajimos la marimba de Nariño. Los mayores me enseñaron a tocarla y ahora yo les enseño a mis hijos, para que nuestra cultura no se pierda”, cuenta. Forma parte de un patrimonio cultural que no deben permitir que se pierda.
Cuando se pone el sol, el jefe de la tribu vuelve tras 18 kilómetros de viaje. Tiene el equivalente a 8 dólares en el bolsillo, apenas suficiente para comprar 12 kilos de arroz para su familia. Aun así, el día de trabajo ha merecido la pena.