El clima extremo ya no es una amenaza futura: es una realidad que está transformando vidas en todo el mundo. A medida que las temperaturas del planeta suben, los patrones climáticos se vuelven más extremos e impredecibles, provocando sequías, inundaciones, incendios forestales y la pérdida de medios de vida. Para millones de personas, estas condiciones no solo significan dificultades: significan tener que abandonar sus hogares y que sus vidas cambien para siempre.
Cada año, millones de personas se ven forzadas a desplazarse dentro de sus países o a cruzar fronteras en busca de seguridad, agua, alimentos y oportunidades. Las comunidades más vulnerables, muchas de ellas en regiones con escasos recursos, son las más afectadas, a pesar de haber contribuido mínimamente a las emisiones que causan el calentamiento global.
Estas personas necesitan ayuda urgente. Están al límite. Ahora son ellas, pero, en cualquier momento, podríamos ser nosotros.
Por precipitaciones intensas y prolongadas, desbordamiento de ríos, deshielo muy acelerado, huracanes, monzones, mareas altas inusuales, tsunamis, huracanes o la ruptura de infraestructuras hidráulicas como presas o diques. Ese exceso de agua puede superar la capacidad de absorción del suelo o de los sistemas de drenaje, provocando que el agua se acumule rápidamente en áreas habitadas o agrícolas.
Además, el calentamiento global está provocando alteraciones climáticas cada vez más extremas, lo que eleva el riesgo de inundaciones.
Las inundaciones pueden tener consecuencias potencialmente devastadoras para las personas, sus viviendas y los ecosistemas. Provocan daños materiales (destrucción de viviendas, carreteras, puentes, cultivos, infraestructuras), pérdidas humanas, desplazamientos de población, impacto ambiental e, incluso, problemas de salud por la posible propagación de enfermedades por el agua contaminada.
El hambre en el mundo no existe por falta de alimentos sino por una combinación de factores económicos, políticos, sociales y ambientales. La pobreza, los conflictos armados, la distribución desigual de alimentos, el clima extremo (sequías, inundaciones, etc.), la falta de infraestructuras, políticas y sistemas económicos injustos, entre otros factores, influyen en la falta de alimentos crónica en muchos países del mundo.
En 2023, aproximadamente 733 millones de personas en el mundo padecieron hambre crónica, lo que equivale a una de cada 11 personas. El hambre y la malnutrición extrema son un obstáculo para el desarrollo sostenible y hacen que las personas que la padecen sean menos productivos, más propensos a enfermedades y más imposibilitados para mejorar sus medios de vida.
La principal es la falta de lluvias fuera de lo normal(déficit de precipitación), pero también otras como las altas temperaturas que aumentan la evaporación del agua del suelo y reducen la humedad y llevan a la escasez de agua también en ríos y acuíferos. También influyen el cambio climático que hace que las sequías sean más frecuentes, intensas y duraderas, la deforestación que altera el ciclo del agua y la sobreexplotación del agua para la agricultura, la industria y el consumo humano.
Tiene consecuencias devastadoras para la población: en la agricultura (menor producción de alimentos, subida de precios e inseguridad alimentaria), escasez de agua potable, daños en el medio ambiente, impacto para salud por el aumento de enfermedades (mala higiene o consumo de agua contaminada), pérdidas económicas (agricultores, ganaderos, industrias, etc.), además de conflictos y desplazamientos de población.