Un refugio de emergencia puede ser el punto de partida para una persona que lo ha perdido todo; tener acceso a una vivienda digna puede ayudar a una familia refugiada a recuperar la normalidad después de años de desplazamiento forzado. El primero te ayuda a sobrevivir; el segundo, a prosperar.
Después de 9 años de guerra en Siria, Hanaa y sus hijas pueden hacer su vida y tener un verdadero hogar. Pero no siempre fue así. La guerra en Siria dejó a Hanaa sin marido y a sus dos hijas, Joudy y Lojain, de 6 y 4 años, sin padre. Con 22 años y dos niñas a su cargo, empezó a trabajar como limpiadora para ahorrar dinero y poder salir de Siria. Sabía que no podía quedarse allí. El viaje a Jordania duró tres meses. Fue muy duro. Las niñas eran muy pequeñas y Hanaa viajaba sola con ellas.
“Cuando decidí salir de Siria por primera vez, sabía que tenía que irme, pero no sabía cómo llegar a un lugar seguro. Estaba muy asustada y cansada".
Hanaa
Cuando llegaron a Jordania estuvieron durante un tiempo en el campo de refugiados de Zaatari. Los campos de refugiados son soluciones temporales, no están concebidos para largas estancias.
Hanaa y sus hijas vivieron durante 6 meses en un refugio de emergencia en Zaatari, gracias al cual pudieron dormir bajo techo durante su primera etapa como refugiadas en Jordania. Además de refugio, recibieron alimento, agua y materiales de emergencia, como mantas o ropa: lo mínimo para garantizar unas condiciones de vida dignas.
Cualquier persona aspira a tener un espacio propio y seguro para descansar por la noche y para poder llevar una vida normal. La familia de Hanaa no es diferente.
“Antes de la guerra, nuestra vida era maravillosa. Vivíamos en una casa muy bonita, rodeada de nuestros familiares. Nunca imaginamos que la belleza se desvanecería tan rápido y que la vida daría este vuelco”.
Hanaa.
Después de Zaatari, Hanaa, Joudy y Lojain fueron a Zarqa, una ciudad al norte de Jordania. Este traslado fue posible gracias a un proyecto puesto en marcha por ACNUR que proporciona a las familias ayuda en efectivo. Se trata de una cantidad estipulada que las personas refugiadas como Hanaa reciben mensualmente. Les permite adquirir exactamente lo que necesitan, pagar el alquiler, poner comida en la mesa o comprar medicamentos para sus hijos. Es una cantidad pequeña y limitada, pero suficiente para dar a las familias refugiadas una cierta sensación de autonomía y normalidad.
Hanaa y sus hijas pudieron, finalmente, dejar atrás el campo de refugiados y empezar una nueva vida en un un hogar estable y seguro. Ahora, sus hijas pueden tener una infancia normal. Hoy, viven en una modesta casa de dos habitaciones situada en un pequeño edificio.
En una de las habitaciones hay una cocina y un sofá. En la otra habitación, la única con una ventana, comen, duermen y pasan tiempo juntas cuando las niñas no están en la escuela. Hanaa ha hecho todo lo posible para que el lugar resulte cómodo y acogedor. De la ventana cuelgan unas cortinas y en la nevera hay algunos imanes de frutas muy coloridos.
“Cuando llegué por primera vez a Jordania, estaba muy feliz de llegar a un lugar seguro, pero al mismo tiempo tenía miedo de no poder adaptarme a la situación. Afortunadamente, poco a poco las cosas han ido mejorando".
Hanaa.