Acceso a servicios y oportunidades para un normal y saludable desarrollo físico, mental y social. Protección especial en diferentes áreas y condiciones de dignidad y libertad. Estos son...
Acceso a servicios y oportunidades para un normal y saludable desarrollo físico, mental y social. Protección especial en diferentes áreas y condiciones de dignidad y libertad. Estos son algunos de los principios que establece la Declaración Universal de los Derechos del Niño ratificada por la Asamblea General de la ONU en el año 1959.
Y es bueno recordarlos ahora que se cumple, como cada 20 de noviembre, el Día Mundial de la Infancia, una fecha elegida para que todos los países del mundo reflexionen sobre el bienestar infantil y se preocupen por promover políticas en función de un desarrollo adecuado de todos los niños del mundo.
Y en 1989 se aprobó la Convención de los Derechos del Niño, considerado el más universal de todos los tratados internacionales y donde se especifica de manera detallada todos los derechos de los niños y las niñas: los que tienen que ver con una vida digna, acceso igualitario a la educación y la salud, el derecho a jugar y a la vida familiar, la protección ante la discriminación y la violencia.
Lamentablemente, en muchas partes del mundo la infancia continúa con graves problemas en todos los segmentos a los que se refieren los tratados internacionales. Por eso que en este Día Mundial de la Infancia es importante tener en cuenta el papel que desempeñan tanto el personal docente y sanitario como los padres y las madres, los líderes políticos, los medios de comunicación y la sociedad civil para garantizar ese bienestar integral que los niños y las niñas se merecen.
Entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible que se buscan alcanzar en 2030, el acceso a la educación de todos los niños y niñas es uno de los más importantes. Se trata de garantizar una educación inclusiva, equitativa e igualitaria para toda la infancia, una meta que se vuelve cada más urgente si se tiene en cuenta que los refugiados, personas desplazadas y apátridas (o sea, algunos de los segmentos de población más vulnerables) son los que peor se encuentran en este sentido.
Un informe de 2019 elaborado por ACNUR recogía cifras alarmantes: de los 7,1 millones de niñas, niños y adolescentes refugiados que están en edad escolar, la mitad no asistía a la escuela (3,7 millones). Una brecha que crece en la educación secundaria, donde solo el 24% de los adolescentes refugiados van a la escuela.
Y si bien el porcentaje de escolarizados crece en educación primaria, ya que el 63% de la infancia refugiada asiste a la escuela, tampoco se trata de una cifra demasiado alentadora si se la compara con la población infantil mundial: el 91% tiene acceso a la escolarización. Por lo tanto, queda mucho trabajo por hacer en este sentido y romper con los sistemas burocráticos, las barreras idiomáticas y la falta de fondos para que toda la niñez refugiada pueda tener acceso a la educación que se merece por derecho.
Los matrimonios forzados entre dos personas menores de 18 años (también conocido como matrimonio infantil) son recurrentes en todo el planeta y algo en lo que hay que generar una alerta en este Día Mundial de la Infancia. Según datos de UNICEF, en todo el mundo hay 765 millones de matrimonios infantiles, donde las niñas son las más afectadas ya que 12 millones de ellas, cada año, son obligadas a casarse antes de cumplir 18 años.
Según la alianza mundial Girls Not Brides, las causas del matrimonio infantil hay que buscarlas en la desigualdad de género, las tradiciones de diferentes pueblos que aún persisten y el agudo aumento de los índices de pobreza.
El derecho al juego es un aspecto fundamental a tener en consideración ante el Día Mundial de la Infancia, ya que representa un aspecto básico para el desarrollo cognitivo de los niños y las niñas. Por lo que vetárselos constituye un atentado muy grave contra la infancia.
Pero, lamentablemente, en muchos países todavía se sigue usando mano de obra infantil en situaciones de auténtica explotación laboral. Como sucede en la República Democrática del Congo, donde un niño tiene que cargar 50 kg de arena para ganar 0,60€. O en otros países en los que miles de niños y niñas quedan en soledad absoluta, sin familia, y no les queda más remedio que ponerse a trabajar para poder comer. Los peligros de someter a la infancia a la explotación laboral ya fueron advertidos por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), sobre todo porque les impide recibir la escolarización básica y fundamental que todo niño y toda niña debe recibir y, además, porque puede ser muy destructivo para su desarrollo físico y moral, con secuelas que en muchos casos persistirán en el futuro y en la adultez.
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