Poco antes del mediodía del 25 de abril de 2015, un terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter sacudió Nepal, destrozando poblaciones enteras. Más de 8.600 personas perdieron la vida...
Poco antes del mediodía del 25 de abril de 2015, un terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter sacudió Nepal, destrozando poblaciones enteras. Más de 8.600 personas perdieron la vida en la tragedia en Nepal, y más de medio millón de familias se quedaron sin hogar. Un terremoto de esta magnitud siempre es un desastre, pero en este caso, al tratarse de un país pequeño y empobrecido que vive fundamentalmente de la agricultura, las consecuencias fueron catastróficas.
Hoy queremos hablar de Jhankridanda, una localidad rural al sur de Katmandú. Las cifras de su tragedia son similares a las de otras comunidades. En ella vivían 3.000 personas en un total de 447 casas, de las cuales un 99% quedaron destruidas. Ocho personas murieron, 30 resultaron heridas y miles de animales de granja fueron enterrados vivos. Dhan Bahadur, uno de los protagonistas de esta historia, perdió su cabra y dos de sus tres búfalos. “Mi familia está a salvo. Es lo único que me importa. La vida es así. No puedo cambiar lo que pasó”, nos cuenta.
A esta tragedia en Nepal se suma el hecho de que la llegada de la época de monzones era inminente, por lo que conseguir refugio y alimento básico para los miles de pueblos que quedaron aislados fue una carrera contra reloj. Además, otro terremoto de 7,3 grados volvió a sacudir el país el 12 de mayo. Los deslizamientos de tierra bloquearon las carreteras, y las comunicaciones se hicieron muy complicadas.
La partida de ayuda para Jhankridanda consistía en 100 lonas, arroz, cubos de plástico y materiales de higiene básicos. Debido a los problemas de comunicación, y a pesar de lo cerca que se encuentra el pueblo de la capital, tardó horas en llegar. Dhan Bahadur esperó durante horas para conseguir ayuda para su familia, y con la ayuda de su hijo de 28 años construyó un refugio improvisado tras el desastre. “Aunque llueva, esta noche no nos vamos a mojar”, nos contaba con un atisbo de sonrisa.
Para ACNUR, la entrega de la ayuda a estas personas fue más complicada que nunca. Nepal es un país sin salida al mar, por lo que no existe la posibilidad de hacerla llegar por la costa. Además, la ruta terrestre consiste básicamente en unas pocas carreteras muy estrechas, muchas de ellas bloqueadas por los corrimientos de tierra. Por si fuese poco, el único aeropuerto internacional del país, en Katmandú, solo tiene una pista de aterrizaje y nueve plazas de estacionamiento.
La parte más difícil fue sin duda socorrer a los pueblos aislados. El terremoto tuvo un total de 230 réplicas durante las primeras tres semanas, que agrietaron laderas y causaron deslizamientos masivos de tierra, que bloquearon las pocas carreteras pavimentadas con las que cuenta el país.
Además, estos corrimientos de tierra soterraron plantaciones agrícolas enteras, la principal fuente de ingresos y sustento de miles de familias, lo que los ha hundido todavía más en la pobreza. Por ello, los voluntarios y los trabajadores de ACNUR recuerdan que el proceso de reconstrucción no llevará meses, sino que será un largo y complicado.
Para ofrecer auxilio al mayor número de personas posible, ACNUR ha creó locales donde entregar lonas o linternas solares, herramientas básicas de supervivencia para las familias que se han quedado sin nada, pero es difícil atender a sus necesidades en circunstancias tan adversas.
La tragedia en Nepal hizo que miles de personas se quedaran sin nada; por eso la ayuda humanitaria sigue siendo tan importante a día de hoy. Sin embargo, las comunicaciones y la situación del país continúan haciendo que el trabajo en este territorio sea muy penoso.
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