El desplazamiento forzoso suele ser el inicio de un largo trayecto en el que miles de personas en el mundo dejan atrás parte de sus vidas. Durante ese trayecto,...
El desplazamiento forzoso suele ser el inicio de un largo trayecto en el que miles de personas en el mundo dejan atrás parte de sus vidas.
Durante ese trayecto, que por lo general no tiene un destino preciso, surgen problemas e inconvenientes añadidos como la falta de alimentación, el riesgo de enfermedades, el acoso, la violencia sexual o la trata de personas, entre otros.
Se necesita una buena dosis de fortuna y perseverancia para llegar sano y salvo al primer sitio que no suponga una amenaza, como por ejemplo los campos de refugiados que intentan dar acogida a las víctimas del desplazamiento forzoso en distintos puntos del planeta. Por fin han dejado de huir.
Sin embargo, eso no significa que todo haya terminado. Cuando un refugiado llega a uno de estos lugares, suele llevar a cuestas el drama de la guerra, el duelo de lo perdido y el cansancio que ha supuesto el largo recorrido hasta allí.
Huda Al-Shabsogh, más conocida como Tita, es una trabajadora social que se encarga de la acogida y la atención de los cientos de refugiados que cada semana desembarcan en la isla griega de Lesbos huyendo de la guerra.
En los últimos meses ha tenido contacto directo con miles de ellos, la mayoría menores de entre 14 y 17 años. Su función consiste en prestarles atención básica y ayudarles a buscar soluciones individuales para instalarse o trasladarse.
“Todos necesitan asesoramiento y atención, pero algunas veces simplemente quieren hablar contigo”, cuenta Huda. “Cuando llegan al campamento, ya sea por tierra o cruzando el mar, están muy asustados”.
Huda y el resto de los voluntarios que trabajan en el campamento de Lesbos son un buen ejemplo de solidaridad y empatía, dos valores que deben caracterizar a todos aquellos que se encargan de la difícil misión de recibirlos.
Estos mismos valores parecen motivar a cientos de voluntarios alemanes que desde octubre pasado colaboran con la identificación, la atención y la acogida de unos 1.000 refugiados en el Centro Internacional de Congresos de Berlín.
Allí, la Oficina Regional de Sanidad y Asuntos Sociales ha acondicionado un complejo para el alojamiento temporal de estas personas.
“La disposición de los voluntarios alemanes es realmente asombrosa”, afirma Ronald Bank, uno de los líderes de la misión. “Ayudan, donan su tiempo libre y brindan todo su apoyo y empatía”, agrega.
De diferentes edades y con empleos y estudios diversos, estos grupos de voluntarios alemanes se encargan de distribuir la comida caliente dentro del complejo, repartir la ropa y los abrigos, orientar a los refugiados y hasta servir de consejeros si hace falta.
Otros profesionales van más allá. Tras la crisis alimentaria desatada en algunas ciudades del suroeste de Siria que se encontraban aisladas, un convoy de 49 vehículos cargados de alimentos básicos finalmente pudo adentrarse en la zona y repartir los productos entre la población, compuesta en gran parte por niños.
En Madaya, la población más afectada, cerca de 40.000 personas habían permanecido atrapadas en sus hogares por temor a perder la vida. Los alimentos escaseaban, al igual que los productos de primera necesidad.
“Es desgarrador ver a tanta gente hambrienta”, afirma Sajjad Malik, voluntaria del equipo que pudo acceder al corazón de la ciudad. “Hace frío y está lloviendo, pero a la vez hay entusiasmo porque estamos aquí con comida y mantas”.
Otros grupos de trabajadores humanitarios han accedido a ciudades que se encuentran asediadas con el mismo objetivo, como por ejemplo Foa y Kefraya. Sin embargo, en el último año solo un 10% de las solicitudes de ingreso a estas zonas han sido aprobadas por las fuerzas en combate, lo que dificulta la atención y la asistencia.