Septiembre es el mes de la vuelta al cole para muchos niños y niñas de todo el mundo, incluyendo a los niños y niñas refugiados. Sin...
Septiembre es el mes de la vuelta al cole para muchos niños y niñas de todo el mundo, incluyendo a los niños y niñas refugiados. Sin embargo, 3,7 millones de ellos no tienen acceso a uno de los derechos humanos fundamentales: una educación de calidad, según el informe de ACNUR Reforzando la educación de los refugiados en tiempos de crisis.
Según este informe, el número de refugiados que acceden a estudios de educación secundaria y universitarios es notablemente inferior al número de refugiados que acceden a estudios de educación primaria:
La educación de los refugiados se ve afectada por barreras que dificultan su acceso a los distintos niveles educativos. Trabajar para ayudar económicamente a sus familias, la explotación, el matrimonio infantil, la violencia sexual y de género, el embarazo adolescente, el desplazamiento forzoso o la falta de fondos son algunos de los obstáculos a los que se tienen que enfrentar los niños y niñas refugiados para acceder a la educación.
Aunque el aumento de los refugiados escolarizados en educación primaria ha sido notable, lo cierto es que los estudiantes de secundaria y universitarios siguen siendo pocos. La brecha de escolarización es mayor a medida que avanza el nivel educativo. Para mejorar e impulsar la educación de los refugiados, especialmente la educación secundaria, el plan de ACNUR contempla:
Gracias al acceso a la educación, los menores no pierden sus oportunidades de futuro, adquieren nuevos conocimientos, se relacionan con otros niños y adolescentes y mantienen la esperanza frente a la realidad que viven.
No solo los alumnos se enfrentan a barreras y obstáculos en materia de educación, sino que los profesores y profesoras también se encuentran con problemas a la hora de enseñar a los alumnos.
Muchos de ellos no disponen de material adecuado para impartir sus clases. En ocasiones, ni siquiera cuentan con un aula o tienen demasiados estudiantes en clase y muy poco espacio. Es el caso de Patrick Abale, un profesor de la Escuela Primaria Yangani, en Uganda, cuya clase está compuesta por 200 alumnos: hay 5 niños por pupitre y 1 libro para cada 18 alumnos.
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Las profesoras, además, tienen que hacer frente a otro tipo de problema: la brecha de género. El número de maestras que dan clase a los refugiados desciende entre preescolar y secundaria. Un ejemplo de esta situación se da en Chad, donde el 98% de los profesores de preescolar son mujeres, mientras que en secundaria tan solo hay un 7%.
En Honduras la situación también es grave. Las escuelas se encuentran bajo amenaza. “Vivimos con miedo, pero lo más importante es que no sabemos a quién acudir para obtener ayuda”, explica Ernesto, un profesor de 48 años de Honduras. “Algunos maestros han tenido que mudarse a otros lugares, a otras escuelas. Han sido desplazados por la violencia.” Que los profesores se sientan seguros donde imparten las clases es vital para que los niños puedan aprovechar todos los beneficios de recibir una educación.
Los profesores necesitan una red de apoyo y oportunidades para desarrollarse y los niños refugiados necesitan profesores que les motiven para que puedan alcanzar sus sueños.
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