Cuando las temperaturas descienden algo aparentemente tan sencillo como una manta o un calefactor puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Cuando has tenido que huir de tu hogar prácticamente con lo puesto, cuando no tienes un techo en el que resguardarte... tu vida se puede convertir en una auténtica pesadilla.
El invierno provoca un mayor sufrimiento a las personas que lo han perdido todo y luchan por sobrevivir. Esta es la situación a la que se enfrentan millones de personas refugiadas y desplazadas en el mundo. Por eso, ayudar a las familias a llevar mejor las bajas temperaturas es uno de los principales objetivos de ACNUR durante el invierno.
Colabora con ACNUR para que podamos darles algo de calor en la estación más dura del año.
Hay países del mundo donde las temperaturas en invierno pueden llegar a ser extremas y donde, además, hay una gran cantidad de personas desplazadas y refugiadas que no tienen las condiciones necesarias para protegerse del frío. ACNUR ayuda a estas personas a sobrellevar el invierno de la mejor manera posible. Los países en los que ACNUR tiene la campaña de invierno son:
Más de un millón de sirios han regresado a su país desde la caída del régimen de Assad en diciembre de 2024. A pesar del panorama incierto, ACNUR está reanudando gradualmente sus servicios, ya que, más de 16 millones de personas ya necesitan asistencia humanitaria. Las áreas clave de atención son la distribución de artículos básicos de socorro, paquetes de refugio para ayudar con las reparaciones de viviendas, asistencia en efectivo, asistencia de protección, en particular apoyo legal, protección infantil y protección contra la violencia de género, junto con programas de medios de vida.
ACNUR en Líbano se esfuerza por mantener un espacio de protección digno para 1,5 millones de refugiados en medio del deterioro de las condiciones socioeconómicas, centrándose en soluciones integrales alineadas con los marcos globales brindando protección, junto con asistencia en efectivo.
En Jordania, hay unos 600.000 refugiados (el 90% son sirios), de los cuales casi la mitad son niños y más del 23% tienen necesidades específicas. ACNUR brinda asistencia en efectivo, protección mediante documentación y apoyo legal, alojamiento y energía, como la instalación de paneles solares en los campamentos de Azraq y Zaatari.
La guerra en Ucrania ha provocado víctimas mortales, separación de familiares y pérdida de hogares y empleos. Los daños en la infraestructura civil han interrumpido el suministro y el acceso al gas, la electricidad y el combustible. Los ataques con misiles, cohetes y drones siguen poniendo en riesgo la seguridad de millones de ucranianos. ACNUR continúa ayudando a las personas afectadas por estos ataques, proporcionando primeros auxilios psicológicos, material para refugios de emergencia, asistencia financiera de emergencia, artículos básicos de socorro, y asesoramiento legal a las familias afectadas. ACNUR también apoya a otras personas vulnerables que necesitan apoyo humanitario y contribuye a las labores de recuperación temprana, incluyendo la reparación de viviendas dañadas por la guerra.
En Moldavia, donde aún residen alrededor de 130.000 ucranianos, nos centramos en el alojamiento, la protección, la asistencia financiera y el suministro de artículos esenciales como mantas y lámparas solares.
Tras más de cuatro décadas de conflicto, 9 de cada 10 afganos viven en la pobreza, el desempleo aumenta vertiginosamente y los servicios públicos son insuficientes para satisfacer las necesidades de la población. Desde que el Gobierno de Pakistán anunciara un "Plan de repatriación de extranjeros ilegales", más de un millón de afganos han regresado a su país.
ACNUR apoya a los que regresan ampliando la capacidad de respuesta en los cruces fronterizos y los centros de cobro para brindar asistencia de protección ante los retornos y deportaciones a gran escala desde Pakistán. Además, insta a todos los países a garantizar retornos voluntarios, seguros y dignos. ACNUR y sus socios están presentes sobre el terreno brindando asistencia, incluyendo ayuda en efectivo a los refugiados retornados y a quienes se ven obligados a regresar y que puedan tener graves problemas de protección, especialmente mujeres y niñas. Las áreas de enfoque clave de ACNUR son el alojamiento, los medios de vida y la protección (incluyendo la salud mental y el apoyo psicosocial).
Ella es Olga, una madre de 36 años originaria de Mykolaiv (Ucrania) que huyó de su país junto a su madre, de 74 años, y su hijo Anton, de apenas 6 años, Olga dejó atrás todo lo que conocía para buscar seguridad en Moldavia, un pequeño país que ha acogido a más de 123.000 refugiados, la mayoría mujeres y niños. Cuando Olga llegó a Moldavia, recibió una cálida bienvenida y apoyo esencial de ACNUR, incluida ayuda en efectivo, kits de invierno, lámpara solar, kits básicos de higiene y ropa de cama. “El invierno es especialmente difícil para nosotros. No sólo tenemos que hacer frente al alquiler, sino también a los elevados costes de los servicios públicos”, relata Olga. Su apartamento, situado en la planta baja, es frío y húmedo, lo que hace que calentar el espacio sea una tarea casi imposible con recursos limitados.
La familia debe recurrir a medidas drásticas para ahorrar, calentando el hogar solo por breves momentos. “Esto es una verdadera lucha”, confiesa Olga. “Por eso, la ayuda que recibimos es inmensamente valiosa. Tener artículos esenciales como ropa de cama extra nos alivia un poco la carga. Antes, sólo teníamos un juego de sábanas por persona, y asegurarnos de que se lavaran y secaran rápido era todo un desafío, especialmente con el frío”.
Aunque la población moldava les ha acogido muy bien, asegura que su única esperanza es volver a casa lo antes posible. "Hemos llegado a apreciar este lugar, la gente es cálida y acogedora... pero siempre queda la nostalgia de volver a casa", cuenta Olga. Mientras sueña con regresar a Ucrania, Olga se dedica a cuidar de su hijo Anton, quien recientemente comenzó su primer año de primaria y a formarse para labrar su propio futuro.
Foto: © ACNUR/Mark Macdonald.Ziagul Rahimi, de 25 años, perdió a sus padres y ahora vive en la aldea rural de Fooladi (Afganistán) junto a la familia de su hermana. No hay transporte público donde vive, así que la población tiene que depender de minibuses o taxis. A menudo tardan hasta dos horas en llegar a la ciudad y a su escuela. Está estudiando un curso de matronas dirigido por ACNUR y un socio local. El programa ayuda a combatir las altas tasas de mortalidad materna e infantil formando a mujeres jóvenes para que trabajen como profesionales sanitarias cualificadas en aldeas remotas, que pueden quedar aisladas durante meses a causa de las condiciones meteorológicas extremas y las fuertes nevadas invernales.
Ziagul explica: "Me enteré del programa por unos amigos y decidí presentarme. El proceso de solicitud fue muy duro, pero maravilloso, ya que me aceptaron". Y es que los solicitantes tuvieron que someterse a varias pruebas y entrevistas, y de entre 400 aspirantes, Ziagul consiguió una de las 40 plazas disponibles ese año. Las alumnas seleccionadas proceden de varios distritos de las provincias de Bamyan y Daikundi, y se desplazan a estudiar a la ciudad de Bamyan.
La joven ve en sus estudios de matrona una gran oportunidad, no sólo para ella, sino para su comunidad: "Me encantaría trabajar para ayudar a mi pueblo". Explica que a veces el programa le resulta duro porque tiene que recorrer un largo trayecto hasta la escuela en el pueblo, y tiene que compaginar sus clases con muchas horas de estudio en casa, además de hacer las tareas domésticas. Al igual que Ziagul, todos los participantes en el programa proceden de zonas rurales, donde el acceso limitado a la atención sanitaria puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. Ella dice que ésta es una de sus fuerzas motrices: "Cuando me gradúe, me gustaría conseguir un trabajo en una zona alejada de la ciudad, cubriendo aldeas en las montañas y valles remotos".

En febrero de 2022, Natalia estaba de baja por maternidad en su trabajo de peluquera cuando comenzó la guerra en su país, Ucrania. "A las seis de la mañana empezaron los bombardeos. Oíamos las explosiones y a la gente gritar. A las tres de la tarde decidimos que teníamos que irnos. Vimos misiles volando en todas direcciones. Estábamos muy asustados".
La huida hasta un lugar seguro no fue fácil: "Había muchos aviones volando bajo, oíamos sirenas, disparos y bombardeos. Tuvimos apagones durante muchas horas y pasamos las noches en refugios, escuchando los bombardeos en Odesa."
Natalia huyó con sus dos hijos a Moldavia en busca de seguridad. "En cuanto cruzamos a Moldavia, se hizo el silencio. Bajábamos de las montañas, viajábamos de noche, y vi la ciudad resplandeciente, con luces por todas partes. Fue una sensación indescriptible. No pudimos acostumbrarnos al vuelo de los aviones durante mucho tiempo. Fue muy difícil. Por lo demás, no pasa nada, ya nos hemos acostumbrado".

Ahora se encuentran en un Centro de Alojamiento para Refugiados, apoyado por ACNUR y sus socios. En Moldavia han encontrado la paz que necesitaban y en este centro, un lugar seguro con un equipo de personas que les han acogido: "Les estoy muy agradecida por ayudarnos, por acogernos a vivir aquí, por alimentarnos".
Aunque Moldavia trajo una sensación de seguridad, los retos de ser una persona refugiada persisten y su deseo de que la guerra acabe también. Ahora Natalia pasa la mayor parte del tiempo cuidando de sus hijos, especialmente de su recién nacida Xenia, mientras espera a que su hijo mayor consiga plaza en la guardería, ya que no hay capacidad suficiente en el país. Con el invierno y las bajas temperaturas, Natalia es consciente de las dificultades que tiene esta estación y más teniendo un bebé, con el que no podrá salir mucho a la calle pero, al menos, tiene un lugar en el que estar protegida del frío.
"No está claro cuándo acabará todo esto en Ucrania. Al principio estaba esperando y pensaba que volveríamos a casa, que todo iría bien. Es muy triste, echo de menos mi hogar. Pero entiendo que tenemos que vivir y seguir adelante."
En lo alto de las montañas de Bamyan (Afganistán), el agricultor Alijuma Nikbakht, de 55 años, y su familia viven en una nueva casa con un calefactor tradicional, llamado bukhari. Alijuma, su mujer y sus seis hijos vivían antes en una vieja casa de barro y madera casi en ruinas. La nueva casa de dos habitaciones tiene un bukhari nuevo que les permite pasar el invierno protegidos del frío.
Esto es posible gracias a ACNUR y su socio local, la Asociación Social Técnica de Watan que han ayudado a 14 familias de la aldea de Qala-e-Sabzi, en la zona montañosa de Bamyan, con refugios y bukharis.

"Nuestro nivel de vida ha mejorado mucho, y en lugar de tener sólo lo básico, como una casa caliente, podemos tener nuevos sueños y planes, como electricidad o un sistema de tuberías para llevar agua potable a la aldea."
Alijuma Nikbakht