Son los hijos de quienes se vieron forzados a huir, llevan toda una vida escuchando hablar de una tierra que nunca pisaron y llevan el peso de ser refugiados de segunda generación. Es la historia de millones de afganos. Algunos, han vuelto a una tierra desconocida.
Cuando Hasanat, de 8 años, volvió a Afganistán, supo que era su hogar. Su padre había caído enfermo, pero su madre se negaba a regresar. No tuvo miedo y emprendió solo el viaje de vuelta. "Estaba vendiendo frutas y verduras en el mercado de Karachi [en Pakistán]. Cuando vi algunos camiones cargados con afganos, pregunté a dónde iban. Dijeron que volvían a Afganistán. Supliqué 'Quiero ver a mi padre en Afganistán' y me dejaron subir".
En la frontera, fue a buscar agua al río y cuando regresó, el camión se había ido. Presa del pánico, sobrevivió dos días mendigando comida y durmiendo en la calle hasta que un amable comerciante le escuchó llorar. El hombre se ocupó de él, lo alimentó y contactó con ACNUR. Con suerte y trabajo, el personal de ACNUR localizó a su familia en el norte de Afganistán. "Sueño que toda mi familia se reencuentre algún día en Afganistán, cuando las cosas mejoren", suspira el padre de Hasanat, agricultor en una provincia afectada por la sequía.
"Afganistán es ahora mi hogar. Estoy feliz y nunca me iré", dice el pequeño retornado del exilio.
Cuando la familia de Aisha fue amenazada por los talibanes para que no enviaran a su hija a la escuela, decidieron huir de Kabul. Su madre, quien no sabía ni leer ni escribir, buscaba un futuro mejor para su hija: "Quiero que mi hija se aferre a sus sueños, estudie mucho y tenga una vida mejor que la mía".
Ahora, Aisha tiene 13 años, sueña con convertirse en doctora y han decidido volver. Está entre las mejores estudiantes, por lo que disfrutó de una beca de ACNUR para estudiar en una aldea de Pakistán. De vuelta del exilio y con el apoyo de ACNUR, el Ministerio de Educación ha hecho posible que Aisha y miles de niños como ella puedan inscribirse en las escuelas de Kabul.
En Afganistán, los ataques de los talibanes han destruido cientos de escuelas y muchos padres han sido amenazados por enviar a sus hijos, especialmente hijas, a la escuela. Cientos de alumnos y profesores han sido asesinados y la falta de oportunidades de educación hace que muchas familias de refugiados duden si volver del exilio.
Safia tenía 7 años cuando fue forzada a casarse con un viudo de 55 años para resolver una disputa familiar. A pesar de lo chocante, la suya no es una historia aislada. El matrimonio infantil es una práctica tradicional en las zonas rurales de Afganistán, donde se calcula que más de la mitad de las niñas menores de 16 años están casadas.
Poco después, los trabajadores de ACNUR encontraron a Safia abandonada en la calle. Había sido golpeada, maltratada y usada como sirvienta por la familia de su marido. Cuando avisaron a las autoridades locales, disolvieron el matrimonio y Safia pudo volver con su familia e ir a la escuela: "No quiero casarme".
A pesar de las dificultades, Afganistán, el país de las guerras de nunca acabar, ha ido progresando en lo que va de siglo. Desde 2001, la inscripción escolar ha aumentado de 900.000 a más de 6 millones y el número de escuelas se ha duplicado.
Muchos de ellos, como Safia, Aisha y Hasanat son retornados desde el exilio en Pakistán o Irán.