Millones de refugiados han dejado sus hogares para buscar una oportunidad en Europa. Para llegar al viejo continente, muchos se embarcan en un trayecto peligroso y el agotamiento y el...
Millones de refugiados han dejado sus hogares para buscar una oportunidad en Europa. Para llegar al viejo continente, muchos se embarcan en un trayecto peligroso y el agotamiento y el miedo se convierten en sus compañeros de viaje. Hoy queremos contarte la historia de una familia siria y de la odisea que vivieron para llegar a las costas de Europa. Así podrás entender, a partir de sus vivencias, el peligro que muchas veces acompaña a estos refugiados.
Dara, Naleen, Lamar y Pulat salieron de Siria después de pagar a un contrabandista alrededor de 2.500 dólares en concepto de transporte. Él les aseguró que todo iría bien y que los cuatro llegarían sanos y salvos a su destino. Embarcaron en un pequeño bote junto con otras 40 personas rumbo a la isla de Lesbos.
La travesía fue muy dura. La embarcación comenzó a sufrir problemas, y la familia empezó a pensar que las cosas no saldrían bien. Lamar, de solo dos años de edad, se agarró fuertemente a su madre y no pudo evitar recordar las explosiones que sacudieron su casa en Siria y que, al igual que entonces, la habían llenado de miedo.
Aunque el desenlace pudo haber sido fatal, finalmente el bote llegó a la costa. La familia no pudo contener las lágrimas de alegría y llamaron a sus familiares para decirles que ya estaban en Europa. A pesar de que habían cumplido su sueño de llegar al viejo continente, solo les quedaban unas pocas pertenencias y algo de dinero.
“Creíamos que no íbamos a llegar vivos”, nos cuenta Naleen, madre de dos hijos. “Tuvimos mucho miedo. Fue una sensación indescriptible. Si hubiésemos caído al agua, nadie nos habría rescatado”.
Dara y Naleen huyeron junto a sus hijos de Kobane, un pequeño pueblo kurdo en la frontera con Turquía. Los familiares que se han quedado allí les van informando poco a poco de la situación. Sus hogares han quedado destruidos por ataques aéreos en la zona. “Cuando recibí las fotos de mi casa y vi que la habían destruido, me derrumbé y lloré”, nos cuenta Naleen enseñándonos las fotografías en su teléfono. “Vendí mi dote para tener mi propia casa, para que mis hijos pudieran crecer tranquilos, y ahora todo se ha ido”.
Pero el viaje de esta familia no acaba aquí. Tras llegar a las costas griegas, debían tomar un autobús que nunca llegó. Por ello, tuvieron que caminar 70 kilómetros en dirección a la capital, Mitilene, con los niños y las pocas posesiones que les quedaban a la espalda.
Por ahora se encuentran a salvo, pero es posible que su viaje no haya acabado. Dara y Naleen son protagonistas de una historia que se repite entre los refugiados que buscan una oportunidad en Europa y que, para llegar, arriesgan sus vidas en viajes tan peligrosos como este. Muchos de los refugiados son niños, que crecerán fuera de sus hogares y que solo buscan un sitio tranquilo donde poder llevar una buena vida alejada de la violencia, el miedo y el agotamiento.
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