Con la pesadilla de la II Guerra Mundial y el Holocausto aún muy recientes en la memoria, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobaba en 1948 la Declaración...
Con la pesadilla de la II Guerra Mundial y el Holocausto aún muy recientes en la memoria, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobaba en 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH). En su artículo 14 se introducía una simple afirmación, pero que tenía un significado capital para todos los que habían sido víctima de persecución por su condición étnica o su pensamiento político durante el conflicto: "En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país".
En la práctica, este artículo supuso que los países miembros de la ONU deban, al menos de manera temporal, recibir en algún lugar a las personas que huyen de la persecución o el peligro.
La Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 añadía a esto el principio de no devolución, que prohíbe que los refugiados sean expulsado o devueltos en las frontera de países donde su vida o libertad corra peligro a causa de su raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social o de sus opiniones políticas.
Cerca de 3 millones de personas son solicitantes de asilo en la actualidad, lo que les ha permitido estar temporalmente a salvo de algún tipo de persecución gracias a la introducción de este derecho en la legislación de más de 140 países. Europa es el continente con un mayor número de solicitantes de asilo, con cerca de 1.400.000 personas.
Los países de la Unión Europea, junto con terceros países como Suiza, Noruega e Islandia, comenzaron a coordinar su política de asilo humanitario desde la Convención de Dublín en 1990. La conocida como Regulación de Dublín es el mecanismo que determina qué país de los firmantes debe acoger a cada uno de los solicitantes de asilo que llegan a las fronteras europeas.
El asilo político, a pesar de haber sido integrado legalmente de forma universal en 1948, es una práctica que ha acompañado a la humanidad desde tiempos inmemoriales. La propia palabra asilo proviene del griego clásico, asilon (ἄσυλον), y hacía referencia a un edificio o lugar inviolable, generalmente un templo.
Las palabras del filósofo griego Platón escritas en su obra Las Leyes ya nos hablan de cómo este pueblo tenía una concepción muy desarrollada del asilo humanitario: "Toda falta cometida contra el huésped es una de las más graves faltas que pueden cometerse contra una divinidad vengadora. El extranjero, de hecho, aislado de sus compatriotas y su familia debe ser el objeto del más grande amor de parte de los hombres y de los dioses. Por ello se deben adoptar todas las precauciones para no cometer ninguna falta contra los extranjeros".
El hecho de los grandes profetas de las religiones judía, cristiana y musulmana. Abraham, Jesucristo y Mahoma fueran, en cierto modo, exiliados en su tiempo, hizo que el asilo formara parte de la tradición de estas tres religiones, al menos desde una perspectiva moral.
La primera vez que el derecho de asilo fue plasmado en una legislación escrita fue en la Francia revolucionaria, concretamente en el artículo 120 de la constitución de 1793, en el que se determinaba que: "(La República Francesa) da asilo a los extranjeros desterrados de su patria por la causa de la libertad. Lo niega a los tiranos".
Durante el siglo XIX, países como Bélgica o el Reino Unido acogieron a numerosos solicitantes de asilo, algunos tan célebres como Karl Marx, que residió en ambos países tras ser expulsado de su Prusia natal.
Tras los desastres acaecidos en el curso de la II Guerra Mundial, el reconocimiento del derecho de asilo permitió que éste dejara de ser una excepción otorgada en contados países para convertirse en un derecho universal que beneficia a millones de personas en todo el planeta.
Ayuda a los refugiados