La educación es un derecho humano, un bien público y una responsabilidad colectiva que es fundamental para lograr un compromiso activo con la paz. El derecho a la educación está en el artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que exige que la educación primaria sea gratuita y obligatoria. Por otro lado la Convención sobre los Derechos del Niño, adoptada en 1989, da un paso más, al estipular que los países deberán hacer que la educación superior sea accesible para todos.
La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 24 de enero el Día Internacional de la Educación para valorar el papel que desempeña para la paz y el desarrollo. Es imposible que los países logren alcanzar la igualdad de género ni romper el ciclo de pobreza sin una educación de calidad, inclusiva y equitativa para todos y con igual de oportunidades de aprendizaje a lo largo de toda la vida.
En la actualidad, según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), hay 244 millones de niños, niñas y jóvenes sin escolarizar, 617 millones no pueden leer ni tienen los conocimientos básicos de matemáticas y aproximadamente el 16 % de la población mundial es analfabeta. Es especialmente preocupante la situación de las niñas sobre todo en la zona del África Subsahariana donde menos del 40 % completan los estudios de secundaria de ciclo interior. Hay que destacar que unos 4 millones de niños, niñas y jóvenes refugiados no pueden asistir a la escuela. Si esta situación no cambia, muy difícilmente, estos niños y niñas puedan salir de la pobreza y tener un futuro prometedor.
La educación es la herramienta más poderosa para abordar los retos que cada año acechan a la sociedad. En la edición de 2025, el Día Internacional de la Educación se conmemora bajo el lema "Inteligencia artificial y educación: preservar la autonomía en un mundo automatizado". Este año, la UNESCO nos invita a reflexionar y promover un debate mundial sobre el lugar que ocupa esta tecnología en la educación. Tal y como explica Audrey Azoulay, Directora General de la UNESCO: "La IA ofrece grandes oportunidades para la educación siempre que su implantación en la escuela se guíe por principios éticos claros. Para revelar todo su potencial, esta tecnología debe complementar, y no reemplazar, las dimensiones humanas y sociales del aprendizaje. Debe ser una herramienta al servicio de profesores y estudiantes para proporcionarles autonomía y bienestar".
Y es que a medida que los sistemas informáticos y de inteligencia artificial se vuelven más sofisticados, los límites entre la intención humana y la acción automatizada se difuminan.
Aunque muchos de los avances tecnológicos actuales hayan replanteado la forma de enseñanza en el mundo, la importancia de la educación sigue siendo innegable de cara a la formación de los ciudadanos en el siglo XXI.
Una buena parte de los profesionales de este sector reclama desde hace años un cambio en los sistemas de enseñanza en todos los niveles, sobre todo si tenemos en cuenta que muchos de ellos son herederos de modelos basados en la autoridad y se diseñaron en contextos como la Revolución Industrial, cuando lo importante no era la calidad del aprendizaje sino la cantidad y la cuantificación de los resultados. Hoy, por fortuna, sabemos que esto ya no es así. La educación reclama un giro rotundo de sus métodos y herramientas, pues los alumnos habitan un mundo más dinámico, ágil y con múltiples posibilidades de proyección.
En el siglo XXI, la educación seguirá transformando vidas y generando cambios en todas las áreas. La tecnología no reemplazará la labor educativa como tal; simplemente, la hará más eficaz ante las necesidades de los ciudadanos del siglo XXI.
De hecho, la ONU, a través la UNESCO, ha diseñado la Agenda de Educación Mundial, que pretende implementar hasta el año 2030, y en la cual se abordan temas como el acceso a la educación, la cobertura, las herramientas y su calidad en el mundo.
La importancia de la educación será todavía más significativa en regiones y países marcados por la desigualdad, la pobreza, la ausencia de derechos fundamentales, la falta de justicia y la exclusión social, entre otros factores.
Es más, ya lo estamos viendo: en los campos de refugiados y centros de acogida ubicados en sitios donde se han registrado crisis humanitarias, la educación de niñas, niños, adolescentes y jóvenes se ha convertido en el mejor recurso para superar esta situación y dotar a los afectados de nuevas alternativas de supervivencia.
Nadie cuenta con una receta definitiva ni con una fórmula mágica. Cada lugar tiene necesidades educativas que deben ser cubiertas de manera específica. No obstante, sí pueden señalarse algunos rasgos que debería tener la educación del siglo XXI para que se convierta en un motor de desarrollo:
En último término, la importancia de la educación en el siglo XXI radicará en su capacidad para transmitir valores que nos ayuden a construir una sociedad más justa, igualitaria, dinámica y diversa, acudiendo a los diversos recursos tecnológicos que nos proporciona el mismo contexto.
Cerca del 49% de la niñez refugiada, es decir, casi la mitad de esta población, no asiste a la escuela. La infancia desplazada y refugiada es tremendamente vulnerable, por lo que las aulas se convierten en un lugar seguro y estable. Por eso, ACNUR hace un gran esfuerzo para garantizar que todos tengan acceso a una educación de calidad.
La educación permite reconstruir comunidades y llevar vidas productivas y lo hace de diversas maneras:
La educación de las niñas y niños refugiados es uno de los pilares del trabajo de ACNUR. Dentro de los campos de refugiados montan escuelas, forman a profesores, facilitan formación profesional a los adolescentes y ponen en marcha espacios especiales de juego para los más pequeños. Colaboran con gobiernos y organizaciones internacionales para garantizar modelos educativos protectores y de calidad, tanto para la niñez como para la juventud refugiada y desplazada en todo el mundo.
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