Niños refugiados: una huida sin mirar atrás Niños refugiados: una huida sin mirar atrás

Niños refugiados: una huida sin mirar atrás

Imagina que una noche tienes que escapar de tu casa con tus hijos y que puede que no volváis jamás. Dentro de esas cuatro paredes dejarás muchos...

17 de febrero, 2016

Tiempo de lectura: 3 minutos

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Imagina que una noche tienes que escapar de tu casa con tus hijos y que puede que no volváis jamás. Dentro de esas cuatro paredes dejarás muchos recuerdos importantes de momentos buenos que habéis pasado en familia y que han formado parte del crecimiento de los más pequeños. Esta es la situación que viven miles de personas cuyos derechos no están garantizados en su lugar de origen y que tienen que hacer la maleta con unas pocas pertenencias para embarcarse en una aventura hacia un nuevo país en el que no saben si serán bien recibidos o cómo se desarrollará su vida allí.

Muchas de estas personas son niños pequeños que no entienden los conflictos políticos o económicos de su país y que aun así tienen que escapar a toda prisa de sus casas dejando atrás los recuerdos de los primeros años de su vida, a sus amigos e incluso a parte de su familia. En ocasiones solo tienen tiempo de coger un único objeto que les acompañará durante su viaje y que guardarán con cariño mientras vivan, porque será lo último que les una a su lugar natal.

Niños refugiados: últimos recuerdos

¿Cuáles crees que son estos últimos recuerdos que los niños refugiados se llevan antes de marcharse de su país? Hoy queremos contarte la historia de tres pequeñas refugiadas y de lo que se llevaron de sus casas antes de emprender su huida.





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May, 8 años, originaria de Siria

Era de noche en Damasco cuando May y su familia tuvieron que salir a toda prisa de su casa para emprender un viaje sin destino fijo. Nuestra protagonista nos cuenta que lo único que rescató de su antigua vida fueron unos cuantos adornos: “Las pulseras no son mis cosas favoritas. Mi objeto favorito es mi muñeca Nancy, pero con las prisas la olvidé sobre mi cama”, nos cuenta mientras luce cuatro pulseras que llegarán a significar mucho para ella.

Leila, 9 años, originaria de Siria

niños refugiados leila

Con el ruido atronador de los tanques —a los que Leila teme más que a los aviones, porque según sus palabras “pensaba que iban a por mí”— como banda sonora de su marcha, la pequeña solo tuvo tiempo de llevarse sus pantalones favoritos, que por suerte llevaba puestos ese día y solo los había lucido dos veces más. Nuestra protagonista tiene claro que la próxima vez que se los ponga será en una ocasión especial.

Fideline, 13 años, originaria de la República Democrática del Congo

niños refugiados fideline

Esta pequeña asistía al colegio en su país de origen y cada día forjaba su futuro junto a sus compañeros con un cuaderno que no quiso dejar atrás cuando la vida que conocía tomó un nuevo rumbo. “Hemos sufrido mucho. Quiero estudiar para ser alguien”, nos contaba. Si hubiera podido, a Fideline le habría gustado coger también su mochila, sus zapatos y sus lazos favoritos para el pelo.

Para nosotros no son más que objetos, pero para las protagonistas de nuestras historias unas pulseras, un pantalón o un simple cuaderno son, junto a sus recuerdos, lo único que las une a su país de origen. Ahora han iniciado un viaje hacia la que será una vida mejor para ellas, pero estos objetos se convertirán en un bien muy preciado cuando crezcan.

Los niños refugiados son los más afectados por la situación de su país y por la huida que se les impone. En el mundo hay millones de niñas refugiadas que, como May, Leila o Fideline, han dejado atrás una vida y cuya historia hemos querido ilustrar mediante un objeto que siempre representará un vínculo con su origen.

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