El rostro de Françoise es la cara más amarga de la explotación infantil. Con solo 14 años, lleva toda una vida huyendo de la guerra. Ahora, desplazada en otra región del país, hace lo que puede para sobrevivir. Allí, muchos de niños se han convertido en mano de obra barata y en la única opción de subsistencia para miles de familias.
Los enfrentamientos étnicos en la República Democrática del Congo han llevado a miles de civiles a una situación crítica. Elegir entre huir o morir. En la provincia de Tanganika, al sureste del país, buscan protección en sitios precarios y superpoblados alrededor de la ciudad de Kalemie, donde la arena es un material de construcción común que se vende a muy bajo precio.
Cada vez más personas huyen hasta allí y la lucha por el sustento ha provocado que muchos niños se vean obligados a trabajar. Al igual que Françoise, han tenido que abandonar la escuela y aceptar cantidades ínfimas de dinero para mantener a sus familias. Como en todas las crisis humanitarias, allí también los niños son los peor parados de esta situación aunque sólo en ocasiones aparecen en los medios de comunicación.
Cada día, Françoise se levanta a las 4:30 de la mañana para transportar sacos y sacos de arena. Ella no está sola. Cada amanecer, un ejército de niños pulula por las calles vacías en las afueras de Kalemie. Algunos, apenas llegan a cumplir los 5 años. En un buen día, pueden ganar 30 céntimos por cada 25 kilos de arena.
Su jornada, de tres horas y media por la mañana, y otras tres a última hora de la noche apenas le dejará unos cuántos céntimos. Pero sus padres no tienen otra opción. Prefieren que sus pequeños tengan que transportar arena durante horas a no tener nada que darles de comer.
“Nuestros padres nunca nos hicieron trabajar así. Nos cruzábamos de manos y ellos nos traían comida”, cuenta el padre de Françoise, quien también transporta arena junto a su hija. Su dolor se refleja en su rostro.
“Todos los que estamos aquí solíamos estar en la escuela; ahora trabajamos para ganar dinero y poder comer”, cuenta Françoise quitándose arena del cabello. Sus pequeños brazos, apenas logran sostener el equilibrio tras varias horas repitiendo el camino: “Todos nos quejamos porque la arena pesa y nos cansamos. Me siento mal, me duelen las piernas y tengo dolor de cabeza todo el tiempo”.
ACNUR ha prestado asistencia a las personas desplazadas en Kalemie, distribuyendo materiales para construir albergues y suministros básicos. Pero la falta de fondos hace imposible satisfacer las necesidades más básicas de familias como la de Françoise, que luchan por sobrevivir. Entre todos, podemos ayudar a que tengan un futuro.
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