Víctimas de conflictos armados, los niños refugiados, a veces también llamados niños de la guerra, suman la mitad de quienes han tenido que huir de su país para salvar su vida. Antes de cumplir los 18, se enfrentan a las situaciones más complicadas; la violencia, el miedo, los abusos y la pérdida de seres queridos serán huellas difíciles de borrar.
Tras 5 años de conflicto, la guerra siria ha quitado la vida a más de 12.000 niños. Muchos, como el pequeño Aylan, perdieron su vida en el Mediterráneo. La mayoría, nunca fue portada de un periódico.
Cientos de niños ya han nacido en el exilio donde se arriesgan a no poder tener un documento de identidad. Es el caso de los niños sirios huérfanos de padre, a quiénes su madre no puede transmitir la nacionalidad. Un riesgo que puede convertir a cientos de pequeños en apátridas.
Frente a una tasa global de escolarización del 90%, sólo el 50% de los niños refugiados va al colegio, convirtiéndose en un sueño para miles de ellos. Después de meses o años sin poder volver a las aulas, desplazados y refugiados tienen una oportunidad en los campos.
Aprender a leer y a escribir, a estar con otros niños y los conocimientos para desenvolverse en la vida. Todo ello resulta vital para estos niños de la guerra, que no siempre cuentan con un padre y una madre para poder ayudarles.
Omaima, una niña refugiada siria de sólo 15 años, lucha contra el matrimonio infantil en el campo de Zaatari para evitar seguir viendo cómo compañeras de tan sólo 13 años dejan el colegio para casarse. El matrimonio infantil es, muchas veces, la única salida de sus padres para asegurarles un futuro.
La falta de suministros, cultivos arrasados o precios 20 veces por encima de lo normal dificultan el poder tomar los alimentos y nutrientes necesarios. La única solución es escapar. En su huida, pueden pasar días alimentándose de lo que encuentran en el camino. Las tasas de desnutrición en los países en guerra en África reflejan esta realidad.
Sus consecuencias: la complicación de enfermedades como la malaria o el cólera o problemas de crecimiento como el del pequeño Omar, quien dejó de crecer a sus 5 años.
En el camino para huir de su país, los niños de la guerra no siempre acabarán acompañados por sus padres. Huérfanos o separados de sus seres más queridos, que no han podido cruzar las fronteras, ahora se encuentran solos ante el mundo. Son menores no acompañados.
Historias con finales felices como la del pequeño Marwan que se despistó al cruzar la frontera y se dedicó a seguir a un grupo de refugiados con tan sólo 4 años, o la de esta pequeña familia de niños huérfanos en Chad, que han encontrado entre ellos el apoyo necesario.