En Idomeni, una pequeña localidad griega cercana a la frontera con Macedonia, muchas familias refugiadas siguen esperando una solución a su situación. Ante las precarias condiciones en las que viven, cuando las fronteras europeas se van cerrando, las puertas de algunas casas griegas se han abierto para ayudar a estos refugiados que permanecen atrapados en Grecia.
Esta mujer de 82 años, que sobrevive con una pensión de 450 euros y la ayuda de sus hijos, ahora se ha convertido en una abuela para muchas familias sirias e iraquíes que pasan por su casa para comer, dormir o darse una ducha. La casa de Panagiota se ha convertido en un hogar temporal y de paso para estas personas que han llegado sin nada a Europa. Ella misma sabe lo que eso significa, puesto que cuando era niña también tuvo que abandonar su casa a causa de la guerraSegunda Guerra Mundial. “No teníamos ni cubiertos, pan o ropa. Lo único que teníamos eran los camisones que llevábamos puestos”, recuerda.
Baraa, un refugiado iraquí que va a diario a casa de Panagiota con sus hijos, nunca olvidará lo que esta mujer ha hecho por ellos. Cada día, gracias a ella, comen un plato caliente y pueden descansar y ducharse en su casa. Para Panagiota, lejos de suponer una carga, esta compañía le ha cambiado la vida. “Hablo con ellos y me río, a pesar de que no nos entendemos”, afirma la anciana, que considera a los refugiados como su familia y asegura que seguirá ayudándolos mientras pueda. Su mayor deseo para ellos es que se ponga fin a esta guerra: “Basta ya de esta guerra. La gente no tiene la culpa de nada”, afirma tajante.