La madre de Mohamed está haciendo cola para recibir una ración de sorgo, lentejas y aceite para cinco días. Pero los refugiados saben por experiencia que estas cantidades duran poco y que las hojas de árboles, raíces y bayas son una manera de complementar estas escasas raciones.
Alrededor del campo, hay árboles de betel o datileras del desierto. Los niños se suben a ellos y arrojan las ramas verdes, mientras los niños más pequeños desde el suelo arrancan las hojas tiernas. Miles de ellos faltan a la escuela para ir a buscar comida, lo cual preocupa a ACNUR, que ha recordado a los líderes comunitarios la importancia de que los niños vayan a clase regularmente.
Mohamed ayuda a su madre cuidando de sus cinco hermanos menores y sirviendo la comida, y pasa las tardes recogiendo hojas. “Estas no han sido masticadas por los camellos”, explica, sosteniendo un puñado de ramitas en la mano, “mi madre las cocinará con el sorgo que recibamos hoy”.
El árbol de betel tiene hojas comestibles pero son amargas. Algunos niños sufren dolor de estómago después de comerlas.
La caída de un niño de uno de estos árboles a una altura de entre 15 y 23 metros podría ser fatal. Recientemente dos de ellos, de aproximadamente ocho años, murieron en los campamentos de Gendrassa y Kaya. Otros niños sufren lesiones al trepar, y hay padres que envían a sus hijos a los hogares de donde huyeron para ayudar a cultivar parcelas familiares.
“Desde febrero de este año el número de alumnos matriculados ha descendido a unos 20.000 en comparación con los 30.000 del año pasado”, estima Jockshan Foryoh, responsable de educación de ACNUR. Durante más de un año, Foryoh ha dirigido las intervenciones de ACNUR en materia de educación, convirtiendo tiendas de campaña que servían de aulas en estructuras semipermanentes; proporcionando libros y demás material escolar; contratando y formando profesores; ofreciendo cursos de inglés y distribuyendo uniformes para casi todos los alumnos de las escuelas de los campamentos.
“La escasez de alimentos está impidiendo a los niños asistir a la escuela con regularidad. Esto obstaculiza nuestros esfuerzos por promover el desarrollo de los niños y formar sus habilidades, capacidades y resiliencia, desde la infancia pasando por la adolescencia hasta la edad adulta” lamenta Foryoh. “Si no conseguimos que los niños sigan yendo a la escuela, 2014 habrá sido un año perdido”.
El hambre provoca el 45% de las muertes en menores de 5 años. Muchas veces, los niños llegan con síntomas de desnutrición a los campos de refugiados. ACNUR ofrece tratamientos nutricionales especiales y suplementos nutricionales para niños y para mujeres en periodo de lactancia. En coordinación con el Programa Mundial de Alimentos, distribuye comida todos los días a las familias refugiadas.
En un campo de desplazados se proporcionan, de media, raciones de comida suficiente para aportar a cada persona un mínimo de 2.100 calorías al día. Lograr este objetivo se convierte amenudo en un reto por la falta de fondos o por las malas condiciones de salud en las que llegan los refugiados a los campos.