Desde el comienzo de la crisis, más de 2,5 millones de personas se han visto desplazadas en todo el norte de Etiopía y casi 60.000 personas han cruzado la frontera con Sudán. Más de la mitad de los que han tenido que huir de sus hogares son niños. Muchos, incluidos los refugiados eritreos que vivían en Tigray, ya habían estado desplazados anteriormente.
El país sufre escasez de alimentos, agua potable, refugio, medicinas y combustible. La mayoría de las líneas telefónicas y de Internet no funcionan. La población es muy vulnerable al hambre, la pobreza y la enfermedad. Además, la COVID-19 también ha tenido un impacto devastador en las personas desplazadas.
ACNUR ha ampliado su presencia en toda la región a través de una red de oficinas de protección. Hasta octubre de 2021, la Agencia ha proporcionado artículos básicos de emergencia a 30.000 hogares (150.000 personas) en las regiones de Tigray, Amhara y Afar, incluyendo mantas, cubos, jabón, utensilios de cocina y mosquiteras.
"Los artículos que hemos recibido me permiten mantener limpio a mi hijo, llevar agua a mi familia y lavar nuestra ropa".
Alganesh, desplazada interna en Abi Adi, Tigray.
Alganesh, de 23 años, huyó de su hogar en Kafta Humera hace más de seis meses. Encontró refugio en un sitio para desplazados internos en Abi Adi, en Tigray. Es madre de un niño y está embarazada del segundo. En Abi Adi, ACNUR ha distribuido artículos de primera necesidad a 250 hogares. Muchas de las personas que han recibido ayuda tienen necesidades específicas, como madres embarazadas y lactantes.
Como Alganesh, Muley, en la foto, también está embaraza. Huyó de su pueblo natal en Dansha Humera, al norte de Tigray, hace nueve meses. Ha estado durmiendo durante la mayor parte de su embarazo en el suelo de una antigua prisión que ahora sirve de lugar para los desplazados internos. Hace dos semanas se mudó a una habitación alquilada más cerca del hospital. "Quería estar más cerca del hospital porque no hay red telefónica y no puedo llamar a una ambulancia si me pongo de parto", explica.
Sólo ha comido "dabo", un pan tradicional, y está preocupada por cómo alimentará a su hijo. "Me siento muy mal. Mi sueño es poder encontrar un trabajo para poder mantener a mi familia", dice.
Abraht, de 23 años, (en la foto de portada) también tuvo que huir de su hogar para escapar de la violencia. Entonces, estaba embarazada de tan solo dos meses. "Caminamos durante cinco días. Pensé que había perdido al bebé, pero gracias a Dios ahora tengo una niña sana", explica. Recuerda que durante el viaje tuvo que beber agua de los ríos y sólo comía pan. Abraht define su huida como aterradora. Cuenta que perdió a su marido, que fue capturado por hombres armados.
Abraht no produce leche, ya que solo come trigo, y no puede alimentar a su bebé. La niña pasa hambre y llora mucho.
Mizan Zemichael es una eritrea de 25 años, refugiada en el campo de Shimelba desde 2014. Hace siete meses tuvo que huir a Addis Abeba debido al conflicto en la región de Tigray. Ahora está registrada en la capital etíope, donde vive con sus dos hermanos menores, Kibrom y Elen.
ACNUR y la Agencia Etíope para Asuntos de Refugiados y Retornados están registrando en Addis Abeba a los refugiados eritreos que huyeron de los campos de Hitsats y Shimelba, en la región de Tigray, que fueron destruidos a principios de este año. También están recibiendo apoyo para abrir una cuenta bancaria para que ACNUR les pueda proporcionar ayuda económica para cubrir sus necesidades más básicas.
Fathma, de 36 años, (abajo en la foto) es una refugiada eritrea en Etiopía. Hace ocho meses que huyó de Shimelba, donde ha vivido durante los últimos ocho años. Como muchos otros refugiados del campo de Shimelba, se encuentran ahora en los campos de Mai Aini y Adi Harush, en el sur de la región de Tigray. Duermen en el suelo de una escuela y están preocupados por su futuro.
"Tenemos miedo, lo hemos perdido todo", explica Fathma. Está cansada de trasladar a sus hijos de un lugar a otro. "Me siento impotente, quiero dar a mis hijos un futuro y la posibilidad de continuar con su educación".
Hay aproximadamente 25.000 refugiados en los campos de Mai Aini y Adi Harush. Allí, la situación es extremadamente grave debido a la falta de acceso a alimentos, agua, salud y otros servicios básicos.
ACNUR sigue muy preocupado por la seguridad y el bienestar de miles de refugiados eritreos afectados por el conflicto en el norte de Etiopía.
ACNUR, el gobierno sudanés y los socios humanitarios están proporcionando asistencia a los refugiados etíopes en Sudán, que incluye el registro, el alojamiento, el agua y los alimentos
Hailu Mehari cruzó la frontera hacia Sudán en noviembre del año pasado junto con su esposa y dos de sus cuatro hijos. Atrás quedó el conflicto que arrasa con la región de Tigray, en Etiopía.
“Perdimos nuestro hogar, nuestra granja, todo. No muestro todo lo que siento porque aún es muy doloroso”, dijo Hailu. Él era propietario de una tierra para cultivo que tuvo que dejar después del estallido de la violencia.
Abdullah Ismail (en la foto), personal de ACNUR, es informado por una colega, Diana Mbabazi Kafuuma, en el campo de refugiados de Um Rakuba, en el este de Sudán. En su primera misión con ACNUR, visitó el campo, creado para albergar a los refugiados etíopes que huyen del conflicto en Tigray. "Me sorprendió mucho la capacidad de resistencia de los seres humanos", dijo.
La historia de Selam, de 19 años, es una historia de resistencia y de afán de superación. Cuando llegó al campo de refugiados de Tunaydbah, en Sudán, creó su propia cafetería. Ella ya tenía una antes de tener que huir de su hogar por el conflicto en Tigray. Selam está decidida a utilizar sus habilidades empresariales para ganarse la vida y la de su familia.
Muchos refugiados del campo han encontrado formas innovadoras e ingeniosas de empezar a reconstruir sus vidas. El campamento, que fue creado a principios de año, ya cuenta con un animado mercado, cafeterías, quioscos, peluquerías y barberías.
Una red de más de 100 personas desplazadas por el conflicto está apoyando a otros desplazados para que se recuperen del trauma y tengan acceso a servicios básicos.
El dolor y el trauma que sufrió Mabret, de 32 años, cuando huyó de su casa le han ayudado a comprender mejor la situación de las personas a las que asiste.
Esta mujer nunca imaginó que se convertiría en un símbolo de esperanza, confianza y fuerza para las personas etíopes desplazadas en un centro de salud de Mekele, la capital de la región de Tigray.
“A veces, simplemente lloramos juntos”.
Mebrat.
Brukti (nombre ficticio por motivos de protección) es una de las 16 enfermeras desplazadas que trabajan como voluntarias en la pequeña clínica de asentamiento de Mekelle, en Tigray, donde han encontrado refugio. El lugar alberga a unos 1.800 desplazados internos que han huido del conflicto en Tigray. En el centro de salud, examinan a los niños para detectar la desnutrición y ayudan a tratar los problemas más comunes, como la tos y la diarrea, pero un gran desafío es la falta de equipos y suministros médicos.
Mihret Gerezgiher, de 25 años, originaria de la región etíope de Tigray, es ingeniera de la construcción y profesora formada que trabaja como voluntaria con ACNUR y sus socios en el campo sudanés de Tunaydbah. Supervisa la construcción y ayuda a las madres refugiadas a obtener tratamiento médico para ellas y sus hijos. Lo dejó todo atrás cuando huyó a un lugar seguro y fue testigo de una violencia espantosa en su viaje. Anhela la paz y la posibilidad de volver a casa.
Ayuda a los refugiados