Pero una nueva oleada de violencia que comenzó la semana pasada derribó la última casa donde vivían y le empujó a él y a los miembros que quedan de su numerosa familia a recorrer 40 kilómetros a través de las montañas hacia el Líbano. “Hemos perdido nuestra patria, hemos perdido todo”, dice Mohammed desde una sala de bodas donde se ha refugiado con otras 60 familias sirias en la ciudad de Arsal. “No hay seguridad en Siria”.
Mohammed forma parte del último flujo de refugiados que ha huido de la guerra en Siria, más de 1.200 familias –unas 6.000 personas- que han llegado a Arsal, en el valle de Bekaa, durante la semana pasada. Estos refugiados se suman a los más de 800.000 que han cruzado a Líbano para escapar del conflicto. Las familias huyen de las zonas próximas a Qalamoun, donde viven unas 200.000 personas. A medida que la violencia prosigue, los habitantes temen que lleguen más refugiados en los próximos días.
ACNUR y sus socios están ofreciendo refugio temporal, mantas, calefactores y otros materiales para ayudar a las familias a sobrevivir. El clima ha sido duro: ayer cayó granizo y todo apunta a que éste será uno de los inviernos más duros en años. En todo Líbano la búsqueda de lugares donde cobijar a todas estas personas en situación desesperada es más urgente que nunca.
“Estamos atendiendo con toda la urgencia que podemos las necesidades que hay en Arsal”, dice Maeve Murphy, coordinadora de ACNUR en la zona. “Estamos trabajando con nuestros socios para ver cómo podemos ayudar a la gente que se ha trasladado a infraestructuras como sótanos y garajes que no son adecuados para este clima que, como se puede ver, es lluvioso y frío”. El martes ACNUR comenzó a levantar tiendas en un pequeño centro de tránsito “para los más vulnerables…hasta que encontremos un espacio mejor para ellos”, añadió.
Arsal, la ciudad a la que están llegando los nuevos refugiados, está sobresaturada. Ya antes de que comenzara este último flujo, más de 30 meses de guerra habían hecho aumentar hasta un 50% la población de 40.000 personas que había en tiempos de paz, hasta alcanzar los 60.000 habitantes.
Al igual que Mohammed y sus parientes, muchas familias sirias ya habían sido desplazadas antes. Alrededor del 80% provienen de Homs. “Dios sabe a dónde nos llevará esta guerra después”, se lamenta una madre siria que huyó a otras dos ciudades con sus cinco hijos antes de verse atrapada en los combates en la ciudad de Qarah, en la zona de Qalamoun.
Muchos de los recién llegados han perdido a miembros de su familia. Mohammed trae consigo a dos niños que han perdido a sus padres en la guerra, y a una chica joven cuyo padre está desaparecido. Él dice que no puede encontrar a su tía y a su abuela. “Empezamos a buscarlas y no las pudimos encontrar. La gente no puede encontrarse unos a otros en este lugar”, dice.
Los refugiados están alojados en cuatro centros colectivos en condiciones de hacinamiento. Uno de los centros es un salón de bodas y otro es una mezquita local. ACNUR y sus socios están facilitando paquetes de alimentos, utensilios de cocina y material higiénico para ayudarles con la limpieza y la cocina. También se está trabajando en edificios locales para aislarlos de la humedad y el frío del invierno.
Los heridos de guerra y las mujeres embarazadas son los primeros en recibir asistencia. Aisha, de 24 años, está embarazada de cuatro meses y quería dar a luz en Siria, por lo que se quedó en Qarah hasta el último momento posible, cuando los misiles empezaron a caer cerca de su casa. Había preparado una habitación para el bebé y había comprado ropas y una cuna. Pero hace unos días tuvo que dejar todo atrás. Aisha acepta la idea de que su hijo nazca ahora como refugiado. Pero teme por el futuro de su familia. “No estoy segura de dónde viviré mañana”, dice.