Los refugiados saharauis llevan 45 años en situación de desplazamiento. La mayoría de los 173.600 refugiados que viven en los campamentos argelinos de Tinduf no han conocido otra vida. Llevan años esperando una solución para volver a su tierra que, de momento, no llega. Tinduf se compone de cinco campamentos que llevan el nombre de ciudades del Sahara Occidental: Bojador, Dajla, El Aaiún, Auserd y Smara.
Los campamentos se encuentran en plena hamada argelina, en mitad del desierto de piedra. Las difíciles condiciones climáticas de la zona, con temperaturas extremas, lluvias torrenciales ocasionales y fuertes vientos, dificultan mucho la práctica de la agricultura y limitan las posibilidades de autonomía productiva. Como consecuencia, existe una gran dependencia de la ayuda humanitaria.
El comercio no genera lo suficiente para cubrir las necesidades básicas de la población. La educación recibe muy poca financiación y los servicios sanitarios son débiles. La mayor parte de los refugiados saharauis necesitan la ayuda humanitaria para sobrevivir.
Según los resultados de la Encuesta sobre Nutrición de 2019, se ha producido un empeoramiento de la mayoría de los indicadores sobre alimentación y nutrición, sobre todo de los relacionados con la desnutrición crónica, es decir, retraso en el crecimiento y anemia.
Un 7,6 % de la población padece desnutrición aguda y un 28 % tiene retraso en el crecimiento. El 50 % de los niños sufren anemia. En las mujeres en edad reproductiva este dato asciende al 52 %.
49 %
mujeres
51%
hombres
38%
menores de 17 años
Las fuertes inundaciones de 2015 arrasaron los campamentos y dejaron a una población de por sí empobrecida en una situación de mayor vulnerabilidad. Más de 17.800 familias perdieron sus casas y todas sus pertenencias. Colegio, hospitales, centros administrativos, puntos de distribución y otras instituciones quedaron totalmente destruidas. Entonces, ACNUR ayudó entonces a financiar un proyecto para reconstruir la zona.
En coordinación con otras agencias de la ONU, ACNUR lleva a cabo proyectos relacionados con la educación, la distribución de alimentos, la mejora de los medios de vida y la autosuficiencia en los campos saharauis.
Desde el año 2008, ACNUR ha concedido 164 becas DAFI a alumnos saharauis para que puedan estudiar. Gracias a ella, Tateh, un joven de 31 años saharaui, accedió a la Universidad de Argel para estudiar Energías Renovables.
Cuando terminó la carrera y el master, Tateh regresó a los campos de refugiados saharauis y construyó un refugio con botellas de plástico rellenas de arena que fuera resistente al calor y a las tormentas del desierto. Le llamaban “el loco del desierto”. Cuando ACNUR conoció su proyecto, le becó de nuevo para que pudiera construir 25 refugios más como ese en los campos de Tinduf.
Sólo el 1% de los refugiados en todo el mundo logra acceder a la universidad. Los que tienen la oportunidad, como Tateh, lo utilizan en beneficio de su comunidad. Ahora, Tateh sigue buscando soluciones innovadoras y respetuosas con el medio ambiente para realizar construcciones para su pueblo. Su mayor deseo es volver a su tierra, pero quiere que el tiempo que estén refugiados su pueblo viva con dignidad.
De los 37,1 millones de dólares necesarios para hacer frente a esta emergencia en 2019, ACNUR solo recibió 17,3 millones. La ayuda humanitaria destinada actualmente a la población refugiada saharaui es insuficiente.
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