En pleno centro del África subsahariana, Sudán del Sur se esconde allí donde pocos lo sabrían ubicar en el mapa. Es, además del país más joven del mundo, uno de los más castigados.
La República de Sudán del Sur se definió a sí misma como “entidad multiétnica, multicultural, multilingüe, multirreligiosa y multirracial”.
Junto al inglés, conviven otros idiomas cooficiales como el yuba, el jur modo, el nuer y otras lenguas regionales. Entre sus creyentes, su pasado animista ha dado paso a un 70% de cristianos, entre los que un 36% rinde culto a la Iglesia Católica y un 20% a la Iglesia Anglicana. Protestantes, practicantes de la Iglesia Copta, animistas y una minoría del islam, entre otras, configuran este crisol multirreligioso.
La inestabilidad política y las sucesivas guerras, sumadas a una climatología adversa, que intercala épocas de sequía con lluvias torrenciales, dejan un país empobrecido, presa del hambre y la violencia.
En 2017, la ONU declaró una hambruna en Sudán del Sur, Somalia, Nigeria y Yemen. Son algunos de los países con mayores tasas de desnutrición en el mundo, que afecta principalmente a los niños debido a la alta natalidad del país. Se calcula que más del 65% de los desplazados dentro de Sudán del Sur aún no han cumplido los 18.
La escasez de fondos en uno de los conflictos actuales más olvidados hace que organizaciones como ACNUR hayan tenido que reducir las raciones de comida a la mitad. Con cada €, es posible llevar comida para una persona durante un día en Sudán del Sur.
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