Junto con otras 38 familias, compartía un espacio reducido en el interior de este buque en el que también había muchos cadáveres. El hedor a descomposición, mezclado con el olor del petróleo crudo y otros productos era insoportable, incluso más de un mes después del tifón.
Las condiciones de vida eran terribles, pero esta madre de cinco hijos y de 34 años no tenía otra opción, al igual que otros 190 supervivientes, la mayoría niños. Sus casas habían sido destruidas y los escombros estaban esparcidos por todas partes. No tenían otro sitio donde refugiarse de la lluvia y los saqueadores que vagaban por la ciudad durante los primeros días de la emergencia.
“Tuvimos que soportarlo todo. No teníamos otro lugar adonde ir", explicaba Rosita, una superviviente del tifón Haiyán, el ciclón más potente de la historia, que dejó más de 6.000 muertos, arrancando árboles y postes de electricidad, y demoliendo incluso estructuras de hormigón a su paso.
Rosita y su familia sobrevivieron a la tormenta refugiándose en un centro de evacuación. Su hogar quedó destruido. Cuando ella y los otros residentes de una zona llamada Barangay 75 vieron la nave varada en medio de un mar de escombros, subieron al barco y se refugiaron allí. Ocuparon hasta el último de sus rincones, incluso en la sala de máquinas.
“Hacía mucho calor por las noches, los mosquitos se dieron un festín con nosotros”, añadió Rosita.
Los supervivientes compartían una única estufa para cocinar las raciones de alimentos distribuidas por el Departamento de Bienestar Social y Desarrollo del gobierno filipino. Llovió durante días, y cuando finalmente pararon las lluvias, utilizaron dos escaleras improvisadas para bajar de la embarcación y dormir entre los escombros junto al casco. Esto resultaba especialmente peligroso para los niños que vivían en el barco.
Algunos residentes locales pusieron en conocimiento de ACNUR la situación de Rosita y los otros supervivientes.
"Cuando nos enteramos de que esta comunidad aún vivía en el barco, contactamos con el PNUD [Programa de la ONU para el Desarrollo], que inmediatamente movilizó a sus trabajadores beneficiarios del programa “dinero por trabajo” para que retiraran los escombros de la zona", explicó Eilish Hurley, de ACNUR, que ha sido desplegada en Tacloban para responder a la crisis. "Esto permitió al ACNUR y su agencia socia CFSI [Comunidad y Servicios a la Familia Internacional] proporcionar tiendas de campaña familiares para los residentes de este barco, a fin de que pudieran escapar de la miseria y peligros de vivir en este buque encallado".
También se distribuyeron lámparas solares, así como mantas y utensilios de cocina para ayudar a las comunidades a establecerse temporalmente en un lugar con unas condiciones de vida más seguras y dignas, mientras se identificaba un sitio permanente.
Un día después de recibir la tienda de campaña, el esposo de Rosita, quien antes de la llegada del tifón trabajaba como asistente en una tienda de electricidad, la montó cerca de la nave que una vez fue su hogar. Rosita charlaba animadamente con sus vecinos y acariciaba su barriga mientras comentaba: "Si este bebé es una niña, voy a llamarla Yolanda", en referencia al nombre local para el tifón.
Tacloban poco a poco va mostrando signos de normalidad. Las carreteras vuelven a ser transitables, las pequeñas tiendas lentamente empiezan a abrir sus puertas y el suministro de electricidad se va restableciendo en algunas partes de la ciudad. No obstante, todavía pueblan el paisaje montones de tejados de chapa de hierro ondulada y acero, trozos de hormigón y madera, también en torno a las tiendas de campaña de Rosita y sus vecinos. Estas zonas están siendo limpiadas poco a poco por las autoridades filipinas y el PNUD.
Cuatro millones de personas todavía continúan desplazadas tras el tifón, y aún pasarán meses e incluso años antes de que algunos de ellos puedan reconstruir sus casas y sus vidas.
Hasta la fecha, ACNUR ha ayudado a más de 306.000 supervivientes del tifón Haiyán, distribuyendo tiendas de campaña familiares, lámparas solares, lonas plásticas, mantas, utensilios de cocina y bidones.
Los artículos más apreciados son los materiales para construir refugios temporales. Las tiendas de ACNUR se han ido erigiendo por toda la ciudad, proporcionando un necesario refugio de emergencia a personas como Rosita. Como ella misma señalaba, estas tiendas de campaña y las lámparas solares le han permitido a su familia, al igual que a muchas otras, tener un pequeño respiro frente a su sufrimiento.