Lo último que Ahmad, refugiado sirio y devoto musulmán, esperaba cuando llegase a Suecia con sus dos hijos adolescentes era acabar viviendo en una iglesia.
El centro que habían habilitado para refugiados en Gotenburgo estaba completamente lleno, por lo que los oficiales se plantearon un alojamiento alternativo para las nuevas llegadas. Ahmad, de 45 años, dice que fue una de las mejores cosas que les han ocurrido en la vida.
“Nos recibieron con mucho amor, compasión y cariño. Eran ángeles”, asegura.
Ahmad vivió en Kuwait durante 30 años. Le iba muy bien y trabajaba en construcción y desarrollo cuando una serie de desafortunados acontecimientos le obligaron a huir. Su mujer se murió el año pasado, tras lo cual perdió su trabajo en Kuwait y con ello su permiso de trabajo y de residencia. De vuelta a Siria, vio cómo su casa en la ciudad de Homs había sido destruida durante la guerra.
En la iglesia conoció a Gabriella y Candel, dos voluntarias de la organización ‘Bienvenidos Refugiados’. Siempre que acudían a la iglesia encontraban a Ahmad barriendo el suelo, jugando con los niños o ayudando con traducciones.
“Siempre estaba sonriendo y deseoso de ayudar”, afirma Gabriella.
La iglesia pronto se quedó sin fondos y no podían permitirse mantener a los refugiados. Gabriela y su mujer, Candel, querían encontrar un lugar mejor para Ahmad y sus dos hijos, Hiba de 16 años y Ali de 18, por lo que decidieron ofrecerles una habitación de invitados que tenían en casa. Aunque había un asunto importante que todavía no habían tratado.
“Le llamamos y le ofrecimos una habitación en casa, y le dijimos que estamos casadas”, relata Gabriella. “Él fue muy educado, pero se quedó algo callado. Pensamos que iba a cambiar de opinión”, añade.
Pero no lo hizo. Igual que Ahmad estaba intentado adaptarse a su nuevo país, también trató de abrir su mente hacia el hecho de que Gabriella y Candel fuesen un matrimonio del mismo sexo.
“Veo lo amables que son, su humanidad, su amor y su gentileza. Ellas cuidan de personas que ni siquiera son de su propio país ni hablan su idioma. Me han devuelto la vida”, afirma Ahmad.
Su intento de conseguir un visado para Suecia no tuvo éxito, por lo que huyó hasta Turquía jugándose la vida en el viaje a Grecia y así poder llegar a Suecia al igual que cientos de refugiados.
Ésta es sólo una de los cientos de familias que han sido acogidas en Europa, rompiendo las barreras culturales e idiomáticas, llenándose de esperanza y de humanidad. Su generosidad es un ejemplo para todo el mundo.
“Hemos extendido la familia, estamos aprendiendo un nuevo idioma, comida maravillosa y otra cultura mientras ellos están adaptándose rápidamente a nuestra sociedad”
Candel, voluntaria en Bienvenidos Refugiados