La educación es una herramienta indispensable para el desarrollo de cualquier persona. Es la base sobre la que se asientan nuestra personalidad, nuestro carácter y la forma en...
La educación es una herramienta indispensable para el desarrollo de cualquier persona. Es la base sobre la que se asientan nuestra personalidad, nuestro carácter y la forma en que miramos el mundo y nos relacionamos con lo que nos rodea.
No es una cuestión de títulos o requisitos; es, por el contrario, el mejor recurso para desarrollar libremente nuestra personalidad y sacar a la superficie nuestros talentos, habilidades, capacidades y fortalezas.
Cuando se trata de la infancia, la educación adquiere mucha más importancia. A edades tempranas se forjan, en buena medida, las personas que más adelante seremos en la vida. De ahí surge la necesidad de que todos los niños accedan desde sus primeros años a una educación de calidad y que garantice el libre ejercicio de su personalidad.
Para muchas sociedades la educación es un derecho; sin embargo, en ocasiones es imposible acceder a ella.
Si esos son, a grandes rasgos, los beneficios de la educación en cualquier contexto, en las crisis humanitarias y las situaciones de emergencia adquieren un valor añadido. La educación de los niños refugiados es un espacio para la esperanza.
Cuando los refugiados alcanzan un lugar donde se les brinda atención básica, como es el caso de los campos de acogida, su estancia suele prolongarse durante meses o años, y en cierta forma deben adaptarse a las circunstancias y buscar nuevas alternativas para su futuro, muchas de las cuales pasan por la educación y la formación.
Esto se aprecia con claridad en los niños. La mejor manera de enseñarles valores como el emprendimiento, la superación personal y la autosuficiencia es a través de una educación básica que en el futuro les permita progresar y les ayude a mejorar su situación personal y la de sus familias.
En los campos de refugiados saharauis, por ejemplo, muchos de los jóvenes que salen a estudiar fuera lo hacen gracias a la educación básica que allí se les brindó desde edades tempranas y que a largo plazo los ha convertido en la única esperanza de sus familias, algunas de las cuales llevan instaladas allí 30 o 40 años.
De ahí que, por ejemplo, ACNUR desarrolle planes para proporcionar educación a los niños de países con problemas de desplazamiento forzoso, como es el caso de Chad, Etiopía, Irán, Kenia, Siria, Malasia, Pakistán, Ruanda y Sudán, entre otros.
En el caso de los adultos, la situación es ligeramente distinta. El acceso a cualquier tipo de educación o formación puede constituir una herramienta fundamental para buscar nuevas formas de subsistencia, tal como ocurre en algunos campamentos donde se les enseña a plantar y cultivar en los terrenos aledaños, entre otras prácticas.
Pero no es la única necesidad. También están los jóvenes que tienen aspiraciones de índole profesional y que sueñan con estudiar una carrera o una formación intermedia para optar a un futuro mejor. ¿Es algo a lo que no pueden acceder?
No del todo. En algunos países como Alemania, el Gobierno ofrece becas para la educación superior de los jóvenes refugiados.
Es el caso de la Academia Albert Einstein, que desde 1992 brinda la posibilidad de que los jóvenes refugiados asistan a las universidades, los colegios superiores y los centros politécnicos que se encuentran en Alemania y en otros sitios de acogida.
Actualmente hay cerca de 75 becarios refugiados en Turquía, de los cuales 70 son sirios. El programa también está presente en otros países de Oriente Próximo y constituye un gran aporte para el desarrollo profesional de estos jóvenes.