Cuando alguien deja su casa a la fuerza, hay muchas cosas que va a echar en falta: un lugar, una prenda de ropa, su propia cama, un libro que le...
Cuando alguien deja su casa a la fuerza, hay muchas cosas que va a echar en falta: un lugar, una prenda de ropa, su propia cama, un libro que le gusta… y más aún cuando la huida ha sido tan rápida que no te ha dejado tiempo para hacer una maleta.
En los últimos años más de 200.000 personas han tenido que desplazarse a Etiopía para huir de una brutal guerra civil en Sudán, y muchos han llegado con las manos vacías. Esta es la historia de algunos refugiados y de lo que más echan de menos de su hogar.
Este hombre de 48 años era sastre en su país. Ahora, ha empleado todo el dinero que tenía para comprar una nueva máquina de coser, con la esperanza de seguir con su trabajo y poder ganar lo suficiente para volver a Sudán. Actualmente vive con dos de sus hijos en un campo de refugiados de Etiopía, esperando recibir noticias de su esposa y sus otros tres hijos, que desaparecieron en el conflicto. Lo que más echa de menos nuestro protagonista es su casa, que fue destruida durante la guerra. Para él, todo lo demás se puede reemplazar, pero nada le traerá de nuevo la casa que construyó él mismo.
Esta joven de 14 años escapó a Etiopía sin sus padres. Ahora vive con otros 48.000 refugiados en un campo. “Extraño mis utensilios de cocina de Sudán. Me encantaba jugar y cocinar con ellos. Aquí la comida no es igual, no tiene buen sabor, pero es todo lo que tenemos”.
Cuando estalló la guerra en su pueblo tuvo que escapar como pudo a través de los bosques. Ahora está casi ciego. “Echo de menos mi cama. Era un lugar cómodo, no como aquí. Por el día no veo, pero por la noche sueño con el campo y el cielo, y con la gente buena que está allí. Echo de menos ver salir el sol. Solía levantarme temprano para verlo. Los ojos son muy importantes para una persona, porque puedes ver a dónde vas, el peligro y la distancia, pero ahora todo se ha ido. No puedo ver mi propio futuro”.
Tiene solo 15 años y vive en un campo de refugiados. Su objetivo es estudiar para convertirse en un político que consiga hacer el bien en Sudán y abastecer a su gente de energía, carreteras y hospitales, en lugar de seguir en guerra. “Extraño mis zapatos y mi ropa. Cuando voy a la escuela no tengo nada que ponerme. Cada día uso las mismas prendas, y estoy siempre descalzo. Tuve que hacer todo el camino desde Sudán sin zapatos. Solía utilizar unos negros con suela blanca, y cuando los llevaba me sentía muy poderoso. Cuando voy al bosque a recoger leña y me duelen los pies, solo puedo pensar en ellos”.
Esta es la historia de la huida de algunos de los refugiados en Etiopía, que tuvieron que escapar de sus casas en Sudán con lo puesto y dejaron atrás recuerdos materiales que hoy echan de menos.
Por último queremos dejarte con este vídeo, en el que conocerás de cerca cómo viven y sueñan los refugiados sirios en Jordania: