Las mujeres africanas cumplen un rol imprescindible en sus respectivas comunidades, a menudo azotadas por la violencia, el hambre y las crisis humanitarias. Según datos de las Naciones Unidas,...
Las mujeres africanas cumplen un rol imprescindible en sus respectivas comunidades, a menudo azotadas por la violencia, el hambre y las crisis humanitarias. Según datos de las Naciones Unidas, de las 1.200 millones de personas pobres que hay en el mundo, el 70% son mujeres. Y las mujeres africanas viven en un continente donde se encuentran 37 de los 44 países más pobres del mundo.
Ante una situación en la que la violencia de género y la falta de acceso a la educación son recurrentes, las mujeres africanas son un ejemplo de sororidad y de solidaridad tanto en zonas rurales como en grandes ciudades y en diferentes campos de refugiados.
La Real Academia Española (RAE) define el término de sororidad como “relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento”. Y es un concepto clave para que los movimientos feministas a nivel mundial consigan reivindicaciones y emprendan un camino exitoso hacia la igualdad de género.
En el caso de las mujeres africanas, la sororidad adquiere especial relevancia porque con la unidad entre ellas se hacen fuertes para salir adelante. Un caso emblemático es el de la monja congoleña Angélique Namaika, quien se dedica a ayudar a las mujeres amenazadas y atacadas por un grupo terrorista denominado Ejército de Resistencia del Señor. “Me importan mucho las mujeres porque veo que la base de la humanidad está en sus manos. Decimos que educar a una mujer es educar a una nación entera", asegura esta monja, que ya ha asistido a muchos miles de mujeres vulnerables y víctimas de la violencia de este grupo extremista.
Namaike tiene su base en la ciudad de Dungu, donde creó la asociación Mujeres Dinámicas por la Paz, un espacio con clases de alfabetización y talleres de panadería, costura, agricultura y fabricación de jabón. Todo destinado a ayudar a las mujeres a desarrollar ingresos y crecer en lo profesional, además de contar con el apoyo del Centro de Intervención Psicológica, un socio local de ACNUR, en la ayuda para herramientas y equipación.
Foni Joyce Vuni tuvo que huir junto a sus padres en 1991 de Sudán del Sur cuando era una niña muy pequeña. Como tenía notas estupendas, pudo tener acceso a la universidad a través de una beca DAFI de ACNUR, formando parte del 1% de la población refugiada con este privilegio. Y dentro de un segmento en el que acceder a la educación superior es muy difícil.
Pero Foni no se quedó ahí, sino que se convirtió en una de las portavoces más activas de las delegadas de la juventud ante la ONU, luchando para que cada vez más mujeres africanas y niñas puedan tener acceso a la educación.
Si bien la sororidad implica una forma de la solidaridad, es útil analizar los dos conceptos por separado para destacar también aquellos casos de mujeres africanas que ayudan a otros seres humanos y cuya solidaridad va más allá de la empatía de género.
Un caso concreto es el de Medina Noah, una mujer de 70 años en Uganda, quien cedió parte de sus tierras a una familia refugiada de Sudán del Sur para que puedan cultivarla y no morirse de hambre. Moro Joel, el padre de esta familia ayudada por Medina, decía que “si alguien te da un terreno, sientes que esa persona es como tu madre o como tu abuela”.
Otro es el de Jacqueline Kamala, de 25 años, es madre de Allegresse, de 11 meses, y Dianne, de cinco años. Huyó de su pueblo con su esposo y encontró refugio en la ciudad de Masisi, al este de la República Democrática del Congo. Ella es voluntaria en la organización de derechos humanos AHCOPDI y hace largas caminatas para visitar a familias desplazadas vulnerables y evaluar sus necesidades.
Y Bouba Mairama, líder de la comunidad de mujeres refugiadas de Gbiti, en Camerún, se ha erigido como una figura clave para miles de desplazados procedentes de la República Centroafricana. Ella misma, en su momento, tuvo que huir de su país ante los crecientes ataques a su comunidad, la etnia peul. Al llegar a Camerún se dedicó a cuidar a otras familias que padecían lo que había vivido ella en su momento, ofreciéndoles agua y comida, ropa y acogida y educación a los menores no acompañados.
Su caso se suma a los de tantas mujeres africanas que continúan poniendo a la sororidad y a la solidaridad como sus prioridades principales. Lo hacen con el objetivo de ayudar a comunidades que siguen padeciendo el azote del desplazamiento y de la violencia, pero que se unen para cuidarse mutuamente.
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