El 10 de diciembre finalizaron los llamados 16 Días de Activismo contra la Violencia de Género que comenzaron el 25 de noviembre, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Estos días son una oportunidad única para renovar compromisos y exigir medidas concretas a los responsables en la toma de decisiones. Y como cierre a estos días queremos centrarnos en las mujeres desplazadas y refugiadas y en su capacidad de transformación y liderazgo ante su complicada situación.
Las mujeres refugiadas representan un poderoso símbolo de resiliencia y capacidad transformadora en medio de situaciones de adversidad y crisis. Desplazadas por guerras, persecuciones o desastres naturales, estas mujeres no solo enfrentan retos únicos, sino que también emergen como líderes en sus comunidades, impulsando una gran transformación.
Las mujeres refugiadas suelen sufrir persecuciones por motivos específicos como la mutilación genital femenina, el matrimonio infantil o la trata de personas. Entre ellos, destaca la violencia de género, que puede manifestarse tanto durante el desplazamiento, en los campos de personas refugiadas, en sus países de acogida o en los de origen, habiendo sido la razón de su huida. Según datos de ACNUR, muchas mujeres y niñas refugiadas sufren explotación, agresiones sexuales como arma de guerra y matrimonios forzados. Además, la falta de acceso a servicios esenciales como atención médica, educación y seguridad económica las coloca en una situación de desventaja y dependencia, sin olvidarnos de la discriminación estructural persistente en muchos países.
En muchos contextos, las normas culturales y de género también limitan sus oportunidades para participar activamente en la toma de decisiones y acceder a recursos que podrían ayudarlas a reconstruir sus vidas. Esto genera un doble peso: la carga emocional y física de ser desplazadas y la lucha constante contra la desigualdad que enfrentan día a día.
A pesar de estas barreras, las mujeres refugiadas han demostrado una extraordinaria capacidad para liderar cambios positivos en sus comunidades. Un ejemplo claro es el de Nujeen Mustafa, defensora de las personas jóvenes refugiadas que, con solo dieciséis años, realizó el viaje de 3.500 millas desde Siria a Alemania en una silla de ruedas con la finalidad de huir de la guerra; o el caso de Deborah, quien fue víctima de violencia y ahora es líder de la Organización de Mujeres Étnicas Refugiadas de Myanmar, donde ayuda a otras mujeres refugiadas a alzar su voz contra la violencia de género.
En los campos de personas refugiadas de países como Kenia o Líbano, las mujeres se han organizado en cooperativas para generar ingresos, brindando apoyo a otras refugiadas y promoviendo la autosuficiencia. También han establecido redes para abordar temas de violencia de género, brindando espacios seguros y sistemas de apoyo emocional para las sobrevivientes.
Es crucial que los esfuerzos humanitarios y de desarrollo reconozcan y apoyen el liderazgo de las mujeres refugiadas, abordando sus necesidades específicas. Esto incluye garantizar su protección contra la violencia de género, proporcionar acceso a educación y oportunidades económicas, y fomentar su participación, y que las necesidades, las prioridades y las voces de las mujeres refugiadas y desplazadas estén presentes en las políticas destinadas a protegerlas y darles asistencia.
En el marco de los objetivos del Pacto Mundial sobre los Refugiados, ACNUR ofrece apoyo técnico y financiero a iniciativas de emprendimiento social lideradas por personas refugiadas y apátridas, y orientadas a favorecer la acogida e integración de personas que han sufrido desplazamiento forzoso y ahora residen en España. A través de esto, ACNUR busca proporcionar oportunidades de participación que permitan a hombres y mujeres influir de manera significativa en la búsqueda de soluciones a las necesidades e inconvenientes que enfrentan.
El objetivo es hacer hincapié en la resiliencia de estas mujeres y cómo esta no solo radica en su capacidad de adaptarse a circunstancias difíciles, sino también en su fuerza para reconstruir vidas y comunidades. Las mujeres refugiadas no solo son sobrevivientes de circunstancias devastadoras; sino que también son importantes agentes de cambio. Apoyar e incentivar su liderazgo no es solo un imperativo ético, sino una estrategia efectiva, incluso gubernamental, para construir sociedades más fuertes y equitativas en tiempos de crisis como el actual a nivel mundial.
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