María, refugiada venezolana de 15 años residente en Trinidad y Tobago, sueña con convertirse en médica. Ha tenido que sortear muchos obstáculos para poder acceder a la enseñanza secundaria. Finalmente, lo ha logrado gracias al programa Equal Place, desarrollado por ACNUR y sus socios, que permite a las personas refugiadas recibir educación en línea. Hoy, María tiene la esperanza de alcanzar su sueño algún día.
El informe de ACNUR Ahora les toca a ellas revela que las niñas refugiadas como María en edad de recibir educación secundaria tienen solo la mitad de las posibilidades de inscribirse a la escuela que sus compañeros de sexo masculino, aunque ellas constituyan la mitad de la población refugiada en edad escolar.
De acuerdo con la UNESCO, si todas las niñas terminaran la escuela primaria, el matrimonio infantil se reduciría en un 14%. Si todas ellas finalizaran la educación secundaria, la cifra se desplomaría un 64%. La educación es especialmente importante para las mujeres y las niñas refugiadas, ya que enfrentan los mayores riesgos del desplazamiento forzado.
La escuela proporciona rutina, normalidad y objetivos y constituye un espacio libre de las presiones y las cargas de la vida refugiada, algo que resulta muy importante para todos los niños y las niñas, pero sobre todo para las niñas, ya que, además, son más vulnerables a la explotación y la violencia sexual y de género.
Djawahir tiene 24 años. En la foto, sostiene a su bebé Houssni en el campo de refugiados de Kounoungou, al este de Chad. Djawahir cursa su último año de enseñanza secundaria en la escuela del campo. Como madre joven, ha podido continuar sus estudios gracias a una guardería que hay en Kounoungou, construida por ACNUR y el Servicio Jesuita a Refugiados. Allí cuidan a los hijos de profesores y estudiantes para que puedan ir al colegio. Todas las mañanas, antes de asistir a clase, Djawahir puede dejar a Houssni en la guardería mientras sus otros dos hijos van a la escuela primaria y al jardín de infancia.
Hay guarderías en 12 campamentos en el este de Chad, que ayudan a unas 320 madres a continuar su educación y a otras 30 a continuar sus carreras docentes. Se trata de un servicio vital. El impacto de la educación en la vida de las niñas es abrumadoramente positivo. Según un estudio del Banco Mundial, cada año adicional de escuela puede aumentar el poder adquisitivo futuro de una niña hasta en un 20 %. Sin embargo, en todo Chad, miles de niñas abandonan la escuela cada año debido al matrimonio precoz y al embarazo.
Las muertes por diarrea representan la tercera causa más frecuente de mortalidad infantil. Si todas las madres concluyeran la educación primaria, se reducirían un 8%, y un 30% si completaran la educación secundaria, según la UNESCO. Estos peligros se agravan en los campos de refugiados por la falta de medidas de higiene. Cuanta más educación reciben las mujeres y niñas refugiadas, más conscientes son de los beneficios de la nutrición y el saneamiento.
La escuela de Rachel, en la foto, ha estado cerrada durante nueve meses debido a la pandemia de COVID-19. Durante ese tiempo no ha podido estudiar adecuadamente. Por ello, no ha aprobado el examen final de la escuela secundaria, como muchos de sus compañeros.
Gracias a ACNUR y su socio el Servicio Jesuita a Refugiados, Rachel está recibiendo un curso en el campamento de Dzaleka, en Malaui, para adquirir habilidades digitales. Como María, ella quiere ser doctora. Tiene que recorrer un largo camino para recuperar el tiempo perdido, y para ello este curso es de gran ayuda.
En materia de educación, la pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto especialmente significativo en los alumnos más vulnerables, principalmente en las niñas. Ellas se enfrentan todavía más a la discriminación de género en el reparto de las tareas domésticas, a la violencia sexual y de género, a los matrimonios forzados y a los embarazos precoces, según se desprende del Informe de Seguimiento de la Educación en el Mundo. Informe sobre de Género, elaborado por la UNESCO. Como resultado de estas dificultades agravadas por el contexto de la pandemia es posible que 11 millones de niñas no vuelvan nunca a la escuela.
El informe de ACNUR Ahora les toca a ellas destaca también la necesidad de contratar y capacitar a más docentes mujeres, tanto de las comunidades de acogida, como refugiadas, para asegurar que promuevan buenas prácticas y para poder advertir y prevenir los comportamientos que disuadan a las niñas de ir a la escuela.
Joyline Mhlanganiso, en la foto, es una de las dos profesoras de Ciencias en el campo de refugiados de St Michaels Tongogara, en Chipinge, Zimbabue, donde se ha construido un laboratorio de ciencias con fondos de ACNUR. El hecho de que las profesoras sean mujeres transmite un mensaje muy positivo a las niñas: la ciencia también es cosa de mujeres.
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