A mediados del año 2017, el campo de refugiados de Kutupalong en la localidad de Cox’s Bazar de Bangladesh se convirtió en el campo de refugiados más grande...
A mediados del año 2017, el campo de refugiados de Kutupalong en la localidad de Cox’s Bazar de Bangladesh se convirtió en el campo de refugiados más grande el mundo, cuando estalló una nueva crisis de la diáspora de la población rohingya, una comunidad históricamente amenazada y que continúa escapando de los ataques reiterados que sufre en Myanmar.
Muchas personas de las que llegaron y continúan llegando a este campo de refugiados tienen traumas muy presentes tras haber salvado milagrosamente su vida. Un ejemplo es Jamila, quien tuvo que huir de su aldea tras sufrir el ataque de un grupo de hombres armados. Después de incendiar más de 80 casas, estos hombres dejaron minas terrestres durante la retirada y, en plena huida, el esposo de Jamila se topó con una y murió. Ahora ella vive con sus hijos en el asentamiento de Kutupalong, recibiendo asistencia alimentaria y sanitaria y esperando poder construir un albergue en condiciones para su familia.
Poder tener una casa o un refugio seguro, así como infraestructuras básicas para salud y educación que alcance a toda la población refugiada de Kutupalong es una de las grandes preocupaciones de ACNUR. El gran desafío es contar con los recursos necesarios para asistir a los casi 900.000 refugiados rohingya que residen allí. Uno de los avances más notorios en este objetivo se refleja en el caso de Rajuma, que se puso de parto y recibió la asistencia de médicos y enfermeros en un centro construido por ACNUR y el Fondo de Población de las Naciones Unidas.
Se trata de una clínica abierta durante 24 horas y los 7 días de la semana, preparada para dar la mayor asistencia posible a la gran cantidad de personas que han convertido a este campo de refugiados en el más grande del mundo. Ante la inminencia de la pandemia por Covid-19, este tipo de centros de asistencia sanitaria se han multiplicado en diferentes asentamientos alrededor de Kutupalong.
Además de la enorme cantidad de refugiados que han llegado en estos últimos años a Kutupalong, también hay otros que arribaron hace muchos años y que ahora, en su adultez, tratan de devolver parte de la ayuda recibida brindando asistencia a aquellas personas que continúan sufriendo lo mismo que sufrieron ellas mucho antes.
Es el caso puntual de Alinesa, una maestra que apoya a las refugiadas rohingyas en todo lo necesario para que tengan acceso a la educación y puedan rehacer su vida en Bangladesh. Ella tuvo que huir hace 28 años de Myanmar junto con su familia y siendo apenas una niña. Creció dentro del campo de refugiados de Kutupalong y ahora ayuda a otras niñas en las que, indudablemente, se siente reflejada.
El coronavirus también se hizo presente en Cox’s Bazar con decenas de casos positivos. De manera inmediata, se activaron diferentes protocolos de aislamiento y se garantizó el tratamiento clínico de los pacientes en lugares preparados para la ocasión. ACNUR activó acciones de fomento de una higiene correcta y de desinfección de zonas comunes para prevenir la propagación del virus, además de la distribución entre toda la población refugiada de agua y jabón y de asegurar un aumento de la cantidad de puntos para el lavado de manos.
A principios de marzo de este año, la ONU hizo un llamamiento para recaudar la suma de 877 millones de dólares, indispensables para atender a las necesidades de los 855.000 refugiados rohingya de Myanmar que residen en Kutupalong y para ayudar también a las más de 444.000 bangladesís en situación de vulnerabilidad de diferentes comunidades que acogen a la población refugiada con total generosidad.
Entre las necesidades fundamentales que tiene la población refugiada del campo de Kutupalong figuran el acceso a agua potable y servicios básicos de saneamiento, alimento y techo, además de acceso a la educación, servicios de salud y energía.