Su nombre originario, Sophalay De Monteiro, representaba el orgullo de sus ancestros –misioneros portugueses llegados a Camboya en el siglo XVIII-, pero también le ha hecho destacar en su país adoptivo durante estos 35 años.
“Abandonar este nombre ha supuesto un precio pequeño que he tenido que pagar para poder obtener por fin la ciudadanía vietnamita” dijo a ACNUR, mostrando ansioso sus nuevos documentos, entre ellos el preciado libro de familia, que regula todas las relaciones entre los ciudadanos y el gobierno de Vietnam.
“Esto es muy importante porque significa que podremos tener carnés de identidad” afirmó Phuc, de 50 años. “Podemos hacer muchas cosas. Ahora puedo conseguir un pasaporte y viajar fuera del país”.
Pero también supone que puede hacer muchas otras actividades básicas, como comprar una motocicleta. En un país en el que casi todas las familias tienen una moto, miles de antiguos refugiados camboyanos apátridas como Phuc ni siquiera podían comprar legalmente este medio de transporte tan común.
Phuc se casó con una mujer vietnamita hace 32 años, poco después de llegar al país. Lo que más le dolió fue ver sufrir a sus dos hijos porque también se convirtieron en apátridas debido a su falta de estatus legal.
Durante los últimos años, ACNUR ha trabajado con Vietnam para eliminar los obstáculos burocráticos que han existido durante décadas y que impiden a este pequeño grupo de ex refugiados –los últimos de los cientos de miles que buscaron refugio en Vietnam en los años 70- obtener la ciudadanía.
Aunque ha pasado a menudo inadvertido, Vietnam se ha convertido en un pionero en Asia y en el mundo a la hora de poner fin y prevenir la apatridia.
La mayoría de los refugiados camboyanos fueron reasentados o volvieron a su país a comienzos de la década de los 90, pero unos pocos miles de personas como Phuc, fueron rechazados por Camboya. Al no poder regresar, se convirtieron en apátridas.
“Si hubiéramos obtenido la nacionalidad cuando llegamos a Vietnam habría podido hacer más por mis hijos, ganar más” dice Phuc, mostrando claramente el dolor en su rostro. “Mis hijos deberían haber tenido una vida mejor, pero nuestra familia terminó yendo hacia atrás en lugar de avanzar”.
“No me di cuenta de que sus vidas serían tan difíciles al no tener la nacionalidad. Cuando llegamos a Vietnam no tenían nada, y entonces no nos dimos cuenta de que la ciudadanía sería importante si querían disfrutar de los beneficios de la sociedad”.
Su hija Sheyla, una estudiante brillante, tuvo que rechazar una beca en Japón. Su hijo, Kostal, recuerda que fue excluido del movimiento juvenil comunista cuando era pequeño, y más tarde incluso vio truncadas sus esperanzas de poder tener un noviazgo.
“Finalmente conocí a una chica de la que me enamoré y a sus padres no les importó el asunto de mi carné de identidad, pero no podíamos casarnos legalmente porque yo no tenía un carné de identidad” dice Kostal De Monteiro, de 29 años. Finalmente obtuvo la ciudadanía gracias a su madre vietnamita, así que pudo conservar su nombre originario.
Phuc tenía la sensación de que nunca sería completamente aceptado mientras fuera un apátrida, pese a hablar vietnamita con fluidez y haberse integrado en esta comunidad conocida por los turistas por el sofisticado sistema de túneles que el Viet Cong usó para escapar del ejército estadounidense durante la guerra en los años 60 y 70.
Estos días la vida es mejor para toda la familia. Phuc, uno de los 2.300 camboyanos que han recibido la ciudadanía en 2010 o que están en vías de hacerlo, era un respetado líder de los refugiados en su comunidad, y todavía hoy sigue asesorando a sus nuevos compatriotas sobre los derechos que les confiere su nuevo estatus.
A sus 50 años, ya no tiene muchos planes para su propio futuro, pero sí se alegra por las perspectivas de sus hijos. Su hija espera poder estudiar en Francia ahora que ha obtenido la nacionalidad. Su hijo ha sido ascendido a contable senior, ha logrado un aumento salarial, podrá comprarse una propiedad y está viendo cómo le ofrecen viajes de trabajo al extranjero ahora que puede tener un pasaporte.
“Las diferencias se reducen a quién tiene una nacionalidad y quién es un apátrida” dice Phuc. “La gente que siempre ha tenido una nacionalidad, un carné de identidad y un pasaporte apenas aprecia su valor” declaró. “Pero aquellos que no lo tienen saben muy bien lo valioso que es tener una identidad legal”.
“Estoy muy, muy feliz” dijo. “Mis hijos tendrán un futuro mucho más brillante gracias a los beneficios de ser vietnamitas, así que podrán disfrutar de sus vidas”. Por Kitty McKinsey en Cu Chi, Vietnam.