Cada 24 de abril, se conmemora el comienzo del genocidio armenio en honor a las víctimas y a quienes, como Bakalian, sufrirían las consecuencias durante toda la vida.
En sus 82 años de vida, Bakalian lo ha dado todo por quedarse en Egipto. Renunció a una carrera en el mundo del espectáculo y a una propuesta de matrimonio por estar en un país que no reconoce su existencia: "No podría vivir en ningún otro lugar ".
Es una de los 100 apátridas que viven en Egipto bajo la protección de ACNUR. En el mundo, 10 millones de personas viven sin documento nacional de identidad ni acceso a servicios básicos como educación, sanidad o trabajo. Son "fantasmas legales".
Egipto acoge hoy a tres generaciones de apátridas. La primera huyó de las atrocidades del genocidio armenio y de la I Guerra Mundial, entre 1914 y 1926. Los pocos que siguen vivos, la mayoría de origen armenio, albanés o ruso tienen más de 90 años y una historia que contar, aunque ningún hogar al que regresar. Entre ellos, Bakalian destaca por su fortaleza a pesar de su pasado.
Nacida en Armenia en 1922, perdió a su padre en el genocidio armenio. Su madre la llevó a Egipto y se volvió a casar. Pero su padrastro la acosaba y su madre decidió casarla con un hombre mayor cuando ella sólo tenía 18 años. Los maltratos y las humillaciones se convirtieron en su día a día. "Después de 13 años de dolor y humillación, no pude soportarlo más. Me escapé", recuerda.
Años más tarde, Bakalian fue de visita a Estados Unidos y terminó actuando en los teatros de San Francisco durante dos años. "Era muy bonita entonces, no me mires ahora. Me encantaba bailar. Estuve muy bien en el escenario", recuerda emocionada. Pero llegado el momento, lo dejó por volver al Cairo.
De vuelta, se enamoró de un armenio y él llegó a pedirle matrimonio, pero su madre se opuso y él tuvo que volver a Estados Unidos. Le pidió que se fuera con él, pero nuevamente, ella no era capaz de dejar su querido Egipto. "Me enviaba cartas todo el tiempo. Yo las leía y lloraba".
En 1967, Bakalian se registró en ACNUR y empezó a recibir ayuda económica.
Cuando Soheir llamó a la puerta de Bakalian, una frágil voz se escuchó desde dentro. “¿Quién es?”, preguntó seguido del sonido de sus pies arrastrándose. Tras la puerta, se asomaba el rastro de su antigua belleza. Bakalian grita de alegría al ver que alguien ha venido a visitarla. En su humilde hogar, le invita a la sala de estar donde un sillón y una silla de plástico que le dieron los vecinos son su único mobiliario.
La tenue luz de una bombilla ilumina toda la casa. Con su subsidio de 300 libras egipcias, menos de 50 euros mensuales, no se puede permitir más. Sin embargo, está agradecida por esa pequeña asignación sin la que no sabe qué hubiera hecho sin documentos legales para trabajar.
Los trabajadores sociales se han convertido en su familia: “Son los únicos que preguntan por mí”. Pero, aunque hace bromas a las visitas, no puede negar que vive con miedo. "Sigo pensando que los ladrones entrarán y me matarán. No puedo dejar de pensarlo cuando estoy aquí sola". Sin televisión ni radio para romper el silencio, cada día es eterno.
"Cuando necesito salir a por comida, espero en las escaleras hasta que escucho a alguien y llamo para que me ayuden a bajar". En la calle, se acerca a menudo a la tienda de "Farouk" para ver la televisión.
Los trabajadores piden sacarle una foto, pero su edad no ha hecho que descuide su aspecto. Pide el espejo y el lápiz de labios mientras se pone su sombrero para cubrir su cabello blanco y dejar esta hermosa foto de despedida: "Deberías haberme visto cuando era joven. Me hubieras querido mucho".
A pesar de no tener un documento de identidad, su amor por su país ha convertido a esta mujer armenia, luchadora de nacimiento, en una egipcia de corazón.