Entre el desierto del Sáhara y la sabana sudanesa, el Sahel ocupa más de 5.000 kilómetros cuadrados en un recorrido de este a oeste del continente africano. Para muchos refugiados y migrantes, Europa empieza allí, tras el desierto de Níger. A pesar de ser uno de los países más pobres del mundo, Níger acoge ya a cientos de miles de refugiados mientras los países europeos se cuestionan si acoger a unos cuantos.
Desde el sur del África subsahariana, las rutas serpentean hacia el norte, a través de Libia o Argelia para evitar la creciente vigilancia en la frontera.
Miles de refugiados y migrantes huyen de distintas situaciones para alcanzar un futuro, un trabajo o simplemente para apartar el miedo a morir. Son lo que los expertos llaman “flujos mixtos”: unos huyen de países en conflicto como Mali, Burkina Faso, Eritrea o Sudán del Sur, otros son migrantes económicos que abandonan economías muertas en busca de una vida mejor. En los dos casos, el precio a pagar será inhumanamente alto.
A los 16 años, Tesfaledt empezó su pesadilla. Refugiado de Eritrea, tras pasar parte de su vida en Sudán, fue secuestrado por traficantes en una granja junto a más de 1.000 personas. Allí, le dijeron que, si no pagaba un rescate, lo matarían. “Nos golpeaban por cualquier cosa. Luego dolía durante muchas noches”, relata.
Cuando sus parientes consiguieron el dinero, lo llevaron a la costa del Mediterráneo, donde las tropas del gobierno libio capturaron a los traficantes y él y otros refugiados fueron trasladados hasta en centro de detención en contenedores metálicos.
Semanas después de lo sucedido, ACNUR consiguió sacarle de allí y llevarle a Níger. “No puedo describir lo feliz que estaba. Nunca creí que dejaría Libia. No podía ni creer que iba en el avión”, cuenta Tesfaledt. Un año más tarde, ha encontrado seguridad en Níger, pero evita mostrar su rostro para proteger su identidad.
La violencia dentro de Libia, donde los traficantes se convierten a menudo en carceleros, se ha convertido en algo habitual. Desde entonces, ACNUR ha evacuado a más de 1.730 de personas vulnerables, como mujeres y niños solos, o enfermos.
“Somos libres ahora. Que Dios te bendiga”, dice Gatkouth Yoal, otro refugiado sudanés evacuado que huyó de su país cuando mataron a su hija de dos años por su origen étnico. Pero al llegar a Libia, un sueño dorado del trabajo para muchos subsaharianos años atrás, Yoal fue encarcelado y torturado por traficantes. Algo que podría dejar secuelas de por vida tras su evacuación. Los psicólogos estiman que el 40% sufre de síndrome de estrés postraumático.
En Níger, casi 328.000 refugiados de Libia han encontrado un santuario de paz a pesar de la pobreza. La generosidad de este país abre sus puertas para proteger a quienes huyen de la violencia. En el camino, el avión atraviesa la base de drones militares desde los que fuerzas occidentales rastrean a los rebeldes islamistas.
A pocos kilómetros, la ciudad desértica de Gao, en Mali, es patrullada por fuerzas internacionales que buscan mantener la paz. Pero a pesar de la presencia internacional, algunas partes de Gao siguen sin estar controladas por el Gobierno y quienes vuelven a ella temen aventurarse lejos del centro de la ciudad.
“Se han perdido los pequeños huertos en los campos”, dice Hadja, un maliense que volvió hace pocos meses. “Regresamos sin nada y todavía no tenemos nada”.
Una situación de la que Europa apenas es consciente. Mientras Níger, uno de los países más pobres del mundo, acoge a cientos de miles de refugiados, los países europeos dudan aceptar a unos cuantos. Tesfaledt, de 17 años, espera convertirse en uno de ellos. A pesar de los golpes y torturas, responde de inmediato: “Lo volvería a hacer. Si tienes un objetivo en la vida, lo logras”.
ACNUR necesita fondos para afrontar la crisis humanitaria en Sahel.