Demasiado frágiles para poder huir, defenderse o valerse por sí mismos, las personas mayores suelen ser algunas de las víctimas olvidadas de los conflictos. En el caso de Ucrania, donde la violencia ha llegado a aldeas donde más del 50% de sus habitantes son gente mayor, las historias de supervivencia de estas personas dan testimonio de cómo, a pesar de la edad, el instinto de supervivencia siempre suele abrirse paso en un contexto de conflicto.
En esta ciudad, cuyo nombre significa “felicidad”, viven Hanna y Oleksiy, una pareja que ya supera los 80 años de edad y que ha decidido seguir en su casa a pesar de que el sonido de los disparos les recuerda cada día lo cerca que están de la línea de combate del conflicto de Ucrania. Hanna dice que sólo uno de los dos se irá con su hija, pero “sólo después de que el otro muera”.
Este matrimonio está decidido a seguir luchando por permanecer en el que ha sido su hogar durante 56 años. La situación de Oleksiy no es fácil, ya que apenas ve u oye, está inmovilizado en su cama y sufre una depresión que combate escribiendo poemas. Junto a él está siempre Hanna, a la que las noticias que ve por la televisión le recuerdan su pasado durante la Segunda Guerra Mundial.
“Dios no quiera que alguien tenga que vivir dos guerras en su vida”, dice Oleksiy. Sus recuerdos de los años 40 se entremezclan con su realidad, en el invierno de 2016, cuando la falta de calefacción le ha vuelto a traer problemas de salud.
Hanna y Oleksiy son parte de la gente mayor que viven en esta ciudad y que dependen casi por completo de las organizaciones humanitarias como ACNUR, que les facilita asistencia económica cada mes, u otras ONG locales que les ayudan dándoles alimentos o en sus desplazamientos al médico.
Cuando llegan las oleadas más duras de frío, Anna Tadyka, de 68 años, se encierra en su cocina, cierra las puertas y se sienta sobre una estera junto al hornillo. Es entonces cuando rompe a llorar.
Esta mujer vive sola con una pensión de unos 500€ que apenas le da para pagar lo más básico. Por eso, no puede permitirse el lujo de calentar su casa en invierno. Tampoco puede salir a buscar o recibir ayuda porque el camino hasta Luhanske, donde ella vive, es peligroso e intransitable. Por eso, la llegada de un camión de ACNUR cargado con sacos de carbón es recibida con esperanza por ella y otras decenas de personas de entre 50 y 80 años. Entre todos se ayudan a descargar los sacos que les darán calor para lo que les queda de invierno.
La gente mayor de Luhanske y de otras pequeñas ciudades de Ucrania hace frente al conflicto en parte gracias al apoyo de las organizaciones humanitarias, pero sobre todo gracias a la ayuda mutua. Vecinos como Victor, de 64 años, ayudan a gente mayor que vive sola, como Halyna, de 84 años. Victor la visita cada día para ver qué tal está y le ha ayudado un par de veces a reparar sus ventanas, dañadas por los bombardeos. “En esencia, la nuestra es una calle de gente mayor”, dice Victor. “Después de los bombardeos, la gente joven huyó”, añade.