La primera oleada de combates llegó a Masisi, en Kivu Norte (Congo) y obligó a Sukuru, a sus padres, a sus tres hermanos pequeños y a sus vecinos a huir. “Había disparos por todas partes” dice el chico, que ahora vive en Mugunga. “Se desató el pánico, los tiros venías de todos sitios” añade su padre, de 31 años. Baseme dice que Sukuru, su hijo mayor, se perdió en el alboroto mientras huían. “Cuando ves a tus vecinos yacer muertos en el suelo, te entra el pánico” subraya.
“Tenía unos zapatos muy viejos y no podía seguirles” recuerda Sukuru. Estaba aterrorizado, pero su instinto de supervivencia le empujó a seguir al grupo de personas que huía de la aldea. “Corría sin mirar a dónde iba. Sólo seguía a la gente. No podía parar de llorar porque había perdido a mis padres”.
Fue un momento muy duro para sus padres también. Una vez que cesaron los combates Baseme regresó a la aldea pero no pudo encontrar rastro de Sukuru. El chico estaba ya de camino a Goma.
“La primera noche dormí bajo un árbol de la carretera” dice Sukuru, que recuerda que además tenía hambre, echaba de menos a sus padres y se sentía desesperadamente solo, a pesar de estar rodeado de cientos de personas que habían llegado también a Goma. “Había madres a mi alrededor pero estaban demasiado ocupadas cuidando de sus hijos y sus pertenencias como para cuidar de mí”.
Para entonces sus padres ya se habían unido a otro grupo de miles de civiles desplazados que acababan de llegar al campo de Mugunga III, donde se encontraron con una enfermera. Ella había visto de casualidad a Sukuru un día en Goma y se lo dijo a Baseme. “Cuando mi padre me encontró estaba tan cansado que tuvo que llevarme en sus espaldas hasta el campo de Mugunga” recuerda Sukuru.
La familia se reunió y ahora se encuentra en el campo de refugiados Mugunga III. La familia estaba bien, a pesar de la incertidumbre, y se había trasladado a las afueras del campo a una tienda comunitaria y a una casa construida con materiales financiados por ACNUR.
Sukuru ha retomado de la escuela y es optimista respecto al futuro. “Quiero ser un buen educador, un buen maestro, para que los alumnos entiendan las lecciones” decía al equipo de ACNUR poco antes de ir hacia la escuela, con su cuaderno bajo el brazo y las colinas volcánicas de Kivu Norte como telón de fondo espectacular.
Pero a pesar de los últimos reveses y el trauma vivido por los civiles en el este de Congo, madre e hijo tienen fe de que Sukuru pueda continuar con sus estudios. Esto es también una prioridad para ACNUR.
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