En la polvorienta ciudad de Dungu es habitual ver a la hermana Angelique en su bicicleta de camino a su encuentro con las mujeres, que realmente la ven como una bendición.
Esto es así porque las ha estado ayudando a recuperarse del trauma del secuestro y los abusos por parte del temido LRA (Ejército de Resistencia del Señor), un brutal grupo rebelde ugandés que ha estado aterrorizando durante años a la gente/población en este rincón del noroeste de la República Democrática del Congo.
“Desde 2008 he estado cuidando de las niñas que salían de los bosques tras haber permanecido secuestradas por el LRA” cuenta al ACNUR esta monja católica de 45 años mientras ayuda a tres jóvenes a hacer pan en el centro que dirige en Dungu para ayudar a las víctimas a reintegrarse y reconstruir sus vidas. Su organización, que cuenta con el apoyo de ACNUR, también trabaja para ayudarles a recuperar su fe en el futuro.
La asociación, llamada Mujeres Dinámicas por la Paz, imparte clases de alfabetización básica en lingala, así como un gran número de programas de formación profesional y actividades para generar ingresos, destinados a ayudar a las mujeres víctimas del LRA. Estas actividades incluyen la costura, la cocina, la panadería, la fabricación de jabón y la agricultura. El Centro de Intervención Psicológica, socio local de ACNUR, ha aportado equipos y herramientas.
Pero no todo el mundo puede llegar hasta Dungu y por eso es necesaria la bicicleta de la hermana Angelique. La usa para llegar hasta las mujeres que viven en los asentamientos para personas desplazadas internas que han surgido cerca de Dungu. Desde enero, más de 4.000 personas se han trasladado a estos asentamientos después de los ataques del LRA.
Rose* vive en uno de ellos, llamado Bangapili, donde ha recibido clases de idiomas ofrecidas por la iglesia afiliada a la organización de la hermana Angelique. Rose, que tiene ahora 40 años, fue retenida brevemente por el LRA después de un ataque mortal en la ciudad de Duru, hace cinco años.
“Mataron a tres personas en mi casa: a mi hijo mayor, que tenía 21 años, a mi hermana pequeña y a mi tío” afirma. “Entonces me llevaron con ellos a los bosques. Pero como estaba embarazada, el comandante dijo que no les era útil y me liberaron después de dos días”. No ha visto a su marido desde entonces.
Después de ser liberada, Rose encontró al resto de sus hijos, que habían logrado sobrevivir escondiéndose en un campo, y huyó con ellos recorriendo 45 kilómetros hasta llegar a Dungu.
Cuenta que el lingala no es su lengua materna, así que las clases han sido muy útiles para poder integrarse. “Siempre tuve problemas con las mujeres aquí en el mercado porque no me podía comunicar con ellas. Pero ahora me siento mucho mejor. Me gusta aprender a leer y escribir. Me gusta aprender otras cosas” añade Rose, que cultiva los terrenos de los lugareños para ganar dinero, pero que tiene previsto hacer un curso de formación profesional para mejorar sus perspectivas de empleo.
La hermana Angelique dice que la formación que ofrece su organización ha beneficiado no sólo a víctimas del LRA, sino también a mujeres solteras o viudas con familias numerosas. Dice que una vez que las mujeres finalizan los cursos de formación, la asociación les proporciona un pequeño crédito para que puedan comprar materias primas y poner en marcha un pequeño negocio. Ellas pagan el préstamo una vez empiezan a obtener beneficios.
“Tenemos que ayudarles a ganar lo bastante cada día como para que puedan alimentar tanto a sus hijos como a ellas mismas, en lugar de que tengan que conseguir dinero por cualquier lado o rogar a sus vecinos para que les den trabajos durísimos en los campos” destaca la hermana Angelique.
La joven Madeleine*, de 22 años, no es una víctima del LRA pero trata de sacar adelante ella sola a sus dos hijos y al hijo de su hermana, quien murió hace un año. Ella se apuntó al curso de panadería impartido por Mujeres Dinámicas por la Paz en Dungu y ahora gana el equivalente a unos 20 dólares a la semana para mantener a su pequeña familia.
“He comprado estos zapatos, pagnes [una prenda tradicional femenina] y ropa para mis hijos” dice mientras muestra orgullosa los coloridos pagnes. “Estoy contenta, pero si tuviera suficiente dinero me gustaría estudiar medicina y ser enfermera” añade la joven, cuya educación se vio interrumpida cuando abandonó la escuela a los 16 años tras quedarse embarazada.
La hermana Angelique se siente orgullosa de las mujeres que vienen a su centro y feliz al ver que ha sido capaz “de ayudarles a ser autónomas”. Está feliz al saber que “el servicio de catering que ofrecemos con comidas hechas por las mujeres es famoso en la ciudad. Tenemos una gran demanda para cocinar para eventos y seminarios”.
Angelique afirma que las mujeres experimentan un gran cambio durante el tiempo que pasan en su organización. “Algunas tenían miedo de salir a la calle, pero hoy, gracias a las actividades, se muestran más abiertas” dice, añadiendo con una sonrisa: “Hablan con vitalidad y sin miedo”.
Pero se necesita mucha dedicación y esfuerzo, admite la hermana Angelique. “Carecemos de los medios para obtener todo lo que se necesita para ayudar a estas mujeres. A menudo, lleva mucho tiempo que las mujeres entiendan la formación” explica. “A veces, antes de ir a dormir, me pregunto por qué sigo y entonces pienso que alguien tiene que ayudar a estas mujeres y que yo tengo que hacer un sacrificio…Cuando me cuentan sus historias me obligo a no dejar que se me salten las lágrimas”.
* Nombres cambiados por motivos de protección
Por Céline Schmitt en Dungu, República Democrática del Congo