Tras un largo día de trabajo en Amman, de vuelta en el hotel, leo que una bomba ha matado a 15 personas en Damasco y que la violencia sigue llevándose cientos de vidas a diario, y entiendo aún mejor a Mohammed*, a quien acabo de visitar.
Padre de una familia numerosa de seis hijos, decidió huir de Siria cuando 12 bombas cayeron en su casa, dejándola en ruinas, y lo peor de todo, matando a una de sus hijas y dejando herida a otra. La pequeña superviviente, de 4 años, fue rescatada entre las rocas, con restos de metralla en su cabeza y en su pierna.
“Apenas podía andar pero no quise llevarla al hospital porque a muchas de las personas que acuden allí las matan”, reconoce Mohammed. Fue entonces cuando decidió dejarlo todo atrás, y junto a su mujer y sus 5 hijos supervivientes, huir de su país, jugándose la vida, con tan solo la ropa que llevaban encima. “Huí para salvar la vida de mis hijos”, me cuenta mientras su mujer nos ofrece té. “Es muy duro dejar tu país, pero tenía 5 hijos, uno de ellos herido, y era la única opción que nos quedaba”.
En la pequeña casa de dos habitaciones en la que la familia vive en alquiler en un barrio de las afueras de Amman, no hay muebles, tan solo un par de alfombras, colchones y unos pocos utensilios de cocina. “En Siria yo era pintor, éramos una familia feliz; traía dinero a casa y podía dar una educación a mis hijos, comida… Aquí en Jordania no puedo trabajar y no tenemos nada; cuando llegamos tuvimos que vender las pocas joyas de mi mujer y ahora tenemos la ayuda de ACNUR y la de un primo de Kuwait para poder pagar el alquiler y la comida” afirma.
En Jordania, cerca del 75% de los refugiados sirios son urbanos (viven en ciudades o aldeas) y el 25% restante vive en el campo de Zaatari. Y la vida no es nada fácil para ellos. “Venimos de una situación muy complicada a otra igual de complicada”, afirma la mujer de Mohammed.
Jordania está sufriendo duramente la crisis económica internacional, pero a pesar de ello, su generosidad no tiene límite; desde hace años este país acoge refugiados iraquíes, palestinos, sudaneses… y ahora sirios. Su gobierno no sólo mantiene una política de fronteras abiertas con Siria sino que también ofrece educación y salud básica, entre otros, a todos los refugiados registrados.
Me sorprende cómo en un país pequeño, con cerca de 6 millones de habitantes, ya hay más de 470.000 refugiados sirios (según cifras del gobierno) conviviendo con ellos, y con previsiones que señalan que para finales de año esta cifra podría alcanzar cerca del millón de personas o incluso sobrepasarlo. Eso significa que la población refugiada siria casi representa el 10% de la población jordana y que seguirá creciendo.
A pocos kilómetros de la frontera con Siria, siento que Amman es una ciudad en plena ebullición, llena de vida y de arena del desierto, pero tranquila y segura a la vez. Cuando le pregunto sobre su sueño, Mohammed sonríe por primera vez. “No es para mí, es para mis hijos”, me dice. “Quiero que estén a salvo, seguros, no pido nada más”.
Y así, me quedo con la sonrisa de su hija pequeña, que afortunadamente, tras ser rescatada entre las rocas, sobrevivió y ahora corretea alegremente alrededor de mí. Esa sonrisa que es el futuro de Siria.
*Nombre cambiado por motivos de protección.