Cuando la violencia estalló en Myanmar, miles de mujeres viudas huyeron con sus hijos a Bangladesh junto a su familia para salvar sus vidas. Las viudas rohingya luchan ahora por sacar adelante a sus familias.
Sufia se sienta junto a su familia vestida de blanco, un color que representa la palidez de la muerte en los países asiáticos. Sus hijos y su nieto le acompañan. Sobreviven en una cabaña con techo de plástico cerca de una alcantarilla, donde la viuda rohingya hace todo lo que puede para cuidar de la familia que está ahora a su cargo.
Su marido fue asesinado con un machete cuando fue a ver de dónde salía el humo que cubría su pueblo, en Myanmar, hace sólo unos meses. Al igual que los miles de rohingya que huyeron, la única opción para Sufia era marcharse a Bangladesh.
A sus 48 años, es una de las 31.000 mujeres solas que se han convertido en cabeza de familia en el campamento de refugiados. Muchas de ellas se han quedado viudas después de que sus maridos fueran asesinados o desaparecieran en Myanmar. Allí, la comida, la vivienda y el bienestar de sus hijos se han convertido en una gran preocupación.
"El principal desafío es la comida... Las raciones mensuales no son suficientes y tenemos que pedir prestados 10 kilos de arroz a los vecinos", dice sentada en cuclillas en el suelo. Su nieto de tres años, Mohammad, duerme en su regazo.
Kutupalong se ha convertido en sólo unos meses en el campo de refugiados más grande del mundo y ahora el monzón está por llegar. Su miedo, bajo el desvencijado refugio de bambú que difícilmente aguantará las fuertes lluvias, se suma a una larga lista de carencias.
En una choza vecina, Khatemunnesa, madre de ocho hijos, comparte sus preocupaciones. Su marido murió cuando un grupo de gente prendió fuego a su pueblo hace seis meses y su nueva casa no está preparada para las lluvias monzónicas. "Mi esposo se habría ocupado de reforzar el refugio, pero ahora, con la llegada del monzón, tengo que hacerlo yo misma", dice la viuda rohingya.
Entre las mujeres viudas rohingya existen otras preocupaciones. Rehena necesita leña para cocinar, pero teme enviar a sus hijas de 17 y 18 años a recolectar en los cada vez más escasos matorrales por miedo a que sufran abusos en el camino. "Ahora son mujeres y temo enviarlas. Ya estaban aterrorizadas de la violencia en Myanmar. Fueron testigo de indignidades ", dice refiriéndose a violaciones y agresiones sexuales.
Kutupalong tiene ahora el tamaño de la ciudad de Zaragoza y allí la vida se ha convertido en una lucha por sobrevivir. El gobierno de Bangladesh y ACNUR trabajan para ayudar a mujeres viudas como Sufia, Khatemunnesa y Rehena. Ofrecen refugios más seguros, atención sanitaria y talleres de capacitación para que aprendan habilidades que les permitan obtener ingresos, como hacer jabón o pasta de dientes.
Calculan que el 16% de las familias rohingya refugiadas en Bangladesh están encabezadas por mujeres viudas o madres solas. Los voluntarios las ayudan a ellas y a quienes lo necesitan para reforzar sus refugios con bambú y lonas impermeables antes del monzón, pero sigue haciendo falta más ayuda y los fondos escasean.
Khatemunnesa habló con los trabajadores de ACNUR, quiere aprender a coser. Sufia también quiere aprender un oficio, el que sea. "Una vez que pueda ganar dinero, podré llevar la vida que quiera", dice ella. De vuelta en su refugio, piensa en las esperanzas que tiene para su nieto Mohammad: quiere que estudie duro para que pueda prosperar.
"Tengo que ser positiva porque, si me permito preocuparme demasiado, la muerte me atrapará", dice.
Ayuda a los refugiados