A partir de un día como hoy, el 26 de febrero de 1976, miles de saharauis se ven empujados a huir a una de las zonas más inhóspitas del planeta convirtiéndose en refugiados.
En 1976, más de 40.000 personas huyen a la frontera con Argelia y se abren 5 campos de refugiados de carácter temporal. Las primeras familias saharauis llegan a los campos de Tinduf, una región de Argelia colindante con Marruecos, el Sáhara Occidental y Mauritania.
Tras más de 40 años refugiados en los campamentos de Argelia habilitados por ACNUR y otros organismos, cerca de 165.000 refugiados saharauis continúan alojados allí. Muchos de ellos son ya la segunda o tercera generación que ha nacido en los campos.
A la ya de por sí delicada situación de desarraigo que mantiene al pueblo saharaui en el exilio desde los años 70, se suma una climatología adversa frente a la que la resiliencia del pueblo saharaui lleva años combatiendo.
En este terreno, dentro del desierto del Sáhara, las temperaturas llegan a máximas de 50º en verano durante el día y pueden bajar hasta -21º por la noche. Se trata de una de las climatologías más inhóspitas del planeta.
Además, la dificultad de conseguir recursos básicos como agua y comida obliga a los refugiados saharauis a depender de la ayuda humanitaria para sobrevivir, más de 40 años después de su huida.
Entre los refugiados saharauis del Tinduf, uno se ha ganado el sobrenombre del “loco del desierto”. Tras nacer en un campo de refugiados, Tateh ha tenido la suerte de poder estudiar en España, pero sus ganas infinitas por construir una vida mejor para su comunidad le han hecho ir más allá.
De pequeño, Tateh quería ser periodista, pero era consciente de que no era lo que su pueblo necesitaba para mejorar. “Ya hay muchos periodistas aquí”, dice entre risas. Sin embargo, había visto a su abuela vivir bajo un tejado de zinc que concentraba el calor del exterior hasta temperaturas insoportables. Tenía que haber una forma mejor de aislarse de ese calor abrasador.
Decidido a encontrarla, y gracias a una beca DAFI de ACNUR, Tateh estudió Ingeniería en Energías Renovables. Pero cuanto más estudiaba, más se daba cuenta de que todas las soluciones que le ofrecían eran caras y poco accesibles para el pueblo saharaui.
De pronto, Tateh dio con la solución: botellas de plástico llenas de arena, dispuestas en forma circular para combatir el fuerte viento del Sáhara, unidas con cemento, constituyeron su primera casa eficiente. “Sólo haciéndolo en mi propia casa conseguiría que el pueblo se uniera a mí”, asegura el saharaui. Se trataba, por fin, de una solución que muchas familias como la suya tendrían a su alcance reciclando botellas de plástico vacías y les permitiría vivir en unas condiciones más dignas.
Este tipo de vivienda, que contempla desde los fuertes vientos hasta las temperaturas extremas y los materiales disponibles en la zona, ya ha sido replicado en 25 viviendas gracias una ayuda de ACNUR, mientras Tateh sigue sensibilizando sobre los beneficios de construir estos refugios en campamentos más alejados.
Como él, muchos refugiados saharauis reciben formación fuera de allí, y deciden volver para mejorar las condiciones y sueñan con poder ser autosuficientes y no tener que depender de la ayuda humanitaria.