Ancianos supervivientes de la Guerra Civil en Siria Ancianos supervivientes de la Guerra Civil en Siria

Ancianos supervivientes de la Guerra Civil en Siria

7 de octubre, 2014

Tiempo de lectura: 9 minutos

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A menudo, ignorados, pero tan vulnerables como los refugiados sirios más jóvenes, las personas mayores están generalmente peor preparadas para abandonar sus vidas, escapar y luchar por reconstruir un futuro nuevo, tras haberlo perdido todo. Decenas de miles se han visto obligados a realizar un viaje peligroso y difícil que, a pesar de todo, supone una oportunidad para escapar de la violencia a la que se enfrenta su país. Algunos, incluso han intentado, de manera desesperada, quedarse. “¿Hay puntos de control, podemos volver, podemos irnos hoy?”, preguntan muchos.

Ahmad, 102 años.

“La gente dice que si Dios te ama, te permitirá vivir una larga vida”, explica Ahmad desde su tienda de plástico en el Valle de Bekaa en Líbano. “A mí me gustaría que me quisiera un poquito menos.  Me hubiera gustado no vivir tanto para no tener que ver mi país en ruinas”. Ahmad dejó Siria por su salud. Tras la guerra era imposible seguir con el tratamiento y la intervención de próstata que necesitaba allí. Ahora no puede volver. “Siria es mi casa, mi país, adoro su tierra. Ahora el único sitio que puedo llamar `casa´ es esta pequeña tienda”, dice Ahmad. Saca fuerzas de los recuerdos y gracias a su familia. Tiene 11 hijos y más nietos y bisnietos de los que puede recordar: “no puedo recordar todos los nombres”, explica entre risas.

 Mofleh, 103 años.

Mofleh está cosechando lo que sembró. Después de haber acogido en su casa a una familia de refugiados libaneses en 2006 durante la guerra con Israel, ahora es él el acogido por la misma familia. Bilal era sólo un niño cuando su familia se refugió con Mofleh en Siria, ahora es él quien cuida a Mofleh.

A pesar de los buenos cuidados que recibe, Mofleh está desesperado por volver a Siria, donde dos de sus bisnietos murieron tras un bombardeo en Siria. Ha intentado volver a Siria en dos ocasiones, e incluso aún guarda, tras 70 años, su antiguo carné de identidad en el bolsillo de la camisa. “Voy a volver a Siria, por lo que no debo perderlo”, explica Mofleh. “Esta situación se está alargando mucho, me siento como si llevara fuera de mi casa 500 años”.

Dagha, 101 años.

Dagha suele escuchar el sonido de las bombas que caen en Siria, desde la pequeña tienda de su familia en el Líbano. Sentada tranquilamente en la montaña, mientras arregla la ropa, se pregunta de qué parte de su país vendrá el bombardeo.  Sobre ella también cayó una bomba. Ahora está parcialmente paralizada, ya solo puede apretar las manos de los  familiares  y amigos que se le acercan a darle un beso. Cada semana, llegan nuevas noticias de personas que ha muerto en su ciudad, a veces se trata de sus propios parientes. Su familia cuenta cómo a menudo ella llora y grita en sueños.

“Enterradme en otra parte cuando muera. Enterradme en Siria, por favor prometedme que me enterraréis en casa”

“Su mayor miedo es pensar que será enterrada en Líbano”,  explica Fátima,  la nieta de Dagha. Antes de su accidente, cuando aún podía hablar de forma clara dijo: "enterradme en otro sitio cuando muera".

Ghetwan, 100 años.

Ghetwan y su mujer llevan casados mucho tiempo. La boda se celebró hace 72 años, en plena Segunda Guerra Mundial. El conflicto de Siria no ha podido separarlos. Cuando las bombas destruyeron sus casas, huyeron a Líbano juntos. Actualmente, la pareja vive con su familia en una tienda de campaña debajo del  garaje de un mecánico, al sur de Líbano. La electricidad se corta con frecuencia y, muchas noches, los bisnietos de Ghetwan  se acuestan junto a él, mientras él sigue dormido –dos generaciones en el mismo espacio mal alumbrado-.

El sonido del rezo llega a su casa. En ocasiones, Ghetwan cree que los sonidos provienen de su antigua mezquita en Siria.  Un vecino de Ghetwan suele invitarle a sus tierras con animales para animarle y calmarle y que así, de alguna manera, pueda sentirse como en casa, como en Siria.

Hamda, 106 años.

Todo ha cambiado mucho desde que Hamda estuviera en Líbano hace 45 años. Su marido, con el que vivió en la ciudad del Valle de Bekaa de Bar Elias, ya ha fallecido. Ella, además ha perdido la vista y, ahora, en plena Guerra siria, se ha convertido en una refugiada. “Tal vez es bueno haber perdido la vista, quizás fue Dios quien decidió quitármela antes para que así no viera cómo destruían mi ciudad”, comenta ella desde la pequeña casa de alquiler en la que vive con su hijo pequeño y la familia de este. “Aunque la guerra termine y reconstruyamos nuestras casas, habrá muchas cosas que ya nunca podremos reconstruir. Los sirios ya nunca seremos los mismos”, explica Hamda.

Saada, 102 años.

Saada  ha perdido mucho a lo largo de su vida –siete de sus diez hijos, su marido…, y, ahora, su casa-. Sin embargo, actualmente, vive rodeada y apoyada por su familia y vecinos en el Valle de Bekaa en Líbano, así se mantiene animada y sueña con que llegarán tiempos mejores para Siria. “Antes, nadie tenía tiempo para la guerra”, explica Saada, “nos despertábamos antes de que saliera el sol e íbamos a trabajar al campo. Al final del día acabábamos tan agotados que yo volvía dormida sobre el burro durante el camino a casa”. 

Al principio ella no quería dejar su casa, incluso cuando el bombardeo comenzó. Saada quería continuar con su rutina. Finalmente, su nieto la convenció para huir, pero antes le hizo prometer que si moría devolvería su cuerpo a Siria y la enterraría junto al resto de su familia. Dejar su hogar fue muy complicado: “sin la ayuda de ACNUR la mayoría de nosotros casi no tendríamos qué comer” explica Saada. “Pero necesitamos más que un plato de comida, necesitamos interactuar con otra gente, somos seres humanos y no simples números”.

Bahira, 100 años.

Desde una pequeña mecedora ubicada en el balcón de un cuarto piso, Bahira mira fijamente a la ciudad de Beirut en Líbano, donde se encuentra refugiada. “Siria es una obra maestra”, así describe Bahira su país, mientras echa una mirada nostálgica a las calles desconocidas de Beirut. “Uno siente su energía cuando se encuentra frente a Siria”. Bahira pregunta continuamente cuándo podrá volver a su casa.

Bahira está rodeada de niños, nietos, bisnietos, ¡en ocasiones son muchos para poder contarlos! A su edad ella debería estar disfrutando de su vida junto con su gran familia, sin embargo, Bahira no deja de sufrir por su país. A pesar de todo, ella no se queja, pero su hijo la ha encontrado más de una noche llorando y gritando en su colchón. “Bahira pregunta continuamente acerca de sus parientes, y cuándo podrá volver a su casa”, explica su hijo

Khaldiye, 103 años.

Khaldiye conserva su foto preferida en su memoria. En ella aparecen sus hermanos gemelos junto a su madre cogidos de la mano. Aunque ambos han fallecido y la foto se perdió durante la huida de Siria, ella todavía puede verla en su recuerdo cada mañana. Khaldiye llegó a Líbano hace dos años. Lista como un lince aún recuerda y puede recitar el nombre de sus 12 hijos, 30 nietos y varios bisnietos. Actualmente vive con la familia de su hijo, a los que trata de convencer para vender su anillo de bodas y así lograr dinero para ayudarles a llegar a fin de mes, pero no se lo permiten. Su último marido era militar y diez años más joven que ella. “Todos hacían bromas sobre nosotros por la diferencia de edad, pero él me quería”, cuenta Khaldiye. 

Fatoumeh, 102 años.

En su casa, Fatoumeh se ha convertido en una leyenda. Siempre fue la mujer más fuerte y hábil de su pueblo, a menudo superaba al resto de trabajadoras: “mis compañeras cosechaban un área, mientras yo cosechaba cuatro en el mismo tiempo”, explica Fatoumeh con una sonrisa.

Huyó del norte de Siria a principios de 2013. Llegó a Líbano en un autobús junto con su hijo mayor Mohammed de 66 años de edad, la esposa de este y sus cinco hijos. Ahora está muy enferma pero los médicos no saben lo que tiene y no la pueden curar. Mohammed, su hijo, guarda en una pequeña bolsa toda la documentación de la familia. A veces saca la documentación de su padre para que su madre la vea, cuando ve su foto siempre la besa. “Mi madre siempre fue una reina, y ahora está aquí sin trono”, dice su hijo Mohammed. 

Saada, 100 años.

Saada está acostada sobre el pequeño colchón en la casita que comparte con su hijo y la mujer de este en el Valle de Bekaa en Líbano. “¿Es la hora de rezar? ¿Ha empezado el Athan?”, estas son las únicas palabras que ella pronuncia. Ciega desde hace 14 años y casi completamente sorda, sus días se encuentran inmersos en la rutina del rezo, el comer ocasionalmente y los pensamientos nostálgicos sobre su vida en Siria.

“Aquí ella vive esperando el momento de volver”, explica el hijo de Saada. “Ella reza cada día para que esto ocurra pronto”.

 Antes de huir de Siria con su hijo hace dos años, Saada disfrutaba paseando en la terraza de su casa. Ahora, su única actividad es levantarse para lavarse y empezar a rezar, lo hace durante cinco veces al día. Su hijo explica que Saada ya solo habla para rezar o maldecir la guerra. 

Tamam, 104 años.

Nació en 1910. Tamam recuerda anécdotas de su juventud en Siria. Se despertaba al amanecer y se iba a trabajar en los campos. “No había enfrentamientos, pues todos comíamos lo que cultivábamos en nuestras tierras”, recuerda ella. “Todo era seguro, salíamos en medio de la noche a por madera”. Durante el último año Tamam tuvo que dejar Siria con su hijo e ir al Valle de Bekaa en Líbano.

“Me preocupa mucho todo lo que está ocurriendo durante estos últimos años, mis nietos escuchan las noticias y me preguntan: `abuela, ¿qué es sunita y chiita?´ Ellos no lo entienden. En casa nunca hemos hablado de esto, nuestra familia se sentía y siente siria y eso es suficiente. Yo ya he vivido mi vida, pero ¿qué futuro les espera a mis nietos y a los niños de mi país?”, explica Tamam.

Cada día aumenta el calor bajo la lona de la tienda que Taman comparte con su hijo  y la familia de este en el Valle del Bekaa en Líbano. Se sientan cerca de la ventana para poder respirar un poco de aire fresco. “No sé cuánto tiempo me queda aquí, podría irme de un momento a otro”, explica ella.

Khadra, 104 años.

En Siria, Khadra vivía en una casa sola. Ella cocinaba, limpiaba y andaba 2 kilómetros cada día. Ella era una persona fuerte y con mucha energía. Luego llegó la guerra, arrasó su pueblo y ella se vio obligada a huir a un asentamiento en el Valle de Bekaa en Líbano. “¿Puede ver usted el interior del corazón de las personas?”, pregunta ella. “Yo no puedo ver lo que hay dentro de su corazón, así como nadie puede ver el mío, pero si pudierais, veríais un corazón negro, un corazón que llora constantemente por sus hijos y el futuro de los mismos”.

Al principio de la guerra, Khadra estaba segura de que permanecería en Siria, pero, finalmente, el bombardeo la obligó a abandonar su pueblo. “Tras haber dejado su casa y haber tenido que instalarse aquí se encuentra muy triste " dice su hijo. “Nunca quiere salir de la tienda y su salud está empeorando”.  

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