Para muchos de los pequeños que han vuelto a Afganistán, la situación no resulta nada fácil. Tras años en el exilio, sin escolarizar, sus posibilidades en un país destruido por las guerras se limitan a la venta ambulante, mendigar o limpiar coches para sobrevivir. Gracias a una iniciativa apoyada por ACNUR, algunos de estos niños de la calle se forman en profesiones de futuro y sueñan con emprender, un día, sus propios negocios.
Negmar y Roman tienen 10 y 11 años. Trabajan limpiando coches cerca del río en Kabul. Por cada uno, ganan 40 afganis, el equivalente a 1 $ americano. Con suerte, consiguen un par de ellos cada día.
En los meses de invierno, cuando el tiempo se vuelve más frío, trabajarán atrayendo clientes hacia los taxis compartidos, autobuses y atracciones, en las que el conductor les pagará 5 afganis, 6 céntimos de euro.
Su situación es la de muchos afganos retornados del exilio que se enfrentan a una ciudad poco segura y un entorno rural sin oportunidades. Cuando vuelven a Kabul, las dificultades para mantenerse día a día, se multiplican. El aumento del precio de los alquileres y de los productos básicos les relega a vivir en asentamientos informales que crecen por toda la ciudad.
Cuango Aqila era muy pequeña, su familia huyó de las guerras en su Afganistán natal hasta Karachi en Paquistán, el segundo país del mundo que más refugiados acoge desde los 80. Allí, su familia pasó muchas dificultades para mantenerse: “Mi familia entera tejía alfombras; la vida era dura. Éramos demasiado pobres para ir al colegio”.
Cuando las cosas mejoraron, decidieron volver. “Ahora se está bien pero no es seguro. Mi familia sigue tejiendo alfombras, pero los ingresos son impredecibles”.
En medio de esta complicada situación, el socio de ACNUR Social Volunteer Foundation (SFV), con sede en Kabul, empezó en 2001 a ayudar a los niños de la calle a construir un futuro. Aunque algunos viven en casas, a menudo son tan pobres que se ven empujados a la venta ambulante por las calles o a limpiar coches para ayudar a sus familias.
SVF les ofrece formación profesional y clases de alfabetización, facilitándoles salidas profesionales a través de clases de estética, dibujo, costura o floristería.
Ahora, Aqila se prepara para ser esteticista y sueña con abrir su propio negocio: “Cuando me gradúe, quiero tener mi propio salón de belleza”, sueña la ex refugiada afgana.
Khatera tiene 14 años y es otra de los niños de la calle que está recibiendo formación profesional en labores de costura. Ahora, su padre trabaja en la calle: “Yo me dedicaba a tejer alfombras en Pakistán; no había tiempo para el colegio”, cuenta ella.
A pesar de no poder ir al colegio, era feliz allí, pero al ser refugiados tuvieron que volver a Kabul en 2007, cuando la situación mejoró. “Me gustaba Pakistán. Aquí no tenemos trabajo y la seguridad es mala”.
Una vez en Kabul, la ayuda de organizaciones como SVF, con el apoyo de ACNUR, son prácticamente la única oportunidad para niños que no han podido ir al colegio de formarse en profesiones que les ayuden a conseguir trabajo y tener un futuro.
“Hasta ahora, solo sabía coser. Era analfabeta. Gracias a estas clases, ahora puedo escribir mi nombre. Espero ser una buena costurera y abrir mi propia tienda para vender lencería y faldas”, dice agradecida.