A veces no somos conscientes de cómo la educación influye en nuestra vida. Además de las clases, la escuela proporciona los conocimientos necesarios y habilidades que nos permiten protegernos contra todas las adversidades. Cuando hablamos de niños africanos que viven en un campo de refugiados, estas enseñanzas pueden literalmente salvarles la vida.
La educación en África para niños refugiados les ayuda a:
1. Prevenir muertes evitables. El sida, la malaria o la pandemia siguen siendo las principales causas de muerte en los niños. Muchos refugiados no tienen padres, o ellos incluso desconocen los riesgos de una falta de higiene y protección. La escuela es el lugar donde aprenden cosas tan importantes como a prevenir infecciones y enfermedades que pueden ser mortales.
2. Crecer en un entorno saludable. La escuela asegura una comida al día, a veces la única que tendrán, lo que permite al niño estudiar, jugar y hacer tareas en casa evitando desfallecimientos por la malnutrición y las altas temperaturas.
3. Superar traumas. Los niños refugiados viven en campos que pueden ser peligrosos e inseguros, donde miles de personas luchan diariamente por sobrevivir. Acudiendo a la escuela, llevando un uniforme como uno más, los niños pueden olvidar por un momento las situaciones traumáticas que han vivido y superarlas para poder disfrutar de su infancia.
4. Protegerse ante amenazas. La educación en África va más allá de lo académico. A menudo, los niños son reclutados a la fuerza, forzados a ejercer la prostitución, raptados o violados. En la escuela se encuentran a salvo de los maleantes en las calles, y les enseñan normas para mantenerse protegidos y saber dónde acudir en caso de emergencia.
5. Entender su desarrollo físico. Los profesores se convierten en modelos a seguir y les enseñan cómo van a pasar de niños, adolescentes a hombres y mujeres. Las madres normalmente tienen que trabajar y desplazarse para conseguir agua, y en ocasiones son las profesoras quienes explicarán cosas tan esenciales como qué es la menstruación.
6. Aprender normas de convivencia pacífica. En la escuela, los niños aprenden a ser cívicos: no pintar paredes, hablar de forma respetuosa con los compañeros, tratar a tus compañeros de forma igualitaria independientemente de su sexo, religión u orígenes, no quitar la comida de otros, contribuir a que el aula sea un lugar agradable y limpio, respetar a los compañeros manteniendo silencio y jugar sólo en las zonas habilitadas para el recreo, entre otras normas de convivencia esenciales en sociedades plurales y democráticas, tal como el respeto y la tolerancia, la participación y el diálogo.
7. Adquirir habilidades para su futuro. Las personas que han recibido una educación tienen más oportunidades de integrarse en la sociedad de acogida o de reconstruir los países de donde proceden de forma pacífica cuando retornan.
8. Efecto amplificador. No sólo educamos a los niños, sino a sus familias. Al llegar a casa, los niños comparten las enseñanzas con sus padres, tíos y hermanos adolescentes que a menudo trabajan y no pueden ir a la escuela. No sólo les enseñan a escribir y leer, sino las nociones de tolerancia, respeto y normas de convivencia que han aprendido.
Con el proyecto “Educa a un niño” en ACNUR se ha conseguido escolarizar y evitar el abandono escolar de 563.222 niños desde que empezó en el año 2012.
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